La infamia de Callejeros y Patricio Santos Fontanet no tiene fin : insisten con su inocencia. La trama de República Cromañón y los temas sobre los que nadie habla
Hay un hartazgo definitivo en la opinión pública al respecto de la tragedia de República Cromañón. El público quisiera ver, de una vez por todas, a Omar Chabán y al infame grupo Callejeros tras las rejas. Pero la Justicia argentina todo lo permite. Todo lo tolera. Y, al final, convierte al victimario en víctima.
21 de Julio de 2010
La caradurez y la desvergüenza de Patricio Santos Fontanet y su grupo Callejeros ya no conocen límites.
Tanto el líder del infame grupo de rocanrol como sus integrantes trasladaron la inaudible cacofonía que representaban sus conciertos a la esfera de los tribunales. Siempre bajo el único objetivo que persigue su defensa, esto es, victimizarse e intentar que la sociedad olvide sus pecados capitales, restregando permanentemente el hecho de que ellos también "sufrieron".
¿Qué dijo Patricio Fontanet, por ejemplo? "los chicos nunca recibieron un mensaje nuestro alentando el uso de bengalas". Palabras que habrá que examinar cuidadosamente, pues lo declarado no es una abierta mentira; solo reviste un grosero ocultamiento de la verdad. Que, en criollo, equivale a mentir descaradamente pero con la elegancia del delincuente impune que camina bajo la lluvia sin mojarse.
Porque en todos los recitales anteriores de Callejeros hubo encendido de bengalas. Sucedió, sin ir más lejos, una semana antes en su presentación en el patético Club Excursionistas de Bajo Belgrano -paraíso del tráfico de drogas y clonado de tarjetas de crédito en esta parte de la Capital-, ocasión en que también hicieron pedazos la tranquilidad del barrio. Apenas siete días después, la iniquidad de Callejeros y Fontanet terminó con la vida de 194 personas quienes, dicho sea de paso, también son culpables y víctimas, acaso del incendio, acaso de su propia ignorancia y estupidez.
No miente Fontanet, al menos no abiertamente. La promoción sobre el uso de bengalas en sus recitales se vio en el empapelamiento que los promotores y comerciantes allegados al grupo hicieron de la Ciudad de Buenos Aires. Los impresos existen y son prueba contundente para los juicios.
Peor aún, los detalles que resuenan como más inocultables son las declaraciones de numerosos testigos que refirieron que, en la trágica noche de Cromañón, el mismísimo grupo estaba a cargo de la organización del evento, la recaudación y la seguridad. Desde luego, fueron responsables por todas estas cuestiones, incluso por permitir el ingreso de tres veces más de gente que la permitida por el tristemente célebre boliche. Todo en función de recaudar algún dinero más. Pecado que también alcanza a muchos empresarios de la noche de Buenos Aires.
Chabán se manejaba de esa forma con su escenario. Las bandas arreglaban con él hacerse responsables de organización de eventos y de todos los detalles. El empresario solo les cobraba un monto específico en forma de alquiler o royalty. En el caso de la tragedia que nos ocupa, Chabán viene a ser corresponsable por lo sucedido.
El peor castigo, con todo -lo indican las leyes y el sentido común- debería recaer sobre Callejeros por la obvia responsabilidad en la organización. Especialmente por haber clausurado la salida de emergencia del lugar mediante el uso de gruesos candados. Al parecer, la idea era que nadie pudiera colarse. Pero la consecuencia fue peor: ni se imaginaban que lo que estaban haciendo era reducir al mínimo las probabilidades de supervivencia para los alcoholizados adolescentes que saturaban el boliche y que colaboraron por hacer del lugar un segundo averno.
Desde luego, la funcionaria ibarrista Fabiana Fiszbin es la cabeza -visible- de la responsabilidad municipal. Lejos de reforzar su tarea en el área de inspecciones y reventar Cromañón con fajas de clausura, tanto ella como algunos de sus colegas no dejaron pasar la oportunidad para recolectar la coima y permitirles seguir funcionando. Coimas que, desde siempre, los intendentes porteños aprovechaban y "blanqueaban" en el Banco Ciudad, tal como lo han hecho con los interminables cánones que se levantaban de inspecciones nocturnas en locales bailables y restaurantes. Aníbal Ibarra cayó en desgracia, y su final fue bien merecido. Por vez primera en la historia política de la Ciudad, el sistema recaudatorio basado en la corruptela de una administración terminaba con un número importante de fallecidos. Al parecer, la única voz de alarma a la hora de terminar con los negociados (o de, al menos, congelarlos).
La caradurez de Fontanet y sus infames Callejeros cobra forma en cada una de sus declaraciones, que tienden a que la sociedad los acepte como víctimas.
El roído discurso de "yo también perdí amigos y a mi novia" ya no va más y no cala en ninguna parte. Pero lo siguen repitiendo hasta el cansancio. Curioso es también otro detalle, que revela ciertamente el estado de defunción de la administración de justicia en la Argentina. A pesar de que Callejeros es responsable directo de las muertes, recién ahora se ven forzados a declarar ante la Justicia y, por si ello fuera poco, no respondieron preguntas sino que presentaron miserables y cobardes escritos. Su abogado lo justificó, alegando que los "pobres muchachos" aún no están psicológicamente preparados para hablar de la tragedia en detalle. Ridículo, dado que no han tenido problemas en brindar infinidad de nuevos recitales en el interior del país, lucrando con la muerte de casi dos centenares de jóvenes. La lectura obligada entre líneas : sigamos tocando porque después la fama se evapora.
Callejeros, por supuesto, no goza hoy de la fama que tuvo en su momento. Las bengalas los siguieron a todas partes pero solo una vez Fontanet intentó pedir que no se utilizaran. Fue la precisa noche de Cromañón. Como se observa hoy claramente, demasiado tarde. Por eso es que Fontanet no dice que ellos mismos pedían que los fuegos no fueran encendidos durante recitales. Simplemente no puede justificarlo en las presentaciones anteriores al desastre.
El tema de la fama en el mundo de la música no permite dilaciones. En este rubro, el tiempo de "estar en la cresta de la ola" es mucho menor que los cinco minutos del discurso de Andy Warhol. Aprovechar el tiempo es una obligación. Por ello, Callejeros se lanzó a juntar todo el dinero posible en recitales, pues sabían que el tiempo los olvidaría si esa instancia no era aprovechada. No se presentaban en la Capital Federal porque el abogado Iglesias y los familiares de las víctimas de la tragedia los hubieran molido a palos, literalmente. La ausencia capitalina no tuvo nada que ver con las consideraciones éticas que Santos Fontanet y su grupo de impresentables declamaban.
En el interín, mucho sucedió dentro del grupo. Para empezar, terminaron despidiendo a su primer abogado defensor -Eduardo Guarna- pues este los instó en reiteradas oportunidades a dejar de ocultar información y a relatar ante la magistrada Crotto todo lo que sabían. Guarna mantuvo un fuerte cruce con Fontanet, alegando este último que la estrategia del defensor los terminaría llevando a la cárcel. En definitiva, el objetivo del abogado era que los rockeros de pacotilla relataran todos los detalles de la noche de la tragedia, sin ocultar el menor dato, para luego aceptar y reconocer públicamente sobre cualquier responsabilidad que les pudiera caber. Las disculpas ante los medios también eran parte del plan. Consideró Guarna que, de esa manera, los muchachos podrían obtener apoyo de la opinión pública y garantizarse credibilidad ante la jueza que entendía en la causa. Vale decir, volcar a la ciudadanía en su favor, en tiempos de una Justicia cobarde que recula ante cualquier presión social. En una película de juicios de Hollywood, se hubiera tratado -en resumidas cuentas- de "pedir la piedad de la Corte".
Otro detalle que rozó la expulsión a patadas del antiguo abogado tenía relación con el hecho harto probado de que el grupo Callejeros sobornó a agentes de Policía Federal para que su presentación en Cromañón pudiera tener lugar sin contratiempos ni demoras. Los "pobres muchachos" no dejaron cabo sin atar. Hicieron todo lo posible para que las cosas salieran mal.
Con todo, y a los efectos de poner las cosas en su sitio, debe hacerse un reconocimiento para el lead guitar -guitarrista principal- de Callejeros, Maximiliano Djerfy. El violero se enfrentó claramente al siniestro Fontanet a partir de la despedida del abogado. Djerfy era de la idea de declarar absolutamente todo, sin importar las consecuencias. Fue el único miembro "con pelotas" de la agrupación y se atrevió no solo a decir las cosas tal cual fueron sino que se negó a seguir tocando con el grupo porque no hubiera podido enfrentarse a las miradas de los padres de las víctimas. También sacudió el tablero cuando no dudó en culpar a los propios seguidores del grupo por lo ocurrido en Cromañón : fueron ellos los que insistieron con las bengalas. Desde luego, esto entra en el terreno de una de las máximas de la pacatería de la sociedad argentina : el fallecido siempre es víctima y no debe ser investigado bajo ningún concepto. Una grandilocuente estupidez cuando se observa que los fanáticos del grupo entraban alcoholizados a cada recital -cuando no drogados- y en un estado más que paupérrimo. Fontanet preparó el escenario para la tragedia y los fans completaron la faena. Más claro, echarle agua. A nadie escapa que las jóvenes madres dejaban a sus criaturas para que un encargado las cuidara en el baño por la módica suma de dos pesos, cosa de que no los molestaran a la hora de disfrutar del recital. Y buena parte de la clase media argentina responde a la sentencia de "¿Pobrecitos? Bien muertos están". No se sabe hasta qué punto se los puede culpar por tan categórico pensamiento. Polémico o no, todavía nos sucede que involucionamos como sociedad, y pocos o nadie se atreven a reconocer las propias faltas y -mucho menos- a aceptar las consecuencias de decisiones incorrectas.
El único que acaso podría merecer una reducción en su pena debería ser Djerfy. El resto deberá hacerse responsable por todos los cargos que se le endilgan. Llámense Patricio Santos Fontanet, Callejeros, Omár Chabán, Aníbal Ibarra, Fabiana Fizsbin o quien sea. ¿Vale la pena recordar que Hebe de Bonafini y su insignificante grupejo de Madres de Plaza de Mayo organizaban conciertos junto con el empresario Chabán, en nombre de los Derechos Humanos? Por supuesto que vale la pena esta mención honorífica para la madre de los terroristas.
Mientras tanto -y mientras se espera una sentencia ejemplificadora de parte de la Justicia- también corresponde preguntarse si acaso no corresponde embargarle a Callejeros y Fontanet todo el dinero que han recaudado gracias a los recitales montados luego de la tragedia. ¿Qué hacer con ese dinero? Remitirlo a las familias de las víctimas para que el grueso de los porteños no tenga que cubrir con sus impuestos cualquier indemnización que pueda corresponder no sería una mala idea. Que los responsables paguen, con todas las letras y en todos los sentidos.
La comedia dramática de República Cromañón no es una cuestión tan sencilla de deshilvanar, dado que el factor político siempre está presente. Al día de hoy, nadie pudo confirmar quién o quienes eran los verdaderos dueños del boliche, dado que Chabán aparece como apenas un testaferro. El rastreo de los titulares llega incluso hasta una compañía fantasma localizada en un paraíso fiscal caribeño, y la pista ha alcanzado también a Jorge Telerman -dueño comprobado de La Trastienda- y Aníbal Ibarra. Tal vez por todo esto algunos solo avizoran más impunidad al final del camino de la Justicia. Chabán, por su parte, no podía quedar preso indefinidamente pues podría decidirse a hablar y quebraría todos los códigos de honor que lo atan a la basura de la dirigencia política porteña del pasado reciente, incluído el malogrado Aníbal Ibarra.
La Justicia la tiene difícil. Pero la esperanza -dicen por allí- es lo último que se pierde.
Por Ricardo White, para El Ojo Digital Sociedad.
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Por Ricardo White, para El Ojo Digital Política