Gobernar: consejos para el futuro dirigente
El Rey había desarrollado todos los atributos para ser un monarca exitoso. Disfrutaba todo el tiempo de su trabajo y empeñaba en ello todo su talento; con generosidad le daba a su pueblo más de lo que ellos esperaban y era agradecido e indulgente...
El Rey había desarrollado todos los atributos para ser un monarca exitoso. Disfrutaba todo el tiempo de su trabajo y empeñaba en ello todo su talento; con generosidad le daba a su pueblo más de lo que ellos esperaban y era agradecido e indulgente (1).
Reconocidamente audaz y valiente, siempre decía a sus ministros: “Donde hay un reino exitoso, alguien tomó alguna vez una decisión valiente” (2).
Era leal y rigurosamente honesto, incluso cuando debía reconocer que estaba equivocado en alguna decisión que derivó en fracaso, porque para el Rey, al éxito se accedía a través de la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo (3).
Su persistencia era superlativa. Tenía la convicción que para alcanzar grandes logros, no solo debía saber para actuar, sino también soñar; no solo desear y planificar sino también hacer y concretar (4) (5).
Entendía que la felicidad no se basaba en las posesiones, poder o prestigio, sino en las relaciones de amor y respeto con las personas.
Nunca culpaba a otros: asumía su responsabilidad en cada área de su vida.
No le temía a los que tenían otra opinión sino a aquellos que, teniendo otra opinión, eran demasiado cobardes para manifestarla (6).
Se reunía con frecuencia en consulta con un reducido grupo de representantes de todos los miembros de la enorme familia real, porque le servía para discutir y pensar; cuando le preguntaban por qué lo hacía, repetía: “si no se piensa, se aprende poco; si no se discute, difícilmente se podrá distinguir los pensamientos útiles de aquellos inútiles” (7).
En fín, el sentido de su vida, era cuidar a su querido pueblo.
Capítulo 1
Pero ahora el Rey está por morir.
Su enfermedad y la inmediatez del final, ya había tomado conocimiento público a través de la difusión oficial y eso generaba una desgarradora incertidumbre y preocupación en su pueblo. Siempre había tenido la total certeza que los grandes líderes de la historia poseían una característica en común: la voluntad de enfrentar de manera inequívoca la preponderante ansiedad de su pueblo en un determinado momento y que esto, y no mucho más, era la esencia del liderazgo (8).
Por eso y pensando en el futuro de sus dominios, convoca al sabio del palacio para que aliste a su hijo, un joven inteligente pero sin experiencia en conducción. La intención del Rey era que su natural sucesor desarrollase habilidades y destrezas en lo que consideraba, después de tantos años de exitoso, respetado y admirado reinado, el factor clave del buen gobierno: saber escuchar para saber comunicar.
El acongojado sabio, que admiraba al Rey por sus dotes de estadista y exquisito gobernante, se dispuso de inmediato a satisfacer la carga pública impuesta. Conociendo como nadie al Rey, comprendió la absoluta intencionalidad de su pedido. Por eso y acosado por el tiempo, su estrategia fue enviar al Príncipe al bosque esa misma noche, con la expresa indicación de escuchar y registrar todos los sonidos que pudiera.
“Qué escuchaste?”, le preguntó el sabio con impaciente curiosidad al día siguiente.
“Lo de siempre: el ruido de los truenos, la corriente del arroyo golpeando las piedras y los aullidos de los animales salvajes”, respondió con un tono distante el atribulado joven Príncipe.
“No alcanza”, pensó el sabio. “Debes volver al bosque de nuevo ésta noche”, le pidió el afligido sabio, moviendo su cabeza con gestos de consternación.
“Escuchaste algo más?”, preguntó ansioso el sabio al día siguiente.
“Sí, cerré los ojos, me concentré más y escuché el crujido de las ramas de los árboles, el repiqueteo de las gotas de la lluvia sobre las hojas, el golpe los frutos maduros cayendo al suelo”, respondió entusiasmado el Príncipe.
Capítulo 2
Sabiendo que la vida del Rey se apagaba con rapidez, el sabio insistió inquieto y mortificado: “debes volver otra vez al bosque”.
Finalmente, al día siguiente el pensativo sabio interrogó con firmeza: “escuchaste algo más?”.
“Si”, le respondió emocionado el Príncipe por el avance logrado, “sonidos que nunca había escuchado antes: el sonido de la salida del sol por la mañana, el sonido de una flor brotando, el sonido del aleteo de los pájaros volando”.
Con una mueca de satisfacción y alivio, el sabio corrió al lecho del moribundo Rey y le confió: “su majestad, el Príncipe ya puede ser Rey”.
“Por qué?” preguntó el Rey apelando a sus últimas fuerzas.
“Porque para ser Rey, es condición necesaria saber escuchar todas las voces del pueblo. Pero eso no es suficiente: además hay que saber escuchar lo que nadie escucha”, dijo el sabio en línea con la visión del Rey.
“Escuchar y comunicar” dijo para sí mismo el rey.
Pensando en su amado pueblo, el Rey miró al Príncipe y le tomó una mano. Después miró al sabio con gratitud y también le tomó una mano.
Respiró profundo y asintió moviendo levemente su cabeza, comprendiendo el sutil mensaje del sabio: el Príncipe ya estaba en condiciones de ser Rey.
Saber escuchar para aprender lo más difícil en la vida: comunicar qué puente hay que cruzar, comunicar qué puente hay que quemar (9), comunicar cuándo se puede luchar y cuándo no, para salir victorioso (10).
Los que lo rodeaban en su lecho, vieron dibujar una plácida sonrisa en su rostro, un instante fugaz antes de morir.
Moraleja
El Rey ha muerto, sos el Príncipe…comienza a escuchar.
Preguntas
¿Qué voces escucha la Señora Presidente? ¿Acaso escucha a todas ellas?
¿Qué voces NO escucha la Señora Presidente?
Si NO escucha todas las voces, ¿cómo gobierna y qué comunica?
Notas
(1) Modificado de H. Jackson Brown, Jr.
(2) Modificado de Peter Drucker.
(3) Modificado de Winston Churchill.
(4) Modificado de Anatole France.
(5) Modificado de J. W. von Goethe.
(6) Modificado de Napoleón Bonaparte.
(7) Modificado de Russell L. Ackoff.
(8) Modificado de John Kenneth Galbraith.
(9) Modificado de Bertrand Russell.
(10) Modificado de Sun Tzu.