El poder de la zanahoria: esfuerzo febril por imponer el tan ansiado Tercer Reich kirchnerista
"El infierno son los otros" (Jean-Paul Sartre)
Las turbias aguas de la política parecen aclararse, luego de incontables meses de indefinición, intriga y nerviosismo. Aunque esa intriga jamás haya sido atribuíble a la ciudadanía, enfocada hoy más que nunca en la resolución de los propios problemas.
Se despeja, pues, el panorama político de cara a las elecciones generales de octubre. Carlos Reutemann finalmente dio por tierra con mil y una especulaciones provenientes de su propio entorno -necesitado de garantizarse protagonismo y futuros negocios- y del peronismo anti-Kirchner. Aunque él jamás lo dirá, lo más probable es que la explicación para su paso al costado pueda encontrarse en las voluminosas "carpetas" que uno y otro lado [kirchnerismo y pejotismo opositor] amenazaban con desempolvar. Finalmente, Mauricio Macri y Francisco De Narváez ya no pelearán por sumarlo a sus esquemas: ahora deberán sentarse a negociar entre ellos, como supieron hacerlo en algún momento. Sin importar que lo hagan con falsas sonrisas o con los dientes apretados.
Daniel Scioli es otro que se ha visto zamarreado por esa realidad que tanto insistió por negar, y que exhibe contundentemente que los únicos números que le brindaban posibilidades electorales emergían de las encuestas y la prensa pagadas de su propio bolsillo [o de los fondos de la Gobernación, para ser justos]. El ex motonauta terminó encerrado en su propio laberinto, transformado en un pútrido cenagal. Aquel que supo colorear con frases abúlicas y con sentencias que ni los bonaerenses ni los intendentes del conurbano tenían ganas de oir. Prisionero de su propia incapacidad, a Scioli lo aguardaba -si insistía con su movida presidencialista- una seguidilla imparable de latigazos que los adláteres del Gobierno Nacional le hubieran propinado sin piedad, hasta cuartearle la espalda. Todo ello, mientras la inseguridad seguía desnudándolo con un tendal de muertos que no dejaba de apilarse bajo el impiadoso sol del verano.
De tal suerte que -créase o no- la oposición peronista comienza a cobrar forma en un eje compuesto por el duhaldismo y el macrismo. Eduardo Duhalde lo ha tenido bastante claro desde el comienzo: el "cierre" podría hacerse perfectamente con Macri o los radicales cercanos al núcleo de Ricardo Alfonsín. A la postre, el de Lomas había propuesto poner al servicio de alguno de los dos la maquinaria para cuidar urnas en el interior. El arquitecto se quedaría con la mitad de los ministerios del futuro gobierno, mientras la Senadora Graciela Camaño y el ala barrionuevista se encargarían de demoler y mandar a prisión a Hugo Moyano, alineando de paso a los sindicalistas del kirchnerismo con ganas de entorpecer. El final de esta historia está aún por verse, porque existe -dentro del frustrado arquetipo del "Peronismo Federal"- un referente que tiene la llave para patear el tablero o bien para asegurar el match. Como a estas alturas resulta obvio, el sindicado es el gobernador puntano Alberto Rodríguez Saá, quien reniega del entorno duhaldista y más aún, de Mauricio Macri, a quien no deja de catalogar como el "convidado de piedra" de la fiesta del peronismo opositor. Cuando el telón electoral se encuentre cercano a caer, Rodríguez Saá podría perfectamente torpedear las chances del frente duhaldista/macrista, postulándose por fuera de la carrera. Como correctamente lo ha señalado Guillermo Cherashny recientemente en la web www.informadorpublico.com, la consecuencia directa de esta jugada partiría en dos el conglomerado entre Duhalde/Macri y peronistas anti "K", dejando el menú para disfrute del neoalfonsinismo.
Una "carta radical" ganadora tampoco desagrada a Eduardo Duhalde, puesto que los yrigoyenistas precisarán de sus servicios para lidiar con el remanente de un gremialismo violento, vicioso y díscolo. Salen airosos los duhaldistas y, particularmente, los operadores amateurs del Movimiento Productivo Argentino (MPA), fachada necesaria para los mitines secretos con macristas/PRO y UCR. Se quedarán sin el pan y sin la torta los militantes peronistas que canturrean las estrofas de "La Marchita" y que hablan ciegamente de Duhalde como si fuera el Mesías llamado a conducir al peronismo originario a la Tierra Prometida. Responderá el hombre fuerte de Lomas -siempre por lo bajo- que estas elecciones no se ganan con el grito de "¡Viva Perón, carajo!" sino que, antes bien, se requiere una dosis extra de pragmatismo. Condimentado con algunas pinceladas de maquiavélica operatoria, desde luego. Al decir de las mentes más frías, el mundo no tiene blancos ni negros: es una enorme zona gris.
Por su parte, el "kirchnerismo sin Kirchner" no ha modificado los libretos. Dividido entre mercenarios e ideólogos contaminados por un vetusto revanchismo setentista, el ambiente del oficialismo se percibe como más caldeado que nunca. Ya hace tiempo han ido a parar al basurero los discursos triunfalistas que abusaban del "Cristina Presidenta" y la publicación de encuestas ganadoras, inapelablemente falseadas a gusto del consumidor. Numerólogos propios ya dan cuenta de la imposibilidad de superar la primera vuelta. Los cibermilitantes parecen haberse tomado unas largas vacaciones. Para colmo, el reordenamiento del pejotismo opositor ha despejado un par de variables misteriosas, liberando la ecuación. Mientras los regentes de los negociados cercanos al poder no cejan un ápice a la hora de promover la reelección de Cristina Fernández Wilhelm, otros comienzan a vislumbrar la necesidad de echar mano de la carta oculta que lleva impresa la efigie del chaqueño Jorge Milton Capitanich Popovich. El aludido insiste en cobijar expectativas en suceder a la viuda, toda vez que se comprenda en Balcarce 50 que un segundo período sería harto desgastante para la protagonista principal y que solo le serviría para dilapidar rápidamente la escasa aceptación que conserva. Algunas porciones del cristinismo refieren que no sería tan mala idea sacar a relucir a Capitanich a último momento y -algo más tarde- blanquear que Juan Manuel Abal Medina representa la figura idónea para pelear por la temporada 2015-2019. ¿Qué se hace cuando no se dispone de candidatos mostrables para aquellos momentos en que las cosas salen mal? Respuesta: se los oculta premeditadamente para que no sufran la secuela devaluatoria de ataques a mansalva.
Recluído en encuentros secretísimos, lejos de las deslumbrantes luces del escenario, el círculo kirchnerista de ultraizquierda -enhebrado y administrado por Kunkel, Zannini, Verbitsky, Garré, Icazuriaga y Larcher, cada uno en su rol y puesto de combate- plantea una suerte de "Plan C", con el cual tomar las calles, al tiempo que se consolida el actual sistema de propaganda "nacional y popular" a base de la programación de actos piquetero-gremialistas de apoyo masivo para Cristina y la insistencia en el lavado de cerebro de jóvenes estudiantes a partir de la implementación de la materia "Escraches I, II y III" en el programa escolar. En simultáneo -y siguiendo a rajatabla los planteos de Vladimir Lenin-, se recorta el poder en manos de las policías y las fuerzas de seguridad. En poco tiempo, ambos podrían ser juzgados por "tribunales populares", conforme a las medidas que se desea imponer de manera inconsulta y ya no tan subrepticia desde el Ministerio de Seguridad de la inclaudicable Señora Nilda.
Puertas adentro, el oficialismo se encierra en su núcleo duro y refuerza la propaganda hitleriana desde el multimedio central, 6,7,8, el "Fútbol Para Todos" (léase: Torneo Néstor Kirchner), Daniel Hadad & Asociados y ahora desde Diario Crónica. A propósito, no sobra recordar que "nacional y popular" suena demasiado a nacionalsocialismo. Especialmente cuando la comunicación que se desparrama observa ese tinte cuasimilitarista en donde las órdenes jamás se cuestionan: se obedecen. Para los poco convencidos -los caudillejos del conurbano, al decir de Carlos Pagni- se recurre al poder de la zanahoria, en la forma del reaseguro de subsidios y fondos para obras públicas. O -método por estos minutos más efectivo- la amenaza de retirarlos. Intendentes y gremialistas ya están bien enterados de lo que podría sucederles si se aventuran en el mundo de la "iniciativa privada". Ante cualquier duda, consultar al Gobernador Daniel Scioli, el "Hombre del Scalextric". En los momentos más álgidos de concentrada estupidez, los promotores del "Modelo" hasta se permiten el lujo de cabrear a la primera potencia planetaria (aludiendo al "curioso caso" del C-17 Globemaster III).
Puertas afuera, podría decirse que el kirchnerismo poskirchner ha abandonado la lucha por capturar los corazones y las mentes del electorado independiente. En este punto, surge el error. Los "pensadores" de la Rosada consideraban que la oposición jamás se abroquelaría en pequeñas estructuras, llegando a octubre desarmada y carente de emblemas o programas. Por estas horas, algunos hombres del rosado edificio ven con temor que existe la chance de que deban enfrentar a dos bloques con un arrastre de votos potencialmente peligroso: por un lado, el eje duhaldista-macrista y por otro, un frente compuesto por los radicales, los socialistas y Elisa Carrió. Y siempre -aunque remota es la probabilidad de ocurrencia, todavía- podría bocetarse un entendimiento [no aliancista] entre estos espectros opositores para atenuar la agresión y concentrar el fuego graneado contra las figuras fantasmales que caminan pesadamente hacia la salida. Ello podría no concretarse en el aspecto electoral pero, ¿qué sucedería si Macri, Duhalde, Carrió, el radicalismo y el socialismo confluyeran en la necesidad de dar forma cabal a una suerte de "Nüremberg argentino" en el cual se colgaría de los pulgares a las figuras más recalcitrantes del ciclo que toca fin, en los juzgados? ¿No sería acaso esta una iniciativa adecuada para que la política le exprese a la ciudadanía -de una vez por todas- que no hace oídos sordos a los reclamos?
En un juego que saben consiste en matar o morir, kirchneristas duros y oficialistas transigentes lo apuestan todo a permanecer o -en el peor de los casos- aumentar el caudal de votos de la derrota para asegurar impunidad. Las diferencias entre ambos no son sutiles: un buen puñado [José María Díaz Bancalari, Miguel Angel Pichetto, Aníbal Fernández, José Pampuro, Alberto Fernández] ha aprendido a construir puentes y a atender todos los teléfonos, llame quien llame. Otros están abiertamente convencidos de que la alternativa de un Tercer Reich kirchnerista es la única salida aceptable. Para aquellos que deseen poner a prueba la analogía tildándola de exagerada, es correcto apreciar que la Argentina del difunto Néstor no exhibe un conteo ilimitado de víctimas del odio racial. Pero sí existe un holocausto cuyas estadísticas no se computan, y tiene que ver con las decenas de miles de muertos que se ha anotado una delincuencia favorecida por el discurso y las políticas oficiales. Esta cifra se ha engrosado ininterrumpidamente desde 2003 y se ha hecho acreedora del titular "Los gritos del silencio".
Para los personajes de rigor -obsesionados con el fraseología e ideología del poder-, solo es aceptable invertir todo esfuerzo en la consolidación de ese soñado Tercer Reich.
Sin embargo, cualquier pequeño desliz perfectamente podría trocar aquella etiqueta, para transformarlo todo en un tenebroso Nüremberg. Allí, los protagonistas principales de la tragicomedia solo cambiarían de asientos.
Por Matías E. Ruiz, Editor
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