La educación, en la encrucijada
El desarrollo y la decadencia de un país no son fenómenos espontáneos. Ni mucho menos, veloces. Requieren su tiempo. Y persistentes políticas públicas.
21 de Julio de 2010
Con la educación, el criterio antes expuesto, es de hierro. Para salir del atraso, en el Siglo XIX, la Argentina requirió, primero, del genio de Sarmiento. Qué tenía clara la idea de capital humano, 150 años antes que esta se desarrollara. También tuvo su gran impronta Roca. Con la Ley 1420. De educación común. Obligatoria. En apenas 50 años casi no quedaron analfabetos en nuestro país. Y se partió de un piso con el 95% de población iletrada, en medio de una brutal inmigración, donde la mayoría de los que bajaban de los barcos, tampoco sabían leer y escribir.
En 50 años, el tiempo que va de Sarmiento al bicentenario, Argentina logró estar a la altura, en educación y en riqueza, a la par de las naciones más desarrolladas del planeta.
Como casi todo en estas tierras, el lento deterioro comenzó muy suave y lentamente a partir de los 30. Al principio casi ni se notaba. Más aún, con Frondizi pareció que las buenas viejas épocas, en materia educativa, regresaban.
La calidad educativa se daba como un hecho dado hasta Frondizi. A partir de ese momento, crisis económicas mediante, la declinación comenzó a entrar en velocidad.
Por tres motivos centrales.
Primero. Al pasar la educación primaria y secundaria a manos de las provincias, la Nación perdió interés en el tema. Se perdieron totalmente los controles. Las crisis económicas fulminaron los salarios de maestras y profesores. Tanto, que la educación inicial quedó en manos casi exclusiva de maestras mujeres. Segundo salario del hogar. El sueldo medio de un maestro desde hace rato no alcanza para sostener integralmente una familia. Varones, afuera.
Salarios entre bajos y paupérrimos, llevaron a las constantes huelgas. Los maestros y profesores dejaron de serlo, para pasar al status de "trabajadores de la educación". Que sistemáticamente extorsionan en marzo con el no comienzo de clases, si no reciben aumentos salariales. Obvio, la inflación hizo el resto.
Esto originó la pérdida del respeto que tenía la sociedad toda hacia maestros y profesores. Como "trabajadores de la educación" se habían equiparado al resto. No solamente desaparecieron los regalos del 11 de septiembre. Hoy no existe ni la tradicional manzana.
Segundo. La puesta en práctica de "profundas modificaciones" en el sistema educativo. Pensadas en laboratorios. Sin tener siquiera en cuenta lo básico: antes de mutar una currícula, hay que transformar los saberes de quienes van a aplicar las "nuevas ideas". Como no podía ocurrir de otra manera, las diversas "revoluciones educativas" fueron un soberano fracaso.
Como frutilla del postre, uno de los últimos intentos tuvo dos particularidades trágicas. Por un lado, se eliminaron las escuelas técnicas y las de artes y oficios. Que formaban capital humano específico de trabajo. Centralmente destinado a los sectores de menores ingresos. Por el otro, una parte del país "entró" en la "revolución" proclamada. Pero otra porción no lo hizo. Con lo cual duplicamos el efecto de descalabro.
Tercero. En Europa se los llama los "sesentayochistas". Producto de los desmanes de un francés llamado Cohn Bendit. En Argentina los conocemos por los "setentistas". Una versión bien "trucha" de las propuestas europeas de la época. Pero mucho más violenta. En América Latina, el "prohibido prohibir", de Cohn Bendit tuvo su correlato trágico: "la violencia como partera de la historia".
En Argentina, como en muchos otros lugares, esta "ideología" causó estragos. Maestros y profesores cuya imagen estaba en decadencia al convertirse en "trabajadores de la educación", culminaron degradados al extremo. Como consecuencia, por estas horas, cualquier docente que imponga una mala nota a un alumno, corre el peligro, de hasta agresiones físicas, por parte de los progenitores del educando. La prensa cuenta hechos de esta naturaleza de manera diaria.
Lo antes expuesto, llevó a un veloz proceso de nivelación para abajo. Tan abajo, que Chile, que 30 años atrás tenía un nivel infinitamente más bajo que Argentina, hoy nos pasa por arriba. Ni que hablar de Finlandia, Australia, Canadá, etc.
Como siempre, para arreglar el problema y volver por la senda que nunca debió ser abandonada, hay que viabilizar políticas públicas que distingan de manera clara, lo urgente y lo importante.
Lo urgente. Gestionar mecanismos para paliar el hambre de casi dos millones de niños. No se puede aprender con hambre. Eliminar la droga. Bajar abruptamente el nivel de violencia.
Lo importante, sin ser taxativos. Idear una reforma educativa "posible" para el mediano y largo plazo. Consensuada. Con una especie de Moncloa a la cual adhieran todas las fuerzas políticas del país. Reciclar las instituciones que forman a los futuros docentes. Que las provincias todas ingresen en un programa de reforma general. Que la Nación controle los procesos de enseñanza y aprendizaje. Que haya exámenes que sirvan de control de calidad estrictos para todas las jurisdicciones. Que haya premios y castigos. Que los "trabajadores de la educación" vuelvan a ser maestros y profesores dignos de la consideración social como ejes centrales del futuro. Que haya un reciclado de los docentes en activo y una profunda reforma en los institutos destinados a formar futuros educadores. Y que los padres tengan claro que las notas bajas son consecuencia de la falta de estudio de sus hijos. No una conspiración de sus maestros.
Dado el actual panorama, lo propuesto parece Argentina Año Verde. Pero no hay que olvidar que Sarmiento y Roca partieron de condiciones peores. Y lo lograron. Por qué no otra vez?
Por Marita Sanabapech, para El Ojo Digital Sociedad.
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Por Marita Sanabapech, para El Ojo Digital Sociedad