Contradicciones obligadas
"En mis manos te traigo viejas señales son mis manos de ahora no las de antes” (Mario Benedetti)
27 de Noviembre de 2010
Ayer, nuestra Presidente, en la cumbre de Guyana, hizo una apologética descripción de su marido muerto, mientras agradecía a sus colegas latinoamericanos el homenaje que acababan de tributarle.
Tal vez por ese instinto de auto-preservación que los políticos tienen tan desarrollado, los discursos de quienes la antecedieron cantaron loas a un personaje que, seguramente, tenía más de una moneda para pagar los favores del can cerbero. Hablaron de las inexistentes virtudes de alguien que, mientras estuvo en la Tierra, consiguió convertirse en un inventario viviente de los peores pecados de la política, interna y externa.
Sin embargo, la cota más alta de ese patético disparate estuvo a cargo, precisamente, de su viuda. Doña Cristina recordó a don Néstor como el más honesto de sus contemporáneos, justo en la semana en que las computadoras de algunos de sus testaferros e intermediarios están exhibiendo ante el mundo la matriz de descarada corrupción sobre la que se apoyó todo el tránsito de Kirchner y de su mujer, de usureros en Santa Cruz a sucesivos presidentes de la Nación.
El discurso de la señora disparó en mi cerebro algunas preguntas que indican que el Gobierno está obligado, por las extrañas mutaciones que la muerte produce en nuestros pueblos, tan españoles y tan italianos, a incurrir en flagrantes contradicciones.
Hace unos días, trascendieron los resultados de una encuesta realizada por Poliarquía que, por no haber sido contratada por el Gobierno sino por uno de los periódicos que integran el “eje del mal” opositor, fue vista como indubitable; que el oficialismo se ocupara, luego, de difundirla hasta la exasperación fue nada más que una expresión de alegría por los números resultantes.
Pero accédase a ella (la pongo a disposición de quien lo solicite) y se podrá entender el significado del título de esta nota.
La muerte de Kirchner produjo, amén de mucha espuma aportada a la imagen de doña Cristina, algunos datos curiosos.
Que esa imagen positiva de la Presidente y del Gobierno hayan subido tan vertiginosamente con (y por) el deceso de su marido y jefe, obviamente significa que, al menos ella, está mejor sin él.
La disminución tan marcada –en torno a un 7% en cada caso- en la percepción de la inflación, de la inseguridad, de la corrupción y del desempleo, ¿no significa acaso lo mismo que decir que Kirchner era el responsable de esos terribles flagelos o, como mínimo, que no serán tan graves ahora que murió?
Y ni hablar del acercamiento al Fondo Monetario, cuya revisión de los números de nuestra economía, impuesta por el artículo IV de sus estatutos a todos sus miembros pero resistida hasta el final por Kirchner, ha sido aceptada aunque pretenda disfrazársela como mero asesoramiento estadístico.
La imagen de una mayor institucionalización, prometida como bandera en las elecciones de 2007, que la llevó a la Presidencia pero que nunca fue transformada en real, hoy –a un mes de la muerte de don Néstor- vuelve a impulsar a doña Cristina a la cresta de esa ola que parece conducirla a ganar en primera vuelta.
Sin embargo, la forma en que el oficialismo se condujo frente al Congreso en el tema del Presupuesto 2011, habla bien a las claras que no pasa de eso, de una imagen fabricada –como la del velorio- que el tiempo se ocupará de borronear a partir del 1º de marzo.
Discutir en este momento acerca de candidaturas e intenciones de voto de cada político, oficialista, aliado u opositor, es tan conducente como hacerlo respecto al sexo de los ángeles.
La proclamación permanente de una segunda presidencia de doña Cristina, con la que tanto nos agobia por Twitter el “hijo de Jacobo” (¡gracias, Lanata!) aparece, entonces, sólo como una muestra más de la seguridad que buscan las líneas inferiores del Gobierno frente a la posibilidad de volver al desierto político o, aún peor, de ir a la cárcel por corruptos.
Como siempre digo, los argentinos deberíamos dedicar el inminente verano a pensar qué país queremos y, al menos con nuestros votos, cómo lograrlo. Si seguimos con esta actitud esquizofrénica de elegir a legisladores de ochenta partidos distintos, con diversa ideología y diferente historia, y luego pedirles que actúen a consuno, nuestra suerte seguirá en manos de personajes mesiánicos que, en el peor de los casos, además se enriquecerán a nuestra costa.
Y, obviamente, la obligación de nuestros políticos será ofrecernos ideas y plataformas, plasmándolas en declaraciones juradas certificadas notarialmente, para que Dios y la Patria puedan, por fin, demandarlos por incumplimiento.
En resumen, exijamos diariamente –disponemos de miles de medios y de enorme cantidad de tecnologías para hacerlo- que se investigue a fondo todo lo sucedido y se llegue a las tan remanidas “últimas consecuencias” respecto a los casos Skanska, fondos de Santa Cruz, el escandaloso enriquecimiento de sus funcionarios, Antonini Wilson, los medicamentos “truchos” y los troqueles falsificados, la cocaína de Southern Winds, la sobrefacturación de la obra pública, el saqueo de la ANSES y del Banco Central, la persecución a los jueces, y miles de etcéteras.
Estamos a un tris de perder, otra vez, el tren de la Historia y, con ello, dejar de ser viables como país. El brutal crecimiento de las clases medias en Brasil, China, India y hasta África Subsahariana llevará a que 1.200 millones de pobres quieran consumir más y mejor, sobre todo alimentos. Esos que la Argentina es capaz de producir también más y mejor, pero que exige al país la existencia de reglas claras y seguridad jurídica.
Esa es la demanda que la ciudadanía debe hacer a sus políticos: cuáles son sus ideas al respecto y cómo lo harían si llegaran al poder. El compromiso escrito al que me referí más arriba servirá para confrontar promesas y realidades, y para sacarnos todos la careta. Nuestros hijos y nuestros nietos nos lo están exigiendo.
Por el Dr. Enrique G. Avogadro -Abogado-, para El Ojo Digital Política.
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Por el Dr. Enrique Guillermo Avogadro, para El Ojo Digital Política