Modesto consejo para opositores
La renuncia de Mauricio Macri a competir en las elecciones presidenciales, ha dejado a un amplísimo arco de ciudadanos, que piensan en forma diametralmente opuesta al populismo demagógico y al estatismo absurdo, sin un claro referente para esa fecha tan importante para el futuro de la República.
Por otra parte, y como les deben haber informado sus asesores económicos, el “modelo” de rimbante nombre y nulo éxito –salvo para la ex parejita imperial y sus cómplices de toda laya- ha terminado de saquear las cajas disponibles y, en especial, la de la ANSES, quitando la espoleta a una granada enorme que explotará más temprano que tarde.
El campo minado que dejará el kirchnerismo a su sucesor está conformado por aspectos tales como la complicada paridad cambiaria, la inflación creciente, la gran masa (40%) de pobres y miserables, la falta de reservas energéticas, el festival de subsidios cruzados, la increíble decadencia de la educación, la inexistente salud pública, la carencia de una infraestructura apta para el desarrollo, la ausencia total de seguridad jurídica, la destrucción de las instituciones y organismos de control, la porosidad infernal de nuestras fronteras, el creciente problema del narcotráfico, la corrupción desaforada, la esencial dependencia del tipo de cambio en Brasil y del precio internacional de la soja, el desmadre del poder sindical, la inseguridad ciudadana y la indefensión total de nuestra soberanía; lamentablemente, y pese a la importancia de esos temas, no agotan la lista de agujeros negros que recibirá quien se siente en el sillón de la Rosada.
Esos problemas revisten tal magnitud que ningún partido por sí solo, menos aún una persona, podrán enfrentarlos con alguna posibilidad de éxito. Para superarlos se necesitará adoptar medidas heroicas, de esas que la población difícilmente aceptará en forma pacífica, porque llegarán después de un consumo forzado pero convincente. Especialmente, cuando se trata de una ciudadanía tan abúlica como nosotros.
Creo, entonces, y de allí el título de esta nota, que los opositores que aún están en la línea de largada deben ponerse de acuerdo, ya mismo, respecto a algún mecanismo parecido al viejo lema peronista: el que gana gobierna, y el que pierde acompaña.
La traducción es simple. Por una vez, y frente al tétrico panorama que enfrentaremos todos, es necesario que quienes representarán a sus respectivos partidos en agosto, cuando se produzcan las internas obligatorias y simultáneas, firmen ya mismo –esta misma noche, si fuera necesario- un pacto en ese sentido.
Suena ilusorio e ingenuo, lo sé, porque cada uno de ellos tendrá su propia receta para enfrentar esos problemas; por ejemplo, es casi seguro que los radicales, los peronistas federales y los “lilistas” podrán ofrecer distintas soluciones para el tema de la inflación.
Sin embargo, señores, aquí y ahora, esté en juego la República y el país mismo. Creo que, si una vez más fracasamos, no tendremos la entidad necesaria para enfrentar el apetito generalizado del mundo sobre un territorio enorme, absurdamente rico, y conducido por un puñado de cretinos.
Mientras organizamos, entre todos, el generalizado conflicto económico que doña Cristina dejará cuando se vaya (recuerden cuánto hace que sostengo que no se presentará en octubre), podemos adoptar una solución muy heroica, pero transitoria.
La solución que les propongo, señores, tiene en vista la recuperación inmediata de la confianza internacional en nuestro país. Una confianza destruida por el default de 2002, por la disparatada política internacional de los Kirchner y, sobre todo, por la falta de seguridad jurídica.
Nuestra Corte Suprema de Justicia, tan alabada por los psudo bienpensantes, no ofrece ninguna garantía a los inversores; nadie en el mundo, y la fuga de más de sesenta mil millones de dólares de la Argentina es una prueba más que suficiente de ello, cree que podría contar con garantías en cuanto al mantenimiento de las reglas de juego que rijan al momento de decidir invertir: Guillermo Moreno, como herramienta de don Néstor (q.e.p.d.) y de doña Cristina se ha ocupado muy eficientemente de ello.
Mientras tanto, si no conseguimos que esas inversiones lleguen –sea provenientes del ahorro interno hoy fugado del circuito, sea por reales capitalistas extranjeros- la oferta de bienes seguirá restringida (en especial, frente a una demanda artificialmente incentivada), no se crearán puestos de trabajo formales, se exportará y se importará cada vez menos, y la inflación comenzará a espiralizarse, antes de lo que podamos prever.
Mi receta puede no ser fácil de “vender” a nuestros compatriotas y, con seguridad, será un sapo muy difícil de tragar para nuestros políticos pero, mientras alguien no proponga algo mejor e igualmente rápido en la obtención de resultados, seguiré pensando que puede ser la solución. Al menos, Brasil la adoptó en su momento, y con gran éxito por cierto.
Se trata de constituir un fideicomiso, en uno de los países centrales y confiables, con todas las acciones que se encuentran en manos de la ANSES de empresas que cotizan en bolsa, comenzando por el 26% de Techint.
Luego, todos los contratos vinculados con la inversión externa serían garantizados –exclusivamente frente al riesgo de alteración de las reglas de juego, no del éxito del negocio concreto- por ese fideicomiso, y se pactaría la jurisdicción de los tribunales del país en el cual ese fondo estuviera constituido. Con ello, los inversores estarían a cubierto de cualquier “riego-país” que pudieran considerar para decidir su apuesta.
Por supuesto, una solución de este tipo heriría los sentimientos falsamente nacionalistas tan arraigados entre nosotros y, por ello, sería necesario que todos los partidos de oposición se unieran para explicar el remedio y llevar tranquilidad a los ánimos seguramente exaltados.
Cuando, después que esas inversiones hayan llegado y se haya reconstituido la confianza internacional en la Argentina, ya que el país se habrá transformado en una nación nuevamente pujante y creíble, podremos volver a la normalidad y se aceptará que sean nuestros propios tribunales quienes decidan las contiendas.
Este consejo, modesto por cierto, debe terminar con una descripción de las virtudes y ventajas que su adopción traerá para todos nosotros. A medida que se vayan radicando nuevas industrias, éstas exigirán más mano de obra y cada vez más calificada, con lo cual la educación deberá mejorar sensiblemente. Lo mismo ocurrirá con la salud, ya que los nuevos operarios deberán estar mejor cuidados. La seguridad mejorará, pues los inversores exigirán una firme política contra el narcotráfico –han debido pagar su inexperiencia en Colombia y, hoy, en México- y el delito común.
Una economía que se desenvuelve en un ambiente corrupto, rápidamente hace que la libre competencia fracase, y ello hará que comience a disminuir en forma muy marcada. La necesidad de las empresas hará que la inversión en infraestructura y en la búsqueda de reservas de energía convencionales y nuevas se deba transformar en una prioridad.
La industria nacional, de alta calidad pero de muy pequeño mercado consumidor, deberá especializarse en el ataque a los mercados de excelencia y de altos precios mundiales, dejando para quienes pueden producir más cantidad a menor precio el abastecimiento del mercado interno.
En resumen, señores, la Argentina les pide, a cada uno de ustedes, grandeza y sensatez en esta hora, virtudes de las cuales, hasta ahora y salvo contadísimas excepciones, no han hecho gala. Se trata, simplemente, de ponernos de acuerdo quienes estamos hartos de populismo y de clientelismo, de fracaso y de frustración, sobre un tema único y central: recuperar la confianza como país.
La Historia, con mayúscula, se los agradecerá.