Deshaciendo el camino hacia Caracas
Mientras reinan el hastío y la desconfianza social de cara a la política, los Kirchner se aferran a su proyecto de la "venezuelización" de la Argentina, con el objetivo de no ser desplazados del escenario del poder en 2011.
21 de Julio de 2010
El apriete, el miedo, las amenazas y el "escrache" se encuentran a la orden del día. El episodio de los afiches ya no tan anónimos, en los que aparecieran retratados un número específico de periodistas -mayormente empleados por el Grupo Clarín- en la forma de referentes de grupos "destituyentes" y antagónicos hacia la figura de la Casa Rosada, no fue un hecho aislado, ni mucho menos, producto de la casualidad.
En rigor, esta suerte de operatorias -originadas en el kirchnerismo- han venido existiendo desde poco tiempo después de 2003. Poco ha cambiado desde los años en que el matrimonio regenteaba los destinos de Santa Cruz, a base de las golpizas a opositores y manifestantes. Tampoco es curioso que, en la vísperas de las elecciones presidenciales, la opinión pública pecara de ingenua, comprando el discurso derechohumanista que desparramaban Néstor Kirchner y su ahora insufrible cónyuge (que vive "en la tele"). Sucede que los votantes observan una guardia demasiado baja en momentos de pedir un cambio a gritos. Para que se entienda bien: los argentinos compramos cualquier mercadería sin escudriñar en los papeles de la garantía.
Luego de finiquitada la creatividad y evaporados los dos primeros auspiciosos años de Néstor, la borrachera del poder lo llevó a él y a su señora a cometer las mismas tropelías que le endilgaban a sus predecesores; incluso peores. Desde 2003, el tándem patagónico se las ha arreglado no solo para destruir las finanzas nacionales y apalear opositores y periodistas, sino que se ha ocupado personalmente de insertar a la Argentina en un club compuesto por naciones sórdidas y peligrosas, regidas por esa enténte de siniestros personajes que llevan las identidades de Mahmud Ahmadineyad, Evo Morales, Hugo Chávez Frías y Rafael Correa.
La mediocridad resulta ser contagiosa: mientras un puñado de nativos celebraba con ojos desorbitados y corazón palpitante la obtención de un Oscar de la Academia por parte de Guillermo Francella, como si de una cuestión nacional se tratase, la Presidente celebró la obtención de una insípida reunión con Barack Hussein Obama como si fuera el logro más excitante de su gestión. Parece ser que a muy pocos importara el hecho de que la Academia de Hollywood no distingue entre Francella y Darín -porque no sabe-, como tampoco que Obama se decidió a retratarse con Cristina Fernández pues comprendió que ya era hora de amortiguar el impacto de la indetenible humillación con que venía sometiendo a los moradores de Balcarce 50.
El panorama político tampoco despliega demasiadas buenas nuevas. El espectro opositor -aunque ni siquiera lo evalúa- se encuentra a tiro de ser castigado por una porcentaje importante de sociedad hastiada, que podría optar por la figura de Néstor Carlos Kirchner como presidenciable, habida cuenta de que se la conminó a votar abiertamente en balde en las legislativas de junio de 2009.
Los límites que la opinión pública quiso imponer al matrimonio patagónico no encontraron eco en los ganadores de aquella contienda, que estuvo llamada a ser un notable desperdicio de energías y recursos.
Las figuras del radicalismo siguieron desempeñando su rol de idiotas útiles al poder de turno. Lo propio hicieron los socialistas del timorato Rubén Giustiniani, y Fernando Pino Solanas, que apenas es visto como un revolucionario con tarjeta de crédito.
Luego de saturar Internet y los medios masivos de comunicación, Francisco De Narváez desapareció del mapa, no sin algún intento de acordar permanencia con el oficialismo. Lenguaraces de la talla de Felipe Solá y el chubutense Mario Das Neves siguieron haciendo de las suyas, esto es, repartiendo discursos sin valor alguno, a diestra y siniestra. Carlos Reutemann terminó de hartar a los pocos que creían en él, volviendo a subirse a caballo de la duda, que hoy parece ser su segundo nombre. Solo a las viejas de barrio les interesa si es o no homosexual o sodomita. Ello no debería motivarlo a autodescartarse para ser candidato.
Nadie parece haberse percatado de que, en tiempos en que la ciudadanía reclama soluciones y propuestas concretas, no queda espacio para la dubitación, la estupidez o los shows mediáticos. Afuera de los hogares, la inflación y la inseguridad no cejan en su batalla para destruir cientos de miles de familias argentinas, año tras año. Las víctimas con nombre y apellido de estos verdaderos jinetes del apocalipsis kirchnerista superan holgadamente a los desaparecidos "NN" del Proceso, pero este detalle no menor se escurre del corrugado discursillo de Hebe Pastor.
Por su parte, ha trascendido que los partidarios de Eduardo Duhalde también han comenzado a equivocar el camino. Riñas y peleas de toda forma y color cobran forma en medio de un aparato que lucha por quedarse con todo, mucho antes de haberse ganado nada. Mientras "las 62" y la juventudes se trenzan en estéril pugilato, se otea imposible batallar contra el andamiaje propagandístico y mafioso que Kirchner ha montado en la provincia de Buenos Aires, destacándose una notable ausencia de conducción de parte de su líder. Los pedidos de paciencia de operadores y cercanos parecen ser palabras lanzadas al viento: se detalla la ácida bronca de una militancia que continúa desperdiciada y a la deriva, sin saber hacia dónde salir disparando. No vaya a ser que bajen los brazos o terminen abrazados a las tropas de don Néstor Carlos. El cuerpo semiderruído de Alberto Balestrini yace en su próximo lecho de muerte, pero ello no le impide al piquetero Luis D Elía pugnar para quedarse con La Matanza: tal es el plan de "El Loco".
En el interín del desmadre opositor y el que caracteriza al "peronismo disidente", el ministro Aníbal Fernández hizo oficial lo que ya se sabía, esto es, que la Rosada les retribuirá en metálico a los blogueros de Internet que ya venían operando para agredir, descalificar, amedrentar y amenazar.
Y todavía resta el lanzamiento oficial del multimedio de tevé digital que, en manos del gobierno, concentrará televidentes solo entre los ciudadanos de más bajos recursos. Si hasta ahora ellos no cuestionaban a sus autoridades a partir de sus conocidas carencias en materia educativa, menos lo harán ahora, con televisión satelital de calidad gratuita. Estas personas -que han sido cuidadosamente mantenidas en condiciones de vida infrahumanas desde 2003- terminarán constituyendo la avanzada kirchnerista en la sociedad, tal como sucede en las zonas empobrecidas, lindantes con Caracas y otros centros urbanos de la tristemente célebre República Bolivariana de Venezuela. Néstor y Cristina le han brindado un fenomenal pero decisivo puntapié a la fantasía de la Argentina de clase media y con sus Pymes como piedra basal de su orgullo y crecimiento. Gentileza en la que también ha sabido colaborar Carlos Saúl.
A este tenebroso y oscuro cenagal, que incluye la politización planificada de los pobres en beneficio de los diabólicos planes del partido gobernante y el empleo de patotas y gremios afines para amenazar y destruir a la libertad de expresión, solo le resta la confiscación de activos tangibles y financieros. Iniciativa que los Kirchner no han abandonado y que esperan poder implantar en cualquier oportunidad. Todo lo cual sucede en el marco de discusiones que en nada hacen al interés de los ciudadanos, como lo demuestra el próximo tratamiento de una nueva legislación que permita a los homosexuales unirse en matrimonio. Una vez terminado ese inocuo pero seguramente áspero debate -sin importar que Néstor en persona sea el más homofóbico del globo-, llegará el Mundial de Fútbol... y a otra cosa. Quién sabe qué otros proyectos legislativos o decretos pueda sacar a relucir Belcebú entre comienzos de junio y finales de julio. Y quién sabe qué número de alienados continuará mirando para otro lado mientras se pisotean sus derechos más básicos y elementales, para beneficio de una élite de corazón maquiavélico y del color más göebbeliano que haya conocido la dirigencia nacional.
Por lo demás, el estado de situación solo ha cambiado para peor. Nadie se atreverá a decir que Martín Redrado entró en discordia con los patagónicos porque se negó a que el Banco Central acuñara y lanzara las monedas con el "pañuelito de las Madres".
Tampoco se conocerá el origen de esa misteriosa ola de inseguridad que traspasó las fronteras de la Av. General Paz para instalarse en los barrios más elegantes -y hasta ahora, "seguros"- de la Capital Federal, cuya mano de obra está a veces compuesta por individuos que portan costosos trajes o bien grupos comando organizados con disciplina militar. ¿Quién es el cerebro definitivo de los escuadrones que salen diariamente a tomar por asalto las bóvedas de bancos e importantes instituciones financieras? ¿Quién ordena reprender severamente a aquellos intendentes en cuyos distritos los partidos de oposición intentan vanamente contratar espacios para realizar actos políticos que, lógicamente, son luego suspendidos? Esta última pregunta podría uno hacérsela en persona al "Japonés" García.
También entre bambalinas, supuestos grupos que se autotitulan "defensores de los derechos humanos" pululan por las calles atropellando y escrachando, echando mano de una metodología que haría palidecer de envidia al propio Adolf Hitler, si acaso volviera a caminar entre nosotros.
Y la Administración Fernández de Kirchner exhibe orgullosa -aunque en privado, no tanto- el currículum vitae lleno de flancos débiles de un ministro de Finanzas que agrede y descalifica a todo aquel que tiene en frente, aunque su declaración jurada haga agua por todas partes. ¿Quién conoce el número de la Bestia y quién se atreverá a combatir contra ella?
El periodismo no puede rasgarse las vestiduras o poner el grito en el cielo solamente cuando sus intereses económicos se ven comprometidos. Es necesario dejar atrás el temor y la cobardía para recordarle a Amado Boudou sobre sus negociados del pasado y la adquisición de bienes que en ningún caso puede justificar. ¿O será que los jurados tienen todavía mucho más para ocultar?
Se vuelve obligatorio recordarle a Aníbal Fernández los detalles de la historia en las horas que Carlos Menem decidió "rescatarlo" de su terruño quilmeño, mientras toda la policía local rastrillaba para dar con su paradero. Con muy poco, el entrevistador puede obtener el silencio sepulcral de su interlocutor. Que la sociedad argentina se vea obligada a refugiarse en Amalia Granata en lugar de Gustavo Sylvestre, Marcelo Bonelli o Tenembaum, es ciertamente grave. O, más que grave, es espeluznante. Pero esto es lo que, en definitiva, está sucediendo.
Los últimos meses, entre otras cosas, los argentinos hemos aprendido que el otrora "honorable" Congreso de la Nación solo hace las veces de una corporación corrupta en donde se justifican los gruesos salarios de centenares de personajes ostensiblemente inútiles y que no velan por otro interés que el propio.
Comprendimos también que los números del INDEC son extractos originados en la tierra del Señor de los Anillos y que, además de abonar impuestos cada vez más caros por una seguridad, una salud y una educación que no recibimos, debemos -además- pagar nuevamente por todas ellas, pero en su versión privada.
Mientras tanto, todos continuamos deshaciendo el camino hacia Caracas, con una sonrisa estúpida en el rostro.
Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política.
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Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política