Los elegidos, sus entornos, equipos técnicos y sus fracasos
Si algo he aprendido a lo largo de mis largos años haciendo política, es que es ciertamente peligroso no saber conducir el éxito.
12 de Abril de 2011
Cuando la varita mágica del Supremo Hacedor toca a una persona y -por esas inentendibles cosas de lo que está escrito- la misma asciende en la consideración pública hasta transformarse en conductor de las sociedades, parecería que siempre hacen su fatalista aparición los virus. Esos microorganismos que, si no son detectados a tiempo, terminan por destruir la trayectoria del elegido.
ESE VIRUS SE LLAMA ENTORNO.
Lo sufrió Jesucristo con sus doce apóstoles. Supo padecerlo el General Perón -ya convertido en un "león herbívoro"- con López Rega. Y si nos dignamos a hacer un repaso de la Historia, seguramente nos toparemos con incontables "Brutus". Esos que vienen a cumplir el rol de verdugos del Julio César de turno.
El caso de Eduardo Duhalde -"no debidamente analizado", tal como gusta decir a los ascendientes universitarios- es paradigmático, desde aquel tremendo revolcón político que sufriera en ocasión de las elecciones de 1999. Allí resultó perdedor ante aquella tan inentendible como endeble coalición que supo representar el engendro de la "Alianza", a partir del rechazo de una sociedad que lo identificaba muy estrechamente con el inefable Carlos Menem. Duhalde fue prácticamente aniquilado en sus futuras posibilidades. Por esos designios -que me atrevo a calificar de indescifrables- el de Lomas de Zamora llegaría -tan sólo 27 meses después- a paso redoblado a la Presidencia de la Nación. En aquella oportunidad, se ocupó de pulverizar los cristales de las carrozas en las que cómodamente viajábamos los argentinos, hipnotizados por los cantos de sirena que -como omnubilando a Ulises- se esforzaron para convencernos de que un peso valía exactamente lo mismo que un dólar estadounidense. Aquel canturreo había sido ideado por el tristemente célebre Domingo Felipe Cavallo. Ese barco al garete, sin timón ni timonel, se vislumbraba irremediablemente condenado a naufragar o -en el mejor de los casos- a terminar atracando en el puerto equivocado.
Llegaría luego el 2003. Sólo Duhalde sabrá por qué hizo lo que hizo; y solo él sabe quién le aconsejó, convenciéndole de que así lo hiciera. Cuando nadie pensó siquiera en solicitárselo. Tampoco supo tomarse el tiempo para ver a quién verdaderamente le estaba transfiriendo un poder que no supo o no quiso mantener. Las sirenas y "sirenos" -habiendo mutado ya en "entorno"- le indicaron que tumbara el rey, cuando él ya se había quedado hasta con la dama de los adversarios. Solo Eduardo Duhalde estará en condiciones de aclararnos alguna vez a los peronistas -a quienes mayormente sorprendió- respecto del por qué y para qué lo hizo. O, por contrario imperio, ¿existió acaso alguien que intentó desde el "Sí, Eduardo", evitar que sucediera lo que finalmente tuvo lugar?
Fue tamaña la equivocación, a punto tal que el Pueblo Peronista -con ese olfato tan especial que sabe hacer emerger desde sus entrañas- adivinó que el elegido por no sabemos quién o quiénes terminaría convirtiéndose en un evento inapelablemente nefasto para el país. Optó Duhalde por votar en primera vuelta al peor Menem de la Historia, en un quizás póstumo intento de evitar que asumiera el poder otro personaje, de quien intuitivamente desconfiara. Y ¡vaya si tuvo razón al hacerlo!
La retirada de Carlos Saúl Menem en la segunda vuelta -por temor a que una desprolija e inentendible coalición gorilo-comunista lo derrotara- no solo dejó el campo orégano a quienes Perón echara a patadas de "SU" Plaza de Mayo -que hoy se ha apropiado Hebe de EX Bonafini-, sino también al Movimiento Nacional Justicialista.
Pero abandonemos por el momento el relato de esa historia tan dolorosa para aquellos que vemos como la "guevarización" de nuestros jóvenes se ve incrementada día a día, en ese colmo de tratar de fusionar su figura con la de Evita. Dejemos a la vera del camino la entronización de ese traidor inútil que fuera Héctor Cámpora. Hagamos a un lado el desde siempre inaceptable y exagerado endiosamiento de ese personaje tan nefasto que fuera Néstor Kirchner, quien jamás pudo ganar siquiera una elección, ni aún siendo él el candidato más importante de las listas (primera vuelta Presidencial en 2003 contra, como dije, el peor Menem). Aquel Néstor Kirchner que, en ocasión de postularse indebidamente para el cargo de Diputado Nacional por una provincia que no era la suya en el 2009 -sin importar la infinidad de trampas que pudo crear su enfermiza sed de triunfos- fuera derrotado por un desconocido, cuya imagen pública debió agradecer solamente a su imitador en el "burlesque tinelliano"...
Siempre es útil retomar la senda del análisis y estudio de las nefastas connotaciones que evocan los entornos políticos, pues la analogía evoca a aquellas plantas-parásito que nunca cesan de succionar la savia de los árboles. Vuelvo a referirme a ese entorno que conlleva el torcer las trayectorias de los elegidos, siempre de acuerdo a sus intereses mezquinos y/o ignorancia, para transformarse en una suerte de "guardianes pretorianos" que imposibilitan que alguien y/o "álguienes" con nuevas ideas irrumpa un sus paraninfos, creados por ellos y para ellos. Suelo hacer mención a ideas que, de tan viejas, terminan pareciendo nuevas. Ya que las mismas existen desde mucho antes de la independencia de los Estados Unidos de América y que, ya desde mediados del siglo XIX, bullían en los pensamientos de Juan Bautista Alberdi. Ese prócer tan nuestro, que fuera mucho más que la arteria por momentos empedrada y que corre paralela a Rivadavia.
Permítanme, entonces, estimados Compañeros, algo que sin dudas pueden consideran de una petulancia hasta insoportable, de parte de quien esto escribe. Mas les aseguro que el proyecto de país que sintéticamente trata de expresar Eduardo Duhalde, como oferta electoral, producto de sesudas copias de sus "equipos técnicos entornadores" son, a mi entender, ni más ni menos aquello que el a veces desopilante Senador de la Nación Luis Juez califica de "Menos de lo mismo" y que, finalmente, no entusiasma ni contagia a nadie. Porque nunca se ha visto renovada la identidad de los ejecutantes de ese gastado libreto de los remanidos pilares de las campañas, reciclado desde -por lo menos- el momento en que el mencionado fuera elegido intendente de Lomas de Zamora en 1973. A esos planes dilapidados ahora se le agrega una rara especie de Moncloa, para mí de cumplimiento imposible, dadas las deficiencias genéticas que padecemos los dirigentes políticos argentinos, que ni para perder sabemos juntarnos.
Pese a todo, el Peronismo Federal -de a poco y con el esfuerzo originado en los subsuelos de sus entrañas- está haciendo lo imposible para que el Compañero Duhalde pueda ganar en octubre, porque es apto para cualquiera de las dos ubicaciones de privilegio. Afirmo esto desde mi antigua perseverancia en el estudio de las realidades de esta Argentina que no he sobrevolado -como suelen hacer aquellos que dicen que la conocen-, sino que he recorrido permanente y detenidamente para no solamente tener el placer de gozarla, sino de aprender de su gente cuáles son realmente las necesidades y sus miedos ante, por ejemplo, la pérdida de sus escenarios naturales.
¿Qué rara simbiosis hace que lo nuevo de los discursos políticos sea más viejo e inútil que lo viejo? ¿Será por aquello de que, desde las épocas del Pitecantropus Erectus hasta a la fecha, los seres humanos siguen contabilizando idéntica cantidad de neuronas, que continúan tropezando con las mismas piedras?
Mis mejores amigos me recomiendan y aconsejan: ¡No te calentés, Compañero! Yo les respondo que me es imposible enfriarme. Porque estoy hirviendo mentalmente desde acontecida la Masacre de Ezeiza.
Por Héctor Horacio Dalmau -Diputado Nacional (Mandato Cumplido)-, para El Ojo Digital - Cartas de Lectores
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Por Héctor Horacio Dalmau, Diputado Nacional (M.C.), para El Ojo Digital Política - Cartas de Lectores