Barack Obama, amigo de enemigos
El día 1º de mayo, el mundo se enteraba del deceso del terrorista Osama Bin Laden. El Presidente y Comandante en Jefe de los Estados Unidos de América, Barack H. Obama, anunció la novedad a las 11.35pm (hora de Washington D.C.) de ese mismo día.
En este mensaje, reconoció el esfuerzo de los soldados, de los servicios de inteligencia y por supuesto, remarcó enfáticamente (y de una manera algo infantil) que fue “bajo su dirección” que esta operación fue posible, y que quién “determinó” la estocada final fue él.
Evidentemente, el señor presidente está muy preocupado en que la gente recuerde quién es el Comandante en Jefe; ¿acaso nadie lo sabe? Pues sí, lo sabe todo el mundo. Entonces, ¿por qué Obama necesita recalcar tantas veces lo evidente? ¿Será para demostrar que sus contradicciones con respecto a la guerra en Medio Oriente resultaron efectivas? ¿Será acaso para borrar aquel episodio en el cual uno de los más respetados generales del ejército norteamericano, el General McCrystal, lo trató de inepto y de "confundido" respecto de los temas bélicos de importancia? ¿O simplemente es esta una buena manera de empezar la campaña para la presidencia de 2012? Veamos.
La necesidad del presidente norteamericano de convencer al mundo de su capacidad de líder no es producto de la casualidad. Solo basta revisar sus declaraciones y posturas tambaleantes, frente a la estrategia de la Administración Bush para enfrentar al terrorismo fundamentalista islámico.
Barack Obama llega al poder prometiendo al pueblo americano “esperanza” y “cambio”. Con estas dos palabras, encasilló su campaña, con el objetivo de dar a entender que la política llevada a cabo por Bush cambiaría radicalmente bajo su mandato. Entre estos cambios, se hacía referencia a la guerra del Medio Oriente, a Guantánamo, y a la postura estadounidense de cara a nuevas posibilidades de ingresar en conflictos bélicos, entre otras cosas.
En su corta etapa como senador, se opuso rotundamente a la guerra en Irak. La creyó inmoral, dejando de considerar a Saddam Hussein una amenaza. De hecho, ya en la presidencia, especuló con la idea de levantar cargos penales contra la administración Bush por este mismo tema.
La liviandad con la que Obama acusó a sus adversarios políticos ha demostrado su incapacidad de entender al verdadero enemigo de los Estados Unidos. El -al igual que una porción mayoritaria de los medios- hizo un esfuerzo notable para mostrarle al mundo un Bush "asesino" y un Saddam Hussein castigado injustamente.
El actual mandatario ignoró los alcances de la pelea estaba teniendo lugar en Irak. Esta era muy diferente a lo que él y sus medios amigos dieron a conocer. Las fuerzas americanas no pelearon solas: tuvieron como aliados a aquellos que en principio peleaban en el bando enemigo. Se trataba de miles de civiles iraquíes que se congregaron en diferentes grupos y pelearon junto a las fuerzas americanas. Incluso, en la entrada final a la ciudad de Bagdad, las fuerzas armadas iraquíes desestimaron las órdenes de Hussein y dejaron pasar a las fuerzas americanas y sus aliados. Saddam Hussein cayó, y el pueblo iraquí celebró. El mundo entero siguió estos acontecimientos por televisión, mientras los iraquíes festejaban su nueva esperanza de libertad. Sin embargo, el futuro presidente -entonces senador- no estuvo de acuerdo con la idea de eliminar al dictador que financiaba el reclutamiento de suicidas para la red terrorista Al Qaeda, y que tiempo atrás había aniquilado a parte de su propio pueblo con armas químicas.
Este mandatario, que hoy se autocongratula por la caída de Bin Laden, se opuso a la intervención militar que se llevó consigo a un feroz y maligno dictador. Se puso en la vereda de enfrente de una intervención que democratizó a un país sumido en la más atroz de las dictaduras. Esa misma operación, además, permitió capturar a Al Zawahiri, personaje que -junto a Osama Bin Laden- se hallaba entre los terroristas más buscados.
Obama, además, se alineó con aquellos que –de manera disimulada- justifican el terrorismo, argumentando que es una respuesta a las intervenciones militares de los Estados Unidos. Nada más lejos de la realidad. Basta simplemente con recordar el sinnúmero de ocasiones en que el demócrata Bill Clinton, siendo presidente, pudo detener a Bin Laden y no lo hizo. El esposo de la actual Secretaria de Estado, Hillary Clinton, desestimó cada uno de los mensajes que los servicios de inteligencia de su país le enviaban. Solo necesitaban su orden para poder apresar a Bin Laden y sus secuaces (entre ellos dos de los que se inmolarían luego en las Torres Gemelas), y evitó poner manos a la obra. A pesar de este guiño de "pacifismo" para con los terroristas, ellos no se detuvieron, y terminaron asesinando a poco más de tres mil inocentes el 11 de septiembre del 2001, eso sin contabilizar a otros miles alrededor del mundo.
Entre los dislates del mandatario, podemos recordar también la ocasión en que prometió cerrar Guantánamo. Esta promesa surgió como una buena manera de conseguir electores, ya que fue muy polémica la utilización del método “waterboarding” para obtener información de los terroristas que amenazaban y continúan amenazando la seguridad del mundo entero. Obama, finalmente, se comprometió a cerrar la Base Naval. En enero de 2009 cumplió su promesa, y con bombos y platillos firmó la clausura, prometiendo que métodos como el “waterboarding” no volverían a utilizarse. Dos años después, y sin pedir disculpas, firmaba la reapertura del complejo instalado en la isla de Cuba. Otros dos años más tarde, evitó recurrir a la técnica del “waterboarding” con Osama Bin Laden: directamente ordenó que se le disparara en la cabeza y que se eliminara su cadáver.
Como podemos ver, con sus discursos, Barack Hussein quiso hacernos creer que el mundo era un paraíso amenazado por la desafortunada administración Bush. Esta estratagema le sirvió para conquistar las urnas, y el hawaiano logró llegar a La Casa Blanca. Sus disparates pronto lo dejarían en evidencia, y cada una de sus promesas se convertirían en interminables constantes.
Barack Obama intentó también investigar a la CIA, enjuiciar a Bush y su equipo. Se propuso cerrar Guantánamo y llevar a los terroristas ante tribunales comunes. Intentó convencer de que -durante su Administración- Estados Unidos no se sumaría a guerra alguna fácilmente y sin aprobación previa del Congreso. Este pomposo discurso progresista le valió el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, a sus electores les costó caro el papelón de haber sido tan ingenuos. En la actualidad, los récords de Obama muestran que debió terminar agradeciendo a la CIA por el trabajo de inteligencia llevado a cabo en la operación Gerónimo (la captura de Bin Laden). Pero ella no habría sido posible sin la información obtenida en Guantánamo de los prisioneros que fueron sometidos a los tan cuestionados métodos de interrogación. Y luego está el asunto de la guerra que inició en Lybia sin pedir autorización alguna al parlamento.
¿Se percató Obama de su equivocación, para luego continuar la tónica de la anterior Administración? ¿Maduró el actual Comandante en Jefe y se encuentra ahora a brindarle una batalla sin cuartel a los sanguinarios terroristas, o terminará por cometer el mismo error que Bill Clinton?
Las respuestas a estas preguntas no se obtienen observando al Medio Oriente, ni a la operación que terminó con Bin Laden. Al Qaeda ya estaba debilitada cuando Obama asume su presidencia. Por ende, cualquier éxito atribuíble a su mandato ya le había sido servido en bandeja al actual presidente. La política americana se topa hoy con una amenaza mucho mayor, en su propio territorio. Se trata del narcotráfico, asociado con redes terroristas islámicas que operan en la frontera mexicano-estadounidense. En el propio Estados Unidos continental se contabilizan innumerables asesinatos y secuestros: las grandes ciudades van convirtiéndose, de a poco, en un polvorín.
La actitud de Barack Obama ante este conflicto ha coincidido con la desidia y la defensa a ultranza de aquellos que rompen todo esquema legal. Como Clinton, Obama se lava las manos a la hora de enfrentar la amenaza más grande que enfrenta su país en este momento. La negligencia de Clinton hizo que los americanos debieran lamentar los tres mil muertos de septiembre de 2001. La consabida incompetencia de Obama y el cretinismo demostrado a la hora de utilizar el conflicto fronterizo para sumar votos podrían costar todavía mucho más caro; tan caro, que no sólo la prosperidad de este país se vería amenazada, sino también su más anhelado tesoro, la libertad.