A los jóvenes de entre 18 y 25 años que poseen la inmensa responsabilidad de votar
A poco más de dos días de las elecciones legislativas, considero un deber ilativo por razones obvias a mi edad y vivencias, la delicada y difícil tarea siempre grata de dirigirme a los jóvenes y también de paso a todos los ciudadanos que a horas nada más, deben se asumir la responsabilidad de votar.
21 de Julio de 2010
Mi hulde sugerencia es que lo hagan sin ningún temor y con claridad mental absoluta, pensando en las enseñanzas que la historia de la humanidad nos ha brindado que, al decir refranero popular, para muestra solo basta un botón.
Por ello, modestamente les aconsejo compenetrarse profundamente de similitudes sustanciales que la humanidad toda vio horrorizada con el avenimiento de un matrimonio al poder en la China de Mao Tse Tung, por su brutalidad, salvajismo y poder dictatorial, que sólo puede tener alguna semejanza con el gobierno de otro matrimonio caracterizado de las mismas infernales condiciones, como lo fue el de Nicolae Ceausescu con Elena Petrescu en la sufrida Rumania, ambos poderes frutos de la fuerza populista que, mediante su oclocracia termina en una dictadura despótica, que tantos crueles recuerdos traen para la América Latina que aún se mantienen en algunos sitios.
Resulta innegable que cada día vemos menor juventud entre los jóvenes. Ello lo demuestran sus divertimientos, sus costumbres, sus ideas y sus conductas en la vida, según sean sus edades y los diferentes escenarios.
Su forma de vida cada vez guarda menos consecuencia con los ideales que propugnan, siendo que debería ser una correspondencia lógica entre distintos elementos, especialmente entre los principios de una persona y su comportamiento.
Por ello les digo, no permitan que se siga culturizando en ustedes el concepto de desorden social que pareciera la piedra angular de este modelo que ya lleva más de veinte (20) años, (en diversas oportunidades, con distintas ideología) puesto que esto resulta inaceptable de ser considerado como ejemplo a seguir por su perfección o por sus cualidades.
Lo que sí resultaría de continuar como estamos, es el peligro de suscitar la sonrisa o la indeferencia en los jóvenes cuando se les habla de las esperanzas que encienden en el corazón de los padres o de los deberes que la existencia impone, o de las responsabilidades que entraña la lucha por alcanzar un lugar destacado o el deliberado y enérgico esfuerzo por ascender a una cumbre dominante.
Tal situación ha de atribuirse, a mi modesto entender, en gran parte al olvido que en forma progresiva van sumergiéndose en el abismo los conceptos cardinales de la disciplina y jerarquía, que están y allí deben de permanecer en la raíz misma de toda organización social, como puntal de toda autoridad y resorte de fraternidad, de justicia, de orden; y de, generosa y fecunda convivencia social, de amplia y comprensiva solidaridad humana.
Son muchos, en nuestros días y en todas partes, hasta formar legión, los jóvenes que se sienten hombres prematuramente, que pretenden ser dirigentes, sin aprendizaje previo de la vida y que para llegar a la cumbre, sólo accesible a los enérgicos y expertos en las ascensiones bajo direcciones competentes, piensan que basta con abrir sus débiles alas, desplegarlas al viento de las tormentas y emprender el vuelo, bajo la sugestión de las ilusiones engañosas.
La disciplina y la jerarquía instituidas por la naturaleza y consagradas por la ley, el reglamento o la costumbre tradicional, ya sea en el hogar, en el taller, en la iglesia, en el cuartel, en el colegio, en el comité político, en el centro social, pueden sin lugar a dudas, al ejercitase, revestir distintas formas y exteriorizarse alternativamente en consejos y premios, en represiones y estímulos, pero tiene en todas partes un fondo común: la necesidad de la acción coordinada de todas las energías, fuerza esta de voluntad, vigor y tesón para llevar a cabo una determinada actividad, manteniendo a cada una en su propia esfera, y de una autoridad que cumpla esa coordinación, la organice y la dirija haciendo posible la realización de los anhelos de cada grupo, dentro del cuadro de intereses contradictorios y de derechos aparentemente excluyentes.
La moción de jerarquía, con el concepto de autoridad y de mando, se encuentra acendrada en las entrañas mismas de nuestra organización institucional desde los iniciales de ella y al través de todos los ensayos constitucionales que la Nación ha realizado.
De esta forma, la disciplina y jerarquía no sólo no son incompatibles con la libertad y democracia sino que constituyen la condición básica de su existencia y el terreno propicio para que el culto a las instituciones que las traducen, germine, crezca y prospere la fe en Dios, en la Patria y en el propio destino, en una Nación que valga la pena vivir.
Esa disciplina y obediencia no ha de fundarse en el temor sino en la confianza. De esta manera no serán señal de esclavitud, sino símbolo indiscutible de libertad y su ejercicio permitirá formar caracteres capaces de gobernar con dignidad y nobleza, con justicia y tolerancia, porque se habrán templado en el yunque de la más puras enseñanzas, luego de haber sido como el hierro natural incandescente, convertido por el accionar del fuego y de la masa en la fragua, en el poderoso acero que tanto servirá como columna del gran edificio, como férreo y poderoso sostén intelectual del sabio, de la espada del soldado o la fortaleza espiritual del sacerdote y por sobre todas las cosas del pueblo que en definitiva es la sociedad misma, con sus obreros, industriales, productores, maestros y profesores.
Para que ello sea posible, el cambio es imprescindible y sólo con un voto a conciencia se cristalizará este ocurrir, de lo contrario nos seguirá atacando el virus de la mendicidad política, de la limosna que cobra la humillación del desprotegido, del apriete vergonzoso y la intolerancia despótica.
Por Ovidio H. Zánzero, Deucalion Blogspot.
Por Ovidio H. Zánzero, Blog Deucalion