INTERNACIONALES: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

JFK, 47 años después

Este 22 de noviembre habrán transcurrido 47 años desde el magnicidio del presidente de extracción demócrata John Fitzgerald Kennedy. Las derivaciones del sangriento episodio y los temas pendientes.

21 de Noviembre de 2010
El asesinato del presidente número 35 de Estados Unidos tuvo lugar el 22 de noviembre de 1963 en la ciudad de Dallas -estado de Texas- en Dealey Plaza, aproximadamente a las 12:30 del mediodía. La conmoción derivada del hecho observó una magnitud de proporciones, a punto tal que el magnicidio es considerado por muchos como uno de los capítulos más tristes en la historia del país del norte. Pocos días después de fallecido John Kennedy, el 29 de noviembre, el presidente Lyndon Baynes Johnson ordenó la constitución de una comisión especial para investigar el asesinato. El comité fue compuesto por Earl Warren (titular de la cartera de Justicia), Richard Russell Jr, (senador), John Sherman Cooper (senador), Hale Boggs (diputado), Gerald Ford (diputado, luego presidente número 38 del país), Allen Welsh Dulles (anterior director de la CIA y John McCloy (antiguo presidente del Banco Mundial). Extraoficialmente, el cuerpo fue bautizado como "Comisión Warren", tomando el apellido de quien fuera apuntado como su presidente desde la Casa Blanca. Cuando el informe final fue presentado a fines de septiembre de 1964, las conclusiones indicaron que Lee Harvey Oswald fue el único tirador responsable de la muerte de JFK, así como también de las graves heridas que los disparos provocaron al gobernador John Connally, quien acompañaba al presidente asesinado en el vehículo. La vida de Oswald terminó pocos días luego de ocurrida su captura por parte de la policía de Dallas, a manos del hombre de la mafia Jack Leon Rubenstein -Jack Ruby-. Aún cuando a priori la opinión pública estadounidense no cuestionó las conclusiones del "Informe Warren", la intervención de oficio del fiscal de distrito de Nueva Orleans, Earling Carothers Garrison (quien en su momento cambió su nombre de pila a "Jim"), devolvió el homicidio de Kennedy a las primeras planas. Garrison tomó debida nota de los comentarios recibidos de parte de Jack Martin, asociado a un investigador privado de la zona céntrica de la ciudad, de nombre William Guy Banister. Martin compartió al fiscal una anécdota en la que su empleador lo golpeó reiteradas veces con la culata de un arma de fuego, mientras discutían el asesinato del presidente en un bar. Aparentemente, Martin le habría dicho a su Bannister, en tono de broma, "¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Matarme como hicieron con Kennedy?". Ese fue el gatillo para la golpiza recibida. En la confesión, Jack Martin entregó al fiscal Jim Garrison el nombre de David William Ferrie, un ex piloto comercial que sostenía reuniones periódicas con un poderoso empresario de Nueva Orleans y filántropo local, Clay Shaw. En esas reuniones -de las que Martin asegura haber participado-, los protagonistas de ideología extremista discutieron métodos y procedimientos para terminar con la vida de JFK. La trama se tornaría mucho más compleja, por cuanto el rol de Ferrie hubiera sido el de pilotear el avión en el que huirían los perpetradores del magnicidio. Shaw haría las veces del financista de la operación, utilizando aparentemente como fachada un puñado de firmas controladas por él y que observaba intereses comerciales en Europa y América Latina. Para enredar más los tantos, David Ferrie había formado parte de la Patrulla Aérea Civil de Nueva Orleans, y en la temporada que él había pasado allí, conoció a Lee Harvey Oswald (existen fotografías en donde ambos aparecen retratados). La operación -siempre de acuerdo a las palabras de Jack Martin- estaba a cargo de su jefe Bannister, en cuya oficina cercana al centro de la ciudad pululaban cubanos anticastristas y personajes de toda forma, reputación y color (incluído el propio Oswald). La faena de Jim Garrison llevaría a un proceso judicial en donde se intentó probar, a través del testimonio de testigos, que Clay Shaw no solo formó parte de una conspiración para asesinar al presidente demócrata, sino que el mismo mantenía relaciones nutridas con los servicios de inteligencia americanos -no solo la CIA, sino también oficinas de extracción castrense-. Con todo, el caso no prosperó, y Clay Shaw fue considerado inocente en forma unánime y en menos de una hora por un jurado constituído por ciudadanos locales. No obstante, el juicio trajo a la luz aportes de valor, comenzando por la citación judicial gracias a la cual la fiscalía logró hacer pública la filmación del ciudadano Abraham Zapruder. En el material fílmico de 8mm se puede ver con claridad las instancias en que John F. Kennedy recibe el impacto de los disparos, así como también se puede corroborar que un solo tirador -Lee Oswald- jamás hubiera podido efectuar los cuatro disparos que los testigos insisten haber oído, en menos de cinco segundos. Para colmo, el rifle Mannlicher/Carcano hallado -y que, según la Comisión Warren fuera utilizado por el responsable- carecía de una mira telescópica apropiada (se encontraba desviada) y era una pésima elección para atentar contra un blanco en movimiento. Elementos de peso en la óptica de Garrison, pues logró poner sobre el tapete la alternativa de la conspiración, que cobra valor en la ley estadounidense desde el momento en que dos o más personas participan de un hecho delictivo o un crimen. Años más tarde, comenzó a liberarse material fotográfico en su momento retenido por las autoridades. Esas fotografías habían sido obtenidas principalmente por testigos del desfile presidencial y, en el caso de la instantánea de Mary Moorman -que se adjunta con este artículo- se observa a quien sería un segundo tirador, ubicado tras una cerca de madera en lo que desde esa instancia se ha hecho llamar la grassy knoll (lomita con césped). Se observa en la gráfica la presencia de un individuo en posición de tiro y la respectiva humareda de pólvora que surge inmediatamente después de tirar del gatillo. El protagonista porta uniforme policial (se distinguen el color azul marino y la placa), y está acompañado por dos personas con overol de empleado ferroviario (detrás de la cerca existe un tendido de vías). Para aquellos que hemos visitado Dallas recientemente, no deja de ser llamativo que la cerca de madera ha sido mantenida exactamente como en 1963, incluso sin haberse vuelto a pintar. Tiempo después, Jim Garrison publicaría un libro titulado "On the Trail of the Assassins" (En la Pista de los Asesinos). Allí, detalló la totalidad de su investigación, los testigos citados con participaciones y antecedentes, y sus propias reflexiones respecto del complejo industrial-militar que, en su visión, fuera responsable del magnicidio, en complicidad con sectores del establishment y círculos de inteligencia. El trabajo de Garrison fue luego utilizado por el realizador Oliver Stone para llevar a cabo la filmación de la película "JFK" en 1991. "JFK" observa un desarrollo y una edición excelentes aunque, por cierto, la variable emocional es explotada para promocionar la imagen de "cruzado" de Jim Garrison. De cualquier forma, el fiscal sufrió -luego de su investigación en los sesenta- ataques artificialmente montados en algunos casos y en otros no tanto. Entre estos últimos, por ejemplo, se cita su cuestionable modus operandi para tratar con testigos, a los que -se reporta- su equipo amenazó y hasta extorsionó o "contrató" con dinero para que las declaraciones cerraran correctamente con el objetivo del proceso judicial, que era involucrar a Clay Shaw. El verdadero Garrison participó de la producción, interpretando al presidente de la comisión investigadora, Earl Warren. Por otra parte, tampoco ayuda a la tesis de Oliver Stone el hecho de que algunos personajes que el celuloide presenta como testigos del caso, jamás existieron. Es el caso, por ejemplo, del homosexual de compañía Willy O' Keefe. Garrison se defendió antes de su fallecimiento en 1992, reflejando que O' Keefe es una suerte de síntesis de cuatro testigos reales, entre los que figuran Jack Martin y Perry Russo. Tampoco deja de ser curioso que, a pocas cuadras de la locación histórica de la oficina de detectives de Guy Bannister (531 de Lafayette), existe una avenida de nombre "O 'Keefe" [detalle de color, descubierto por El Ojo Digital]. Como corolario para concluír que "JFK" no tiene mayor valor documental, el error de Oliver Stone consiste en haber reparado en numerosos capítulos del libro "The Plot that Killed Kennedy" (El Complot que mató a Kennedy) del autor americano Jim Marrs. El mencionado es conocido en el "ambiente conspirativo", por haber publicado numerosos trabajos sobre ovnilogía y cuerpos de extraterrestres supuestamente recuperados de aeronaves caídas a tierra. Sobra decir que tales antecedentes nublan la credibilidad buscada, al tiempo que bastardean la importancia del evento histórico. Quedan, igualmente, algunos tópicos en el tintero. Si bien el empresario Clay Shaw fue declarado inocente en el juicio preparado por Garrison, una comisión investigadora del Capitolio concluyó años después que era "probable" la existencia de una conspiración en la muerte del ex presidente. Por otro lado, Richard Helms -el referido ex director de la Central de Inteligencia americana- reconoció bajo juramento que Shaw había tenido vínculos con el organismo de espionaje. Clay Laverne Shaw falleció de cáncer de pulmón en 1974 y se prohibió terminantemente realizar autopsia alguna sobre sus restos. Quizás, el aporte más digno de reconocimiento del trabajo de Stone tiene que ver con la recapitulación necesaria del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, cuyos sucedáneos fueron por mucho tiempo ignorados. De algún modo, el objetivo primario de Oliver Stone parece coincidir con la necesidad de refrescar el mensaje presidencial de Dwight Eisenhower ("Ike") quien ya en 1961 alertaba sobre el avance del "complejo militar-industrial" de Washington y su influencia cada vez más creciente en los círculos decisionales del poder. Como fuere, los debates volverán a cobrar vigor este 22 de noviembre de 2010. Por Matías E. Ruiz, Editor. http://twitter.com/matiaseruiz
Por Matías E. Ruiz, Editor