La doliente Argentina
Los posicionamientos y las decisiones de la política internacional en la Argentina han sufrido vaivenes, cuyas causales pueden ser explicadas fundamentalmente por el “sistema de creencias” de los actores, en todos los casos referidas a sus posiciones ideológicas e interpretativas en lo que se refiere al contexto internacional y a las circunstancias internas que se expresan en el país.
A lo largo de los últimos cincuenta años, y dependiendo de la óptica desde que se las trate, nuestras relaciones han sido erráticas y vinculadas a lo que cada gobierno presupone representar.
Si bien a fines del siglo XIX y principios del siglo XX nuestras relaciones tenían una gran afinidad y de intercambio comercial con el reino Unido, una vez liberados a nuestra suerte un nacionalismo ya anacrónico y la influencia de algunos pensadores o economistas nos condujeron por el errado camino de la confrontación (útil a los intereses de los gobernantes: porque podían despertar pasiones anti-imperialistas, a los que nuestro pueblo es extremadamente sensible) o bien por camino del aislamiento, cuyo resultado es una “democracia condicionada, limitada y devaluada”.
La teoría de Prebich-Singer parte del supuesto que las transacciones comerciales son de “suma cero” y lo que una de las partes gana es porque la otra lo pierde. Por lo tanto –ideología mercantilista por medio– debe transcurrirse por el camino de la “sustitución de importaciones”.
Esto pudo ser creíble en su momento, pero no lo es hoy: las relaciones de intercambio no son de suma “cero”, sino de suma positiva (ambos ganan) de otra forma el intercambio no se produciría. Es posible que ganen en diferente medida, que cada uno busque sus mayores beneficios, pero donde todos ganan.
Y esto es mucho más cierto hoy –en un mundo globalizado nos guste o no– en el que las relaciones de intercambio se multiplican hasta el infinito, han adquirido –tecnología mediante– una inusitada velocidad y magnitud.
Esto significa que los supuestos subdesarrollados no son “explotados”, sino que no han sabido aprovechar las nuevas oportunidades que el mundo de hoy ofrece y por lo mismo su subdesarrollo es producto de sus propios errores y desaciertos.
Entre estos errores el más frecuentes es el del aislamiento, la confrontación y el ver “enemigos” (aún en cada potencial aliado), al que nos llevan posiciones de anacrónico e intemperante nacionalismo, que muchas veces nuestros gobernantes alimentan para sus propios fines: o por desviar la atención de los problemas reales, o por envalentonarnos con aquello de que “lo nuestro es mejor”, o porque “no nos vamos a dejar avasallar”, o aquello de que “no vamos a ser infiltrados culturalmente”.
Pero no nos negamos a usufructuar los beneficios, comodidades, exhibicionismo, utilidad, que los adelantos nos ofrecen cada día y los incorporamos sin miramientos a nuestra cotidianeidad.
Todas estas posiciones de encierro cultural, social y económico no nos permiten incluirnos en un mundo competitivo, pero que ofrece muchas oportunidades, y que se debe estar dispuesto a aprovechar porque el único beneficiado es el ciudadano.
Las barreras arancelarias de todo tipo tienen dos efectos deletéreos: por un lado resultan un incentivo negativo para la producción local (¿por qué debería producir más, mejor y a menores costos si no debo competir y me encuentro protegido?) y por otro el que paga la diferencia es el ciudadano (que debe adquirir lo que hay – de la calidad que fuere – al precio que se ofrece, que por supuesto reducida la oferta y la competencia siempre será mayor).
Pero, además de ello, perdemos posibilidades de intercambio, de innovación e incorporación tecnológica a la producción, con la mejora subsecuente de nuestros productos y la inclusión en nuevos mercados. Cuando uno crece, el intercambio permite crecer a los demás.
Pero nuestros gobernantes parecen responder a las ideas mercantilistas de los siglos XVI y XVII, mientras mantienen un doble discurso: por un lado “quieren incluirse en el mundo y sacar su provecho”, nos incitan a “agregar valor a nuestros productos”. Pero por otro lado, hacen gala de un selectivo proteccionismo que nos aísla. Su obsesión parece ser “el saldo de la balanza comercial”, en tanto que la desconfianza que generan nos mantiene en ese aislamiento. Se trata de un país que no produce de manera acorde a sus posibilidades, con regiones inmensas del país marginadas, con economías regionales primitivas (en algunos casos, de subsistencia) y con una pavorosa falta de inversión (solo se acerca al 1,3% del PBI para el 2010).
Está claro: ¿Quién se arriesga a invertir en un país configurado de esta manera? ¿Cómo no va a haber “fuga de capitales”? La contradicción es evidente, pues este dato atenta contra “el modelo”: se hace culpable a los que pretenden proteger sus intereses de políticas alocadas.
Por demás, todo el esquema afecta nuestras relaciones internacionales. Hemos transitado desde la confrontación real o aparente con los EE.UU. hacia las relaciones carnales y de alineamiento automático con el mismo.
Cuando creímos que el conflicto era la relación del Hemisferio Norte (equivalente a países desarrollados y por lo mismo “explotadores”), contra el Hemisferio Sur (equivalente a países no desarrollados y por lo mismo “explotados”), estuvimos unas veces con unos y otras con otros, en un vaivén permanente.
Tradicionalmente -y en especial hoy día-, parecemos no encontrar el camino. No solo denostamos lo adecuado que sería lograr una efectiva inserción internacional de nuestro país, como en algún momento se intentó, sino que por ello renegamos de posicionarnos junto a los países del primer mundo.
Preferimos el aislamiento y las posiciones altaneras, de aparente orgullo nacional, total “Dios es argentino...” o “como Maradona: todo lo podemos...”. Pero la verdad es que resulta lastimosa la posición de un país que supo ser hasta las primeras décadas del siglo XX una de las primeras potencias mundiales.
Abonamos los compromisos externos a nuestra manera: con una quita del 75%. Porque "se nos canta", y el que no acepta nuestra propuesta, no cobra.
Pero resulta que hoy debemos tanto como antes y todavía le debemos a acreedores privados (y no hemos convenido con el Club de París). ¿Es posible que se nos considere hoy un país serio?
Sin embargo, primero mendigamos una foto de la Presidente con Barack Obama. Luego, parece que para salir de la crisis EE.UU. “copiará” las recetas argentinas (sic).
Como contrapartida, nos enfurecemos porque el presidente de los EE.UU. sobrevolará los cielos argentinos –desde Brasil a Chile– sin siquiera obsequiarnos ese ansiado saludito. Alegremente, le demostraremos a los gringos "quienes somos”. Seguiremos tomando medidas autónomas y en forma unilateral, “a la argentina”, para hacer respetar nuestra soberanía. Ello, a su vez, encenderá el larvado nacionalismo triunfalista de nuestro pueblo: decomisamos, retenemos (solo falta que desarmemos y vendamos las piezas del avión a un desarmadero). Esa carga y los objetivos de tal vuelo habían sido acordados.
El posicionamiento ideológico de nuestro pueblo fue fuertemente influído por las ideas importadas por los inmigrantes de fines del siglo XIX, tanto el anarquismo, como el socialismo y todo tipo de ismos comunitaristas, cuyo fracaso ha sido testigo el final del siglo XX.
Pero mantenemos su cáscara para protegernos y además porque sirve a los gobernantes en sus discursos demagógicos en los que nos prometen toda suerte de bondades, que nos brindarán con la democracia que pregonan, aunque sus errores nos mantienen en el subdesarrollo.
Mientras, el país se debate (plagado de derechos) entre los que legítimamente los reclaman, y los que solo parecen tener obligaciones.
Nuestro derrotero internacional –imprescindible y más en nuestros días– es ambiguo y contradictorio, sabemos que se necesitan inversiones y capitales capaces de incrementar la producción, las fuentes de trabajo y la oferta de bienes, pero al mismo tiempo generamos desconfianza, pagamos menos o no pagamos lo adeudado,,.. la calidad de nuestras instituciones y la ausencia de seguridad jurídica, solo ofrecen alto riesgo. Y además pretendemos una autonomía en nuestras decisiones de la que no gozamos, porque nuestra actitud nos hace cada vez –por lo aislados– más dependientes.
Aunque luego renegamos de esa “dependencia” y al que logró una posición de preeminencia en vez de convertirnos en su aliado para el mutuo beneficio que surge del intercambio, lo encasillamos como “nuestro explotador o enemigo”. ¿Qué clase de falso y anacrónico nacionalismo es este?
Mientras, deambulamos mendicantes de nuevos socios, –viajes con amplias comitivas comerciales– de inversores que dicen “ni”.
En nuestra política desde la última mitad del siglo XX, el “sistema de creencias” ha influído notablemente para que así sea. Los cambios erráticos y los perpetuos redireccionamientos han partido de cada nuevo gobierno, y así continúa transcurrida ya una década del siglo XXI.
¿Podremos insistir hoy en esta actitud viciosa, sin comprender que, dado el contexto internacional actual, ello equivaldría al suicidio?
Por el Dr. Eduardo Filgueira Lima, para El Ojo Digital Sociedad
e-Mail: efilgueiralima @ gmail.com
Web: http://cepoliticosysociales-efl.blogspot.com/
Bibliografía
1.- Russell, R. “Sistemas de creencias y política exterior argentina: 1976 a 1989”, Doc. Nº 204 FLACSO, 1996
2.- George, A. “The operational code”, 1969
3.- Kvaternic, E. “La polarización y la radicalización en las sociedades pretorianas”. ESEADE. Bs. As. 2010
4.- Schmitt, C. “El concepto de lo político”. Folios Ediciones, 1994
5.- Tini, M. N. & Picazo, M. V. “Política exterior y cambio partidario: decisiones internacionales comparadas”. Programa de Política Exterior Argentina, 2004. www.caei.com.ar