La década perdida: tras el fraude, el cristinismo reactualiza el ciclo de poder, con la "suma cero" como resultado
Mientras la UCR, el Frente Popular, Francisco De Narváez y hasta la propia Jueza Federal electoral María Romilda Servini de Cubría denuncian y reconocen el fraude o las “irregularidades” ("simples errores", "votos mal volcados en las planillas", "picardías de las autoridades de mesa"), detectándose tales episodios en no menos de quince mil mesas, el oficialismo reactualiza su ciclo de poder de suma cero.
Las irregularidades no solo han sido cubiertas por los medios masivos de comunicación a nivel nacional, sino también periódicos internacionales como El Mercurio de Chile, The Miami Herald y el Folha de Sao Paulo. Sin embargo, bajo lo que igualmente constituye un evidente encubrimiento periodístico a la hora de profundizar sobre los hechos y su magnitud, una porción importante de la ciudadanía sigue creyendo que Cristina Fernández "batió el récord de votos", por haber obtenido el 50,02%. Este gigantesco caudal que la convertiría en el mandatario que obtuvo más sufragios en los últimos veinticinco años de la historia nacional, además de encerrar una gigantesca mentira, nos termina conduciendo a un período histórico en donde se repite secuencias archiconocidas en la historia universal donde un marco externo favorable, un presidencialismo imperial y las consecuentes pujas por la “sucesión” redundan en un ciclo de poder de suma cero.
Se trata, en definitiva, de una nueva década perdida, y donde las consecuencias podrán apreciarse recién al finalizar dicho período. Conforme lo comentáramos en artículos pasados, CFK obtuvo una clara victoria con un 35,5% de los votos emitidos –y con un presentismo lógico y normal del 63% del electorado- lo que muestra que la “campaña permanente” a la que es tan afecta el régimen kirchnerista y el populismo berreta implementado como política de Estado por el gobierno cristinista (mucho más acendradamente que durante el período de Néstor) dieron sus frutos: el resultado fue que una importante cantidad de ciudadanos optaran por el “modelo continuista” y no se atrevieran a plantearse la posibilidad del cambio, dejando a los opositores más directos a una considerable distancia. Porque Ricardo Alfonsín habría alcanzado casi un 18% y Eduardo Duhalde, un 20%. Un 7% de robo de boletas –absolutamente demostrado y certificado en los distritos más grandes e importantes- y otro 7% de adulteración de los telegramas sirvieron para engrosar el volumen de votos de la Presidente, menguando el de los dos candidatos más “peligrosos” para el kirchnerismo. Tal como sucediera en 2007, oportunidad en que Néstor temió que su esposa sufriera un escenario adverso ante una probable segunda vuelta -lo que se ha dado en llamar el síndrome "Carlos Menem 2003-. En ese entonces, el fraude le garantizó a Cristina un porcentaje extra cercano al 10%. Sus treinta y cinco puntos se transformaron en un inverosímil 45%, impidiendo un segundo capítulo frente a Elisa Carrió.
La Señora y el cristinismo ya eligieron a sus contrincantes de octubre: ellos no son ni Alfonsín, ni Duhalde. Antes bien, el enemigo “elegido” es Hermes Binner y, de cara al futuro (2015) lo será Mauricio Macri. Ninguno de estos dos aspirantes corporiza una opción realmente nacional, en virtud de que el socialista no trasciende y el Jefe de Gobierno porteño continúa sigue siendo desconocido más allá de la Avenida General Paz. Peor aún: los seguidores y militantes de este último terminarán desperdigándose con el tiempo, coadyuvando al juego de suma cero bajo estudio (y que en algún momento sufrirá CFK). La única verdadera preocupación del oficialismo –de triunfar en las Generales del 23 de octubre- tiene que ver con los caciques peronistas que integran la denominada "nueva generación", Urtubey, Massa y Capitanich, o bien los más “veteranos”, Scioli y De la Sota. El Gobierno Nacional cree que logrará disciplinarlos durante los próximos cuatro años e intentando -por medios conocidos, legítimos o no- obtener la posibilidad de la re-reelección de “La Jefa”. Para esta faena, ya cuentan con dos escuderos de fuste, el Juez Eugenio Zaffaroni y el periodista de Página 12 Horacio Vertbisky.
Aquí se vuelve imprescindible obtener una mayoría holgada en ambas cámaras legislativas, o bien asegurar la complicidad lisa y llana de los elegidos como adversarios. Las causas ocultas detrás del amplio triunfo del 14-A (35,5% a 20%, o sea, cerca de 15 puntos con respecto del segundo) refieren a los efectos materiales de las políticas sociales -el clientelismo-, conjugadas con el crecimiento económico –principalmente durante el período 2003/2008-, la recuperación del empleo (aunque luego se amesetara y se reprimieran las estadísticas desde INDEC), y el aumento –real o ficticio en muchas oportunidades- del poder de compra del salario y de las ayudas sociales. Este factor economicista y de populismo no es otra cosa que una suerte de populismo "berreta", pues ni siquiera se trata de un sano asistencialismo que pudiere incrementar los niveles de calidad de vida para refrendar el pertinente ascenso social. A estas causales de índole económica –populismo "berreta"- se le suman causales netamente políticas. Una de ellas se exhibe emparentada con una “identificación” popular –o de cierto sector del pueblo- con la viuda que debe asumir el impacto emocional de gobernar sin su esposo y líder político. Esta identificación emocional catapultó un importante caudal de voto, ya que de una imagen negativa previa al deceso de NCK del 76% se pasó a una imagen positiva cercana al 65% apenas ocurridos el episodio del fallecimiento y el posterior entierro de carácter farandulezco. Se llegaría finalmente a una imagen positiva cercana al caudal de votos obtenidos realmente, durante el pasado 14-A. Esa empatía popular con aquella mujer desvalida, que debía cargar entonces con un país sobre sus espaldas, se vio reforzada por una Cristina que supo hacer gala de un estilo de uso del poder que la mostró como cualquier cosa menos que como aquello que promocionaba ser. Hizo uso de un manejo de decisión y autoridad brutal y hasta despiadado para con los opositores. Por otro lado, el cristinismo exhibió una capacidad para crear un ¨clima de época¨, que emparentaba la continuidad por ella representaba con el cambio que la sociedad exigía: hablamos de la creencia en que la Argentina es “otra”, una que dejó atrás los males que afligieron a la nación de los noventa, el neoliberalismo y la entrega del patrimonio. Estos factores llevan a tratar en sí mismo la temática del triúnfo: estos ciclos comienzan siempre con un marco externo muy favorable, o sea, con fácil acceso al crédito internacional barato o precios de los commodities del intercambio muy favorables; es cuando los argentinos se sienten opulentos, y el “presidencialismo imperial” corporiza absolutamente esa condición que estima definitiva. Su relato es, de este modo, absorbido por el pueblo, y aquellos que detentan el poder terminan siendo rápidamente atacados por el síndrome de la ¨grandeza nacional¨. Se colorea falsamente nuestra política exterior y -otra consecuencia trágica-, los negocios públicos terminan confundiéndose con los privados. El Estado es utilizado para extraerle ingresos a la sociedad y distribuirlos ilegalmente entre un número indeterminado de amigos del poder central. Este núcleo de beneficiarios del esquilmado popular puede ser vasto. En este caso, se redujo exclusivamente a amigos, testaferros, familiares y muy pocos otros entre los que encontramos algunos funcionarios, sindicalistas y empresarios. Es el príncipe –o la princesa en nuestro actual caso- quien se rodea de acólitos que carecen de todo poder de representación propia y los que no pertenecen a éste segmento son observados con desconfianza. Así, los jóvenes pragmáticos y mercenarios de La Cámpora ocupan el centro de la escena y los dirigentes tradicionales del peronismo –bonaerense o del interior- con representación propia y genuina comienzan a ser desplazados por ese idéntico motivo. Este tipo de ciclos suelen acusar también una corrupción rampante, desenfrenada y brutal, donde el Estado es arrasado y las instituciones republicanas aplastadas o menospreciadas, llegando al extremo de que la oposición o los opositores dejan casi de tener juego para el pueblo, que se encuentra obnubilado por el “síndrome de grandeza” y opulencia. Lo triste es que estos ciclos inexorablemente terminan mostrando la cara real de la debilidad extrema de los fundamentos del poder acumulado en un lógica de suma cero o “década perdida”; el principal disparador de la “reversión del ciclo” suele ser la brusca mutación de los términos de intercambio –o baja de los precios de los commodities exportables argentinos-. Si el príncipe democrático fuera prudente, lograría organizar una estrategia anticíclica antes de que aparezcan las manifestaciones de la reversión. Esto es lo que proponía Roberto Lavagna, allá por el año 2006 -contra la voluntad de NCK-, proponiendo aquello que en su oportunidad realizaron los gobiernos de la Concertación en Chile, pues esta “reversión” suele combinarse peligrosamente con los problemas inmanentes a los liderazgos del populismo berreta –o una deconstrucción despolitizante del concepto de pueblo, transformado en audiencia espectadora- del suma cero o década perdida. En lo que hace a la sucesión, las pujas en el seno de las fuerzas oficialistas imperializadas se hará más intensa a medida que se aproxime el final del segundo mandato presidencial. Ante este escenario existen dos únicos cursos de acción: uno de ellos es enteramente consistente con la lógica del sistem de poder, que equivale a ¨ir por todo¨, intentando acaso anticiparse a una inexorable lucha interna. Se hace por la vía de la polarización absoluta del campo político. El otro curso posible es el de seguir el ejemplo de la Concertación chilena, donde el príncipe democrático se basó en la alternancia de candidatos dentro de la coalición gobernante, o el de Brasil con Luiz Inacio “Lula” Da Silva, quien empleó su capital político para sostener una candidatura, luego triunfante, pero sin dañar absolutamente ningún grado de las instituciones. Nuestra realidad luego de octubre es que el oficialismo estará cerca de colocarse en la cúspide de su ciclo. Es poco probable que la oposición logre arrancarle al gobierno una segunda vuelta, pues los argentinos se encuentran hoy montados subidos al exitismo de una opulencia sin sustento.