1948 y la revolución que Raúl Scalabrini Ortiz supo reclamar
El año en que Scalabrini Ortiz reclama una revolución. En un texto esencial, silenciado para construir un intelectual funcional a los intereses del progresismo de champagne y canapé, Scalabrini plantea la necesidad de una revolución que no será.
21 de Julio de 2010
Han transcurrido tres años desde que Raúl presenció el espectáculo de masas que describió como el "subsuelo de la Patria sublevado". En efecto, desde el 17 de octubre de 1945, mantiene la sincera convicción de que la Historia se ha plegado en una bisagra que delimitará un antes y un después.
El golpe de Estado del 4 de junio de 1943 había liquidado trece años bochornosos de fraude y corrupción, pero aún no se decidía a inaugurar un ciclo de participación popular en las grandes cuestiones nacionales. Hasta que un Coronel que presiente los acontecimientos -como quien oye el bramido de una avalancha- se pone al frente de una etapa en la que el Pueblo asciende al estrado, y se convertirá actor por vez primera.
Ahora, a dos años del triunfo de Perón, cree que debe decir todo lo que sabe sobre los responsables de la postración argentina. Lo dirá sin medir riesgos ni calcular costos, como lo ha hecho siempre desde la hora de FORJA, hasta que el ostracismo al que lentamente será condenado lo mate en el año de 1959.
Desde la crisis global del capitalismo que llevó a la guerra interimperialista más sangrienta de la historia, han surgido voces calificadas, pidiendo una revisión de los dogmas de la sociedad de mercado y consecuentemente, la reescritura de las constituciones, para incluir en ellas la cuestión social.
Raúl también va a exigir que el Justicialismo replantee la Carta Magna de 1853 y se disponga a hacer jurar una que asigne al Pueblo un protagonismo excluyente. Propone embestir contra la propiedad privada entendida como facultad cuasiabsoluta de los poderosos y limitar la injerencia del capital extranjero, porque allí encuentra la causa central del sometimiento y la expoliación del país.
La conferencia que la Editorial Reconquista publica este año de 1948 se titula "La nueva y la vieja Constitución. El Capital, el Hombre y la Propiedad". Raúl propone discutir sin más rodeos el mito de la intangilibilidad de la norma suprema jurada hace 95 años. Es un instrumento diseñado para convalidar privilegios, porque "aherroja la libertad de acción del pueblo argentino". Un estado de rebeldía "tenaz contra la estructura invisible" se incuba en el "espíritu del hombre argentino". Perón ha intuído este estado en el ánimo del pueblo, por lo que va a promover una revolución a través de la reforma constitucional reclamada.
Scalabrini Ortiz se esfuerza en todo momento, a lo largo de toda su obra, para señalar que las soluciones para los problemas nacionales deben atender a los reclamos populares, tanto los exteriorizados como aquellos que es preciso deducir mediante la observación sutil y amorosa de las masas. Este movimiento de reforma de la constitución no es más que la "vindicación de los derechos que debieron amparar al hombre argentino del siglo pasado y del siglo presente, cuya humillación y aniquilación ha mantenido en constante palpitar el canto sencillo e inmortal de José Hernández".
En un discurso de Perón, pronunciado en la Confederación de Empleados de Comercio el 25 de octubre del mismo 1948, encuentra Raúl líneas comunes con los conceptos que él volcara en 1931 cuando publica "El hombre que está solo y espera". No le sorprende la similitud, "pues ambos la hemos leído en el mismo texto carnal, en los repliegues más íntimos del corazón argentino". Y -retrocediendo aún más- va a hallar en el pensamiento de Mariano Moreno ideas liminares que se unen en un hilo conductor común.
En efecto, estos son los caracteres que conectan el pensamiento de los citados:
a) los pueblos deben fiarse sólo de ellos mismos, ya que frente al inversor extranjero se recomienda extrema cautela y no incurrir en el error, advierte Moreno, de "aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les habían producido chiches y abalorios";
b) impedir la concentración de riquezas ya que las mismas "no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil", siempre en el consejo moreniano;
c) animarse sin titubeos a construir un Estado fuerte y decidido a protagonizar el rol de regulador de la economía, capaz de imponer límites y encauzar energías en pos del bien común, aunque en los hechos implique que algunas minorías resignen privilegios ilegítimos en términos de las necesidades del Pueblo y la nación.
Estas tres grandes ideas motrices deben de guiar a todo gestión de gobierno democrático. En un párrafo que merece consignarse íntegro, Raúl resume hasta aquí su mensaje liberador:
"Las preclaras ideas de Mariano Moreno que borbotean en algunos discursos de su hermano Manuel, en algunos párrafos y en algunas intenciones de Dorrego, en el instinto certero de los caudillos federales y en algunos relámpagos de inspiración de Juan Manuel de Rosas, caen definitivamente abatidas por las ideas que propiciaba el extranjero en aquel cónclave de constituyentes de 1853, que de ninguna manera expresaban la voluntad del Pueblo de la Nación Argentina".
Una Constitución al servicio del extranjero
Juan Bautista Alberdi publica en 1854, a dos años de Caseros, su "Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina", con el objeto de sugerir una interpretación útil de las normas de la Constitución jurada un año antes.
La utilidad consistía en facilitar la integración del país al comercio mundial; en entregar a los gobernantes un manual de uso para consolidar las relaciones de la República con Inglaterra y sus socios menores.
Así, defenderá el librecambio como el sistema que supera en ventajas al mercantilismo y a todas las variantes del socialismo. En la Parte II, Alberdi aborda el tema de la distribución de la riqueza y lo hace para afirmar que ella opera con más efectividad y equidad cuando el Estado no le impone reglas. Por ello, el progreso vendrá de los gobiernos que se abstengan de intervenir o lo hagan en grado mínimo en los mercados, mientras fomentan vigorosamente el ingreso de capital extranjero, al eliminar trabas y condiciones para su establecimiento.
Raúl advierte que no podrían determinarse "antítesis más opuestas que las opiniones de Mariano Moreno y de Juan Bautista Alberdi". Toda la inteligencia alberdiana tiene un objetivo excluyente y a él se sacrifican asuntos no directamente relacionados con lo económico. Así, menciona: "El legislador no debe olvidar que la libertad religiosa tiene un fin económico en la República Argentina: es dirigida a poblar el país del poblador más útil a la libertad y la industria, el poblador disidente anglosajón y alemán de raza".
El autor de "Historia de los Ferrocarriles Argentinos" se escandaliza ante el espectáculo de un país ubérrimo sometido a los caprichos del dinero extranjero: lo que ocurrió entre 1853 y 1945, "con el breve esfuerzo reinvidicador de Hipólito Irigoyen", ha sido consecuencia directa de la arquitectura legal que la Constitución levantó para la enajenación de nuestra riqueza.
Alberdi protegerá a la propiedad con un triple escudo para construir un sistema sólido como pocos en el mundo: a) no hay expropiación sin ley que declare la utilidad pública y previo pago de la indemnización; b) la confiscación queda borrada para siempre del régimen penal argentino, y c) ni siquiera en tiempos de guerra o de gravísimas emergencias pueden hacerse requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie. Estamos frente a un Dios "inviolable que se llama propiedad y que jamás en la historia del mundo gozó de privilegios e inmunidades parecidas".
Los buitres de la Tierra
Durante siglos, los criollos fueron ocupando tierras mostrencas, a saber, sin dueño anterior, meras parcelas del desierto deshabitado. O las habían obtenido luchando a sangre y fuego con los aborígenes que ocupaban parcialmente las posesiones y deseaban los bienes del gaucho. Pero era necesaria una intervención gubernamental, (un pecado
del credo liberal justificado por los fines), para redistribuir ese bien valiosísimo. Será Sarmiento en una de sus primeras medidas como Presidente, el encargado del "trabajo sucio". Así, en mayo de l869, deja establecido por Ley un "principio monstruoso", como dice Raúl: "El título de propiedad debe substituir a la simple ocupación". La consecuencia inmediata es el desalojo de la inmensa mayoría de la población agraria nativa. Miles de argentinos fueron condenados a vagar como nómades en su propia tierra, no habiendo cometido más delito que "haber nacido en la tierra que poblaban, de haber guerreado para manumitirla del coloniaje y de haber lidiado con el infiel en una disputa casi de hombre a hombre".
El final de la historia nos muestra la alianza de intereses entre comerciantes del círculo privilegiado del puerto e inversores extranjeros, hasta consolidar el sistema de latifundios que determinó en buena medida el atraso que todavía padecemos. La Campaña al Desierto de Roca completará la tarea de reparto de tierras por métodos nada transparentes. Por monedas, desde la disposición sarmientina hasta la expedición roquista, una nueva clase de grandes propietarios se apropia de la tierra con el amparo de la Constitución maternal y lista para operar directamente en las grandes cuestiones de la política nacional.
Por todo esto, Raúl Sacalabrini Ortiz desea una nueva Carta Magna. Perón puede hacerlo, porque las masas respaldan el proceso de cambio estructural: la magnitud de la reforma está en sus manos. El General ha dicho: "No hablemos más de la inviolabilidad del capital" y "Queremos humanizar el capital". Porque el capital, después de Dios, es el segundo ente eterno creado por el hombre: "pasa sobre las cosas perecederas sin perecer; pasa sobre los hombres mortales sin fenecer".
Raúl desea una revolución. Sueña con una Constitución devenida en llave mágica para revertir el atraso argentino. Cree en la fuerza de las palabras, su irresistible embrujo, como Moreno, como Castelli.
Scalabrini Ortiz piensa que la frase de Perón encierra el secreto del gran cambio. "La frase del General Perón al respecto de la humanización del capital entreabre un nuevo mundo de posibilidades técnicas y matemáticas en que parece factible una nueva relación entre los seres humanos".
Una Constituyente, legítimamente conformada, jura una nueva Carta Magna en 1949. Será derogada por una Constituyente afectada de nulidad absoluta e insanable en 1957.
Raúl cierra su conferencia con palabras que suenan a mensaje del Evangelista: "Constituyamos una sociedad organizada en base al respeto al hombre, de sus trabajos y de sus sueños. La Patria presente y la Patria futura sobre la que influirán estas determinaciones nos los agradecerán".
Por Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad.
e-Mail: sjnerguizian (arroba) hotmail.com.
Por Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad