Tras un manto de neblina
“¿Qué era, decidme, la nación que un día reina del mundo proclamó el destino, la que a todas las zonas extendía su cetro de oro y su blasón divino? … Ora en el cieno del oprobio hundida, abandonada a la insolencia ajena, como esclava en mercado, ya aguardaba la ruda argolla y la servil cadena” (Manuel José Quintana)
Desde tiempos inmemoriales, el kirchnerismo nos tiene acostumbrados a desplegar inmensas cortinas de humo para ocultar los problemas que aquejaron o complicaron su gestión aunque, en realidad, esa actitud no es patrimonio exclusivo de don Néstor, q.e.p.d., o de doña Cristina.
Guardando todas las distancias del caso y con el debido respeto a la gesta nacional, resulta imperioso referirse al momento en que Galtieri, cuando su “Proceso de Reconstrucción Nacional” se caía a pedazos, no tuvo mejor idea que invadir militarmente las Malvinas, llevando a la muerte a casi mil héroes anónimos, para intentar concitar un apoyo interno que permitiera la supervivencia del régimen. La derrota en el campo de batalla y el aislamiento internacional terminaron de tumbar a la dictadura y obligó a llamar a elecciones.
Luego, ya en 2005, para consolidar la sociedad mafiosa con el papagayo caribeño, don Néstor, q.e.p.d., tampoco hesitó en permitir que el venezolano, con Maradona, Evo Morales, Bonasso y la insuperable Hebe de Bonafini montaran el circo de la “contra-cumbre” en Mar del Plata. El costo de esa ofensa a la institución presidencial de los Estados Unidos –no a Bush- lo estamos pagando desde entonces, pero Kirchner logró su objetivo y eso habilitó fideicomisos extrañísimos, importaciones de innecesario gasoil contaminante y de mala calidad, venta de bonos soberanos a tasas infernales y negocios con peajes de 15%.
En 2007, ya sentada doña Cristina en el sillón de Rivadavia, frente a la valija secuestrada a Antonini Wilson con US$ 800.000 aún no reclamados (entre otras once maletas que pasaron sin revisar), la primera y continuada reacción del Gobierno, transmitida al mundo a través de los ministros, fue imputar el episodio a la CIA, a la Secretaría de Estado y al “imperio”, todos conjurados para complicar la vida a nuestro matrimonio presidencial, tan relevante a nivel mundial.
La semana pasada, y con la complicidad de un juez de pasado prostibulario, el Gobierno intentó desplegar otra cortina de humo sobre los reales problemas cotidianos –inflación e inseguridad- con la detención del “Momo” Venegas. La espontánea reacción de todos los hombres del campo, y la corporativa de todas las centrales obreras, hicieron que esa bomba explotara en manos de quien la había fabricado, y dejó la impresión certera de que vendrá un tiempo complicado, a la hora de discutir los aumentos en paritarias.
Por boca del Ministro Tomada, la CGT, la CGT Azul y Blanca y la CTA se enteraron de la negativa del Estado a levantar la alícuota no imponible del impuesto a las ganancias. Sin esa medida, cualquier incremento de salarios terminará en manos de la AFIP y la inflación continuará corroyendo el poder adquisitivo de los trabajadores. Ello hace prever un severo conflicto, y un recrudecimiento -¿”espiralización”, quizás?- de la inflación que, como mínimo, llegaría al 35%, pegando más sobre el sector que, al menos en teoría, es la cantera de votos del oficialismo.
El episodio actual del avión militar norteamericano, que seguramente puede ser explicado como una respuesta a la ausencia de Buenos Aires en la agenda turística del señor Obama, a las filtraciones de Wikileaks respecto a la corrupción monumental del Gobierno argentino, a las objeciones del organismo internacional que comanda la lucha contra el lavado de dinero a la permisividad local, a la falta de confianza de la DEA –y otras reparticiones similares extranjeras- en nuestras oficinas anti-narcóticos, fue fabricado y escalado por la Casa Rosada, con el Palacio San Martín como herramienta, para enmascarar una realidad que ha comenzado a preocupar seriamente a doña Cristina y sus cómplices.
Anoche, nuestra egregia Presidente, al rebautizar una avenida de Rio Gallegos con el nombre de su difunto marido, se permitió referirse al inventado problema con Estados Unidos enmarcándolo en la defensa de la soberanía nacional, mientras era vivada por los imbéciles de siempre y por los aplaudidores alquilados.
Alguien, cualquiera, hubiera debido informar a la Presidente que había elegido un mal día para hablar del tema. Ayer, la Argentina –me refiero al “país en serio”- conmemoró doscientos años del nacimiento de Sarmiento. Éste, que al decir de Carlos Pellegrini en su entierro, poseía el “cerebro más poderoso de América Latina”, sostenía que la lucha por la verdadera soberanía, por la verdadera igualdad y por la verdadera democracia debía darse desde la educación, y lo logró.
En cambio, la defensa de la soberanía que promueve doña Cristina se basa en un país que ha recuperado el analfabetismo, que carece de fuerzas armadas, que ve morir a sus niños por desnutrición y que, sobre todo, ha dejado de ser una república para convertirse en un feudo, un real coto de caza privado de la familia gobernante.
La señora de Kirchner –contra lo que la mayoría cree- no se presentará a la reelección pero, para hacerlo, deberá soportar, y resistir con eficiencia, el embate de toda la banda de atorrantes que tiene alrededor y que comanda, que ha medrado impunemente durante los últimos ocho años y que, con certeza, se está poniendo muy inquieta ante la mera posibilidad de quedar a la intemperie. Eso ha llevado a algunos de los más importantes integrantes de esa trágica comparsa a exagerar sus actitudes, cualquiera sea el costo futuro que ellos –y todos nosotros- tengan que pagar por hacerlo.
Creo que no será candidata porque ya debe haber percibido que cualquiera que la suceda –inclusive ella misma, si fuera el caso- deberá enfrentar una crisis de magnitud estratosférica. Si se piensa, además, que sólo podría renovar su mandato esa vez y que, consecuentemente, perdería poder a partir del mismo momento en que asumiera su nuevo período, deberá coincidirse conmigo en que el panorama no puede resultarle muy atractivo.
Sin embargo, las consecuencias inmediatas de la revolución egipcia sobre la fortuna mal habida de Mubarak, es decir, el bloqueo de todos los bienes que él o su familia tienen en el extranjero, también debe ser un factor complicado en el imaginario presidencial. Una cosa es irse a vivir con su hija Florencia a sus departamentos en Nueva York y otra, muy distinta por cierto, ver que esas “ganancias” de tantos años de trabajo duro no solamente deja de pertenecerle sino que, de acuerdo a la tendencia actual, es devuelto al país saqueado, como sucedió con Haití y los fondos de Duvalier.
La prensa internacional, esa que urde diariamente complots contra los Kirchner, está dando cuenta urbi et orbi de la desaforada corrupción de este Gobierno, y las valijas de Barajas y el avión de Barcelona permiten que el mundo suponga que el narcotráfico recibe protección oficial en la Argentina. Son innumerables, también, las empresas que se han quejado a sus propios países por las presiones que reciben aquí para pagar coimas a funcionarios que, de no recibirlas, les impiden trabajar legítimamente.
Ello, y las renovadas voluntades de los jueces locales después de un cambio de gobierno, auguran a doña Cristina y sus cómplices –las acciones penales contra don Néstor, q.e.p.d., se han extinguido con su muerte- un futuro nada agradable.
Pero lo verdaderamente grave, más allá del daño emergente que han provocado al país los miembros de la pareja, producto de la expoliación y de la destrucción republicana, viene del lado del lucro cesante, es decir, en la pérdida de oportunidades, en un momento en que la crisis del mundo, reflejada en la inusitada alza de los precios de los alimentos, debiera convertir a nuestro país en una estrella refulgente por muchos años.
Cuando Oswald Spencer acuñó su famosa frase (“vivimos tiempos plebeyos”) seguramente no imaginó que resultaría tan aplicable a un país del lejano Sur, en pleno siglo XXI.
Por el Dr. Enrique Guillermo Avogadro -Abogado-, para El Ojo Digital Política.
Web: http://www.avogadro.com.ar/