El misterio de los Protocolos de Caracas
Empujados por la historia a una negociación sin alternativas, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi miden talento y estrategia para reclamar -o bien negar- un pacto crucial.
21 de Julio de 2010
La Revolución Libertadora, que dos años antes había terminado con el segundo gobierno Justicialista, ahora -en 1957- busca con ansiedad salir del estrecho callejón en que parece asfixiarse. Había derogado por decreto la Constitución de 1949 y convocado a una Asamblea Constituyente, esperando un triunfo claro de la Unión Cívica Radical del Pueblo, su presunta heredera legítima. Pero el voto en blanco es la opción más votada: la proscripción del Peronismo y la campaña de erradicación cultural de textos e íconos afines ha fracasado.
La C.G.T. intervenida y la prohibición de que la conducción de los sindicatos recayera en manos justicialistas no ha podido evitar que la clase obrera continúe guiándose por instrucciones de sus direcciones peronistas. Entre septiembre y octubre, olas de paros y dos huelgas generales convencen a Aramburu de que el llamado a elecciones generales para el 23 de febrero próximo es, después de todo, una buena idea.
Rojas, el Vicepresidente, no está convencido de que ceder sea la mejor opción. Especialmente si escucha al Ministro de Marina, Teodoro Hartung, cuando le propone "meter presos a todos los peronistas y comunistas que anden alborotando con cuestiones inventadas", como el remanido tema de los aumentos salariales.
Una de las dos corrientes en que se ha escindido el radicalismo, la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), reconoce la conducción de un correntino de 48 años, que había llegado a la diputación nacional el mismo año en que Perón inició su primer gobierno. Ha sido un duro censor del Justicialismo, especialmente cuando -en un giro notable-Perón autoriza negociaciones en mayo de 1955 con la petrolera California Argentina, subsidiaria de la Standad Oil. Escribe un libro, "Política y Petróleo", en el que defiende la explotación integral exclusiva de hidrocarburos en manos del Estado: obra y autor ganan fama, pero la historia pronto le facturará ese prestigio súbito.
Ahora, en noviembre de 1957, el Dr. Arturo Frondizi sabe al menos tres cosas: a) no hay solución al drama argentino sin aceptar el rol protagónico del Peronismo; b) él y Perón saben que las bases están abandonando el voto en blanco como instrumento de presión y lentamente se vuelcan por el "concurrencismo": si hay elecciones, quieren votar al candidato que mejor represente el ideario justicialista; c) ni él ni Perón pueden consentir que el voto en blanco y la dispersión del voto peronista a manos de opciones neoperonistas, terminen convalidando -a través del triunfo de la UCRP- el programa de la Libertadora en el plano del liberalismo económico y la proscripción del Justicialismo en el político.
Frondizi había conocido en enero de 1956 a un hombre de negocios sin militancia política que lo fascinó de inmediato: la sólida formación científica de Rogelio Frigerio, en cuya personalidad se aúnan (en rara combinación) una apasionada vocación nacional con una imperturbable disciplina intelectual, aportó los fundamentos de un método de interpretación de la realidad.
La fusión de ambas personalidades en solo un cerebro durará décadas. Cuando en su momento Arturo Jauretche le sugiera desprenderse de su consejero, Frondizi será terminante: "Nada ni nadie me puede alejar de Frigerio".
Mientras tanto en Chile, un grupo de peronistas fugados de la cárcel de Ushuaia (a la que habían sido confinados por Aramburu), se reúnen en un Comando que será instrumento de las directivas de Perón para la recuperación del poder. El grupo es un mosaico de historias personales e ideologías: Kelly, aliancista y ferviente anticomunista; Cámpora, un odontólogo con pasado conservador; Gomis, gremialista que pronto pasará a las filas del frigerismo; Espejo, ex secretariode la CGT y un abogado, John William Cooke, ideólogo de la izquierda peronista. Será este último quien observará un rol central en el acuerdo que a pie firme avanza como alternativa: hay que hablar con Frondizi para impedir el triunfo del programa de la Libertadora.
En "Peronismo e Integración", cuenta Cooke: "A fines de diciembre, el general Perón mandó un cable a Chile para que viajase el representante de Frondizi. En los últimos días de diciembre o primeros de enero, llegó Frigerio a Caracas".
Perón está en Venezuela, a saber, un polvorín que va a volar en las próximas horas. El dictador Pérez Jiménez será derrocado de acuerdo a un plan que ha preparado el Departamento de Estado de Estados Unidos, y al que no es ajeno el Gobierno argentino, que participa activamente en la operación. Cuando caiga, la vida de Perón correrá serio riesgo, pero el General no puede ahora dejar el país, porque equivaldría a un certificado de defunción adelantado para el régimen. En este contexto de incertidumbre, comienza a borronearse el Pacto.
Cooke tiene rol activo preponderante en la redacción del documento: "Frigerio tuvo tres reuniones con Perón y en el interin, varias reuniones conmigo, discutiendo sobre los temas concretos tratados. Las bases del acuerdo fueron tomando forma a través de mis apuntes y después fui encargado por el General Perón de redactar el plan político que propondríamos. Perón le dijo a Frigerio, como chiste, cuando hablamos de petróleo: Tenga cuidado con éste -refiriéndose a mí- que en De Frente atacó el contrato de la California". En materia de petróleo, uno de los puntos decía: "Buscar una política de autoabastecimiento a través de YPF".
El Pacto finalmente queda para la firma de Perón, Frigerio, Cooke y el propio Frondizi. Una copia sería llevada a Buenos Aires, para ser firmada por el candidato del Frente. Los compromisos de Frondizi incluían la revisión de todas las medidas de carácter económico adoptadas desde el 16 de setiembre de 1955, "lesivas de la soberanía nacional"; el restablecimiento de la reforma bancaria de 1946, que había dispuesto la nacionalización del Banco Central; la estructuración de una política de ocupación plena, estímulo a la producción nacional y la elevación del nivel de vida de "las clases populares". Se acordaba también la anulación de todo proceso iniciado con propósito de persecución política, la normalización de los sindicatos y la CGT -en un plazo máximo de 120 días- y el reconocimiento de la personería del Partido Peronista, con la restitución de los bienes incautados. Finalmente, se fijaban dos medidas de notable trascendencia: a) reemplazo de los miembros de la Corte Suprema y b) convocar en un plazo de dos años a una Convención Constituyente "para la reforma total de la Constitución, que declarará la caducidad de todas las autoridades y llamará a elecciones generales".
Tres asuntos quedaron fuera del texto. No obstante, se consideraron verbalmente solemnes, ya que su inclusión en la redacción final podría "facilitar contramedidas del Gobierno": 1) Frondizi debería relevar a la totalidad de los altos mandos de las Fuerzas Armadas en una de sus primeras medidas al frente del Ejecutivo; 2) el Peronismo sugeriría el nombre del embajador en Estados Unidos, y 3) el Ministro de Trabajo "debía recaer en un hombre dispuesto a lograr la reinvindicación de los trabajadores".
Al final, en Venezuela estalla el golpe contra Pérez Jiménez. Instalada la Junta Militar Revolucionaria, la preside el contralmirante Wolfang Larrazábal, quien tiene una larga amistad con el almirante Rojas desde los años en que se había desempeñado como agregado naval en Buenos Aires. Cuenta Américo Barrios: "La confusión reinaba en todo Caracas. Una radio había empezado a incitar a la gente a perseguir peronistas. Se hablaba de asesinatos, saqueos e incendios". Cooke consigue que el grupo que integra junto a Perón, Isabelita y Kelly obtengan refugio en la Embajada de la República Dominicana.
En Buenos Aires, siguiendo directivas del General, se dilata la orden de apoyar a Frondizi. El debate en torno al voto en blanco dista de estar concluído y sólo una voz de mando -en la cima de la estructura- puede zanjar las diferencias. Finalmente, desde Ciudad Trujillo, el 4 de febrero de 1958, Perón exige el retiro de todos los candidatos neoperonistas. Ahora sí: la orden clara y terminante no puede ser interpretada de ninguna otra manera. El candidato del peronismo es Frondizi. La inventiva popular pone su nota: apoyar el dedo índice en la base de la nariz es la contraseña convenida, el perfil físico del candidato lo hace posible.
El ansiado 23 de febrero, la fórmula Frondizi-Gómez consigue una victoria decisiva: 4.070.000 votos (más del doble de los obtenidos por la UCRI unos meses antes), contra los 2.550.000 del candidato de la UCRP. La UCRI obtiene una amplia mayoría en Diputados, unanimidad en el Senado y se queda con la totalidad de los gobiernos provinciales.
Le preguntan a Perón si cree que Frondizi respetará el Pacto: "Vea m hijito, los pactos entre fuerzas rivales no se firman para ser cumplidos".
Frigerio sostuvo que tanto él como Frondizi firmaron dos copias del documento enviado a Perón, pero "insistió en que no se establecían medidas concretas". Comienza una danza ritual en la que las partes afirman, niegan y sospechan recíprocamente la deslealtad inminente.
Frondizi negará siempre haberlo firmado:dice la verdad, aunque nunca toda la verdad. El 30 de enero de 1958, afirma en Pergamino, cuatro semanas antes de los comicios: "No hemos hecho ni haremos pactos secretos o públicos con nadie, ni concesiones de ningún género. No nos apartaremos ni una línea de nuestro pensamiento de integración nacional, que puede resumirse así: paz espiritual y bienestar material para todos los argentinos".
El 19 de febrero habla por Radio Belgrano: "Las acusaciones sobre el pacto tienen el propósito de evitar el triunfo de la causa popular".
El radical Alconada Aramburu -Ministro de Interior de la Libertadora- había advertido a la Junta acerca del pacto. No le creen. El canciller Alfonso De La Ferrere había caido una tarde con una carpeta para demostrar que Frondizi había arreglado con Perón. Aramburu y Rojas lo miran con sereno desprecio: el ministro renuncia.
Arturo Frondizi no miente. No firmó ningún pacto: cuando la copia llegó a Buenos Aires, le pidió a algún secretario que le imitara la firma. Diez años de política criolla le han enseñado a jugar siempre con un as en la manga.
Rogelio Frigerio, a su vez, le ha enseñado a sumar. Hay que entrar en la Historia, de cualquier manera. Ha pactado con Perón, a sabiendas de que el General no consentirá jamás una experiencia desarrollista exitosa que no represente a su vez la recuperación del poder para el Justicialismo.
Perón, por su parte, ha firmado el Pacto con plena conciencia de que Frondizi no tiene otra alternativa que la traición.
Arturo Jauretche ha seguido con inquietud las vicisitudes del acuerdo. Piensa que Frondizi no necesitaba ninguno: el electorado -con vocación concurrencista mayoritaria-
de cualquier modo lo apoyaría frente a la opción inconcebible de convalidar el programa de la Libertadora.
Por el contrario, difundido el acuerdo, los militares ejercerían sobre el Presidente una tutoría que en los hechos le maniatará las manos. En "Ultima Hora", el 5 de agosto de 1964 escribirá: "Una vez conseguidos los votos justicialistas, con lo que se lograba la derrota de la revolución liberal de 1955, en la persona del Dr. Balbín, hubo de conseguir la entrega del poder. Desde ese momento, me distancié definitivamente del Sr. Frigerio, pues yo entendía que era mejor perder el gobierno que tomarlo condicionado y advertí que ahora Frondizi iba a completar el pacto con Perón, que le daba la mayoría. Con el pacto con Aramburu, para que le entregara el gobierno. Así ocurrió".
Cuatro días después de la elección, el futuro presidente y su consejero se reúnen con el Ministro de Comercio e Industria, el Dr. Cueto Rúa. Jauretche es terminante: "Si se puede datar entonces oficialmente el cambio del programa nacional por el que pintorescamente se ha bautizado desarrollista, esa es la fecha".
El 2 de junio de 1959, a un año de la asunción del poder, el Ministro de Interior Alfredo Roque Vítolo, en conferencia de prensa, exhibe una copia del Pacto y niega su autenticidad.
La cuestión llega a la Cámara de Diputados y el Presidente redacta una nota el 14 del mismo mes para afirmar: "No he suscripto pacto político alguno. La firma que se me atribuye ha sido falsificada. Puede Ud. empeñar en esta afirmación mi honor ante Dios y ante la Historia. Los únicos compromisos que tengo adquiridos son los que asumí públicamente ante el pueblo de la Nación". Ahora, lo que ambos actores previeron se cumple con exasperante precisión. En una jugada a todo o nada, el Presidente retoma el discurso de la Libertadora: "Junto con la copia de ese supuesto pacto, se han distribuido incitaciones a la insurrección, escritas por el dictador depuesto, por lo que creo indispensable que se advierta al país que no existe posibilidad alguna de restauración y que vamos a actuar con inflexible severidad contra los que procuren subvertir las instituciones y crear el caos".
El drama incluye aquí afirmaciones pintorescas. Cuando el Ministro de Interior es interpelado en Diputados, exhibe una copia y afirma: "Declaro en nombre del Poder Ejecutivo que el presente pacto concretado en el documento que se dio a conocer en copia fotográfica, es falso. Pregunté a los señores diputados dónde se habría redactado el documento y se me dijo que en Caracas. El estudio de la copia fotográfica señala, Sr. Presidente, que este fraguado documento fue hecho con una máquina Remington Rand industria argentina".
El Gobierno soporta treinta planteos militares. Cuando, en las legislativas de 1962, ganan los candidatos peronistas, el último gesto de superviviencia es anular las elecciones. Pero ya es tarde para todos.
Ahora, convertido en el tercer huésped notable de la Isla Martín García, se cumple la críptica profecía escondida en las siglas de la petrolera estatal: Yrigoyen, Perón, Frondizi.
Así, en ese orden.
Por Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad - Historia Argentina.
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Por Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad - Historia Argentina