Irán, con su destino sellado
Sin importar que el presidente Ahmadinejad se encuentre llevando a cabo un esfuerzo sobrehumano para obtener un encuentro personal con Barack Obama, el destino de la República Islámica de Irán parece estar sellado. Consecuencias militares y geopolíticas de un conflicto que se presenta inevitable.
04 de Agosto de 2010
Vuelve Irán a cobrar protagonismo en los tableros de los estrategas militares y los cuadernos de notas de los analistas internacionales de ocasión. Luego de tres años, el escenario iraní se encuentra nuevamente sobre el tapete. Desnudando la ingenuidad de muchos que pronosticaban un retroceso del sistema de Pax Americana con la llegada de Obama al blanco edificio del 1600 de Avenida Pennsylvania.
Después de todo, Barack había lanzado un globo de ensayo para, sutilmente, testear la respuesta del complejo industrial-militar frente a su promesa de cerrar Guantánamo. Solo para recibir un categórico "no". El cierre de GITMO hubiera significado un motivo de celebración para un castrismo definitivamente liquidado y caído en desgracia; sin mencionar que el Norte hubiese desechado un puesto de avanzada con incuestionable valor estratégico.
En medio de la autopropaganda de tinte populista sui generis que se autoobsequiaba Obama con periodicidad -en el marco de reformas sociales que lograra aprobar en el Capitolio-, vuelve a asomar la cabeza la agenda militarista. Cuestión que, en definitiva, es lo que verdaderamente importa, pues la economía de la única superpotencia se halla sostenida (casi en su totalidad) por industrias derivadas del quehacer castrense. Las dudas acerca de la autenticidad del documento intitulado Iron Mountain -que se preguntaba si Estados Unidos podría reconvertir su economía basada en el enfoque bélico para volverse una economía "de paz"- aparecen como anecdóticas. La respuesta es contundente: la nación se encontraría con una estruendosa quiebra, si acaso se llevara a cabo aquel intento de reconversión.
Barack Obama también había prometido una rápida retirada de los pantanosos teatros de operaciones de Irak y Afganistán. Pero los anuncios fueron -aparentemente- "malinterpretados" por una chillona opinión pública. En rigor, América abandonaría su deambular por las callejuelas polvorientas de la antigua Babilonia, para concentrarse en el molesto enemigo talibán. Novedad que acabó por confirmarse hace pocas horas. Los prolegómenos derivados de la pelea por el opio afgano quedarán para las mentes insanamente inquisitivas y los teóricos de la conspiración que ven la mano negra de la CIA hasta en el caldo de pollo.
Irán es otra cuestión, mucho más compleja y medulosa, pero no por los aspectos estrictamente coloreados por la estadística y los inapelables comparativos militares, sino en función de la infinidad de variables que se entrecruzan en el nuevo escenario. La república islámica exhibe el 10% de las reservas comprobadas de petróleo y gas: rankea tercera luego de Arabia Saudita (25%) e Irak (11%). Por su parte, los Estados Unidos de América observan menos del 2.8% de las reservas mundiales de oro negro. Las reservas estratégicas americanas se estiman en menos de 20 mil millones de barriles. Desde luego, a las mentes más afiladas en cuestiones energéticas no se les escapa el detalle que refiere que el Medio Oriente y Asia Central ostentan reservas que superan a las americanas en más de treinta veces, representando más del 60% del total planetario disponible.
En vista de los fríos números, puede concluírse sin temor a error que el comportamiento de Mahmud Ahmadineyad fue -cuando menos- infantil. Siempre hay y habrá, en la historia contemporánea, personajes populistas llamados a repetir los errores más groseros de Napoleón, Saddam, Galtieri, Hitler y otros tantos. En cercanías de un Pentágono hambriento, nunca suena conveniente recurrir a una retórica nacionalista y de corte antisemita (Hecha la declaración, confirmado el justificativo). Pero este innuendo no tiene que ver con la máxima de "evitar que los israelís se enojen". El Estado de Israel no es otra cosa que un rehén de Washington, en más de un sentido. El pequeño estado judío jamás puede lanzar ataques preventivos contra sus vecinos sin consultar con su hermano mayor norteamericano. Por otro lado, la industria militar de Israel es apenas una sucursal de su similar americana: los israelitas reciben -es cierto- poco más de US$ 5 mil millones anuales de parte del Tío Sam, pero éste obliga a la pequeña nación a utilizar esa suma para adquirir material bélico Made in U.S.A. Con lo cual, los productos israelíes -de óptima calidad y performance- son dejados de lado por presión a veces diplomática y otras "no tanto". Cae, de esta manera, el mito del control que supuestamente ejercen los semitas de Wall Street, Washington, la agenda militar internacional y la banca global, con el propio peso que caracteriza a un racismo retrógrado, obsoleto y carente de sentido.
No obstante, y en lo que a Irán respecta, americanos e israelitas acusan una simbiosis que difícilmente alguno de los dos pueda arrogarse la alternativa de quebrantar. De acuerdo a reportes disponibles para consulta desde hace ya algún tiempo, la primera fase que contempla Washington para ejecución en Irán es la de los ataques aéreos en oleada recurrente, tal como ya se ha hecho en escenarios anteriores. La prerrogativa consistirá en reducir a escombros la incipiente infraestructura nuclear del régimen de Ahmadinejad, aunque el alcance de los bombardeos -se presume- abarcará también objetivos militares y civiles, sistemas de transporte y telecomunicaciones, instalaciones fabriles y edificios públicos.
La doctrina de "Guerra contra el Terrorismo" comprende no solo la utilización de armamento avanzado de índole convencional -mucho de él, inédito-, sino también teoremas aplicables al empleo de armas nucleares tácticas que persiguen el fin de destruir instalaciones subterráneas útiles para acopio de armamento y que sirvan también de centros de comando para la más alta autoridad del gobierno. La "lluvia nuclear" derivada del bombardeo de centrales y plantas de enriquecimiento no debería ser mayor problema, limitándose aquélla a radios acotados.
La preocupación inherente al escenario bélico es que los teoremas planteen desde la práctica, ataques simultáneos contra naciones de la región que Washington ha venido acusando de proteger a terroristas de Al Qaeda y a los fundamentalismos "de moda". Aspecto que podría extender el conflicto hacia el Líbano y la propia Siria. De hecho, el rol inicial de Israel -se refiere- podría involucrar ataques aéreos masivos contra los libaneses, a sabiendas de que aquellos podrían aprovechar el ataque preventivo americano sobre Irán para acometer sobre suelo israelí. De esta manera, en el menú se entrecruzan alternativas de prevención sobre la prevención misma. Para Israel, la aventura iraní solo podría significar malas noticias si la faena no se llevara a cabo en su totalidad: en las postrimerías del conflicto, una ola de ataques terroristas en su suelo podría tornarse indetenible, imposibilitando la cotidianeidad en la vida de sus ciudadanos. Deberá ser, pues, una iniciativa a todo o nada.
Para la eventualidad del teatro iraní, cobrará forma una nueva suerte de coalición. De ella tomarán partido no solo las naciones de la OTAN e Israel, sino también los países firmantes del Diálogo Mediterráneo con la Organización del Tratado de Atlántico Norte y aquellos que participan de la Iniciativa de Cooperación de Estambul. El rol de naciones árabes como Arabia Saudita y Egipto no será menor. Desde Ryad ya se ha notificado a la Fuerza Aérea de Israel que tendrá permitida la utilización de su espacio aéreo para la ejecución de misiones. Egipto -en función del control soberano que ejerce sobre parte del Canal de Suez, paso obligado de buques tanqueros- recientemente extendió los permisos de rigor para el tránsito de buques de guerra estadounidenses e israelíes. Arabia y los países aliados del Golfo harán lo propio en su zona compartida de control del Estrecho de Hormuz y el Mar de Arabia.
Y no pueden faltar, entre bambalinas, los temores de no pocos analistas y estudiosos de la geopolítica, preocupados de antemano por la respuesta que rusos y chinos pudieran interponer. Si los líderes de estas potencias comprenden correctamente el mensaje, notarán que ellos también son destinatarios indirectos de las misivas de Washington, en el sentido de que la guerra contra el terrorismo no se detendrá en cercanías de ninguna frontera. La República Popular China, mientras tanto, debe atender al hecho de que India se encuentra jugando del lado de los americanos en este entuerto. No falta quien asume, en vistas de lo extenso del cuadro, que la escalada es parte ya considerada por Estados Unidos y que se contempla una amplificación geográfica del conflicto. Sin importar muchas de las probables consecuencias.
En cualesquiera de los casos, chinos y rusos probablemente no superen la fase del matoneo verbal. A la postre, si China se propusiera entorpecer verdaderamente los planes de Norteamérica, le bastaría con trocar -de la noche a la mañana- todas las reservas del Banco Central de Pekín de dólares a euros. Con ello, podría convertir la aventura militar en un fracaso estrepitoso, dado que el derrumbe del dólar, sumado a los precios crecientes del petróleo, lograría que flota y equipos yankees quedasen sin combustible en cuestión de horas, en función de la imposibilidad de costear los traslados. Muchas veces, el alcance de las bravatas termina de corroborarse mirando los números de la economía, no necesariamente la cantidad de blindados, aviones o barcos...
El lector ya habrá notado que es nuevamente el petróleo el protagonista de la historia, aunque su rol central se observa más bien a cubierto, detrás de la discusión que gira en torno al derecho o no de Irán y Ahmadinejad a disponer de armas nucleares.
De igual manera, los que probablemente han pasado desapercibidos son los desacuerdos entre distintos elementos de la inteligencia americana frente al verdadero desarrollo del programa nuclear de los iraníes: mientras unos insisten en que Ahmadinejad ya dispone de la capacidad para construir dos artefactos con pleno poder explosivo, otros señalan que ello está muy lejos de suceder y que los persas ni siquiera se las han ingeniado aún para equipar a sus misiles balísticos con la carga atómica correspondiente. Mucho menos estarían en condiciones de asegurar el alcance de los objetivos, una vez disparados sus vectores. Ocurre que, en materia de tecnología misilística, son muchos los años de investigación necesarios para, primero, pasar del combustible líquido al sólido (lo cual permite aumentar el alcance de los dispositivos); segundo, acondicionar los sistemas de guiado para que el misil impacte efectivamente contra el blanco seleccionado (paso que requiere de electrónica de avanzada); tercero, lograr montar una cabeza nuclear en el vehículo y, cuarto, conseguir que la carga atómica estalle al presentarse el impacto. Finalmente, son apenas un puñado de países los que disponen de sistemas de alerta temprana de lanzamiento de cohetes en perjuicio de su territorio. Esto significa que una nación que disponga de una docena de vectores listos para ser disparados, probablemente ni siquiera pueda detectar el origen de un ataque, con lo cual sus operadores podrían verse tentados de presionar el botón ante cualquier sospecha o la presentación de información errónea. La explicación precedente ha estimulado las argumentaciones de muchos analistas frente al hecho de que Irán no ha tenido el tiempo mínimamente prudencial como para representar una amenaza concreta.
Por otra parte, escasean las preguntas al respecto de si acaso no sería conveniente aceptar a una Teherán ya miembro del selecto club nuclear, sometida a los controles de rigor de parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), israelíes incluídos. Antes bien, pareciera que se ha optado presurosamente por reprender a la nación "rebelde" manu militari mediante, arriesgando a la muerte del paciente con el objetivo de curar la enfermedad. La decisión parece unánime: Mahmud Ahmadineyad es un individuo perturbado que debe ser barrido de un plumazo, antes que -bombas en mano- tome la decisión de desaparecer al Estado de Israel "porque sí" o contaminar por miles de años con radiación los depósitos petroleros de que dependen ciegamente los estadounidenses para engordar su American Way.
En países periféricos como la Argentina, sin protagonismo internacional alguno, un escenario de incremento brusco de los precios del crudo podría repercutir escandalosamente. Los precios de los combustibles no solo se dispararían sin piedad por el atraso que ya observa la cotización del litro para el usuario final y la inexistencia de política energética, sino que los índices se encarecerían por la sola escasez derivada del conflicto. Subirse a un vehículo bien podría convertirse en un lujo imposible de afrontar económicamente.
En forma irremediable -y sin importar los resultados del conflicto en ciernes-, surge la conclusión de que el mundo se convertirá en un sitio más peligroso para vivir, de aquí hacia el futuro. Las implicancias podrían sobrevenir de muchos modos, como ser un incremento pomposo de un terrorismo que haga explotar decenas de aviones con rigor diario solo para "protestar" por la nueva campaña militar norteamericana/israelí en Medio Oriente o por pura diversión. Porque, si acaso existe una variable jamás analizada -y ciertamente incontrolable para las potencias- es la forma en que el terrorismo a escala global decide multiplicar las acciones, como consecuencia de empresas militares que parten unilateralmente desde el Primer Mundo. Como ya se ha dicho, a toda acción le sobreviene una reacción en sentido contrario, de igual intensidad.
Lo que sí es seguro es que Washington terminaría ahora de redondear un mensaje categórico y carente de medias tintas para las naciones indómitas del globo, que pendulan alrededor de la locura y egocentrismo de sus insufribles líderes políticos (Corea del Norte, Yemén, Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia): o las cosas se hacen bien, o se padecen las consecuencias.
Para alinear a algunas de ellas, bastará con remover a sus cabezas por la vía de la nutrición planificada de la oposición política al gobierno. Al resto, podría perfectamente caberle la Doctrina Schwarzkopf: "Devolverlas a la Edad de Piedra".
Por Matías E. Ruiz, para El Ojo Digital Internacionales.
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Por Matías E. Ruiz, El Ojo Digital Internacionales