Señales de humo
Sin la especulación en los mercados no habría liquidez en éstos, sin liquidez no habría mercados, y sin mercados no existiría actividad económica ni progreso posible.
03 de Septiembre de 2011
La especulación, en su sentido más amplio, y dentro de ciertos ‘límites’, ha jugado y continuará jugando un papel central en el desarrollo económico de la humanidad. De ser así, pues entonces ¿en qué momento, de cumplir una función productiva en ese crecimiento pasa a cumplir una función destructiva, una en la que la irracionalidad se apodera de los mercados, escapa a su cauce natural y arrasa todo lo que encuentra a su paso? En el mismísimo momento que el valor que les damos a las cosas deja de ser algo personal, individual, subjetivo, y pasa a ser grupal, colectivo…: ¡el “efecto manada” en acción! Más llanamente: cuando la relación precio-valor-utilidad de las cosas es sustituida por la relación precio-‘timba’. Y ello sólo es posible en un contexto monetario en el que, a un ingreso dado, una mayor deuda ya no se traduce en un menor consumo presente; más bien, y con algo de suerte, conduce a un mucho mayor consumo futuro (y de ahí la timba). De más está decir que este escenario corresponde a uno de… digamos, ‘liberalidad’ en los campos monetario y crediticio (!).
De las cerca de diez ‘burbujas’ financieras que se conocen desde el fin de la Edad Media, tres sobresalen por su naturaleza destructiva: la ‘tulipmanía’ —en la primera mitad del siglo XVII—, la Gran Depresión de 1929 y la crisis financiera de hoy. (Llamémosla ya, de una buena vez por todas, la Gran Depresión de 2007 —año en el que los mercados alcanzaron su máximo histórico—.) Y así como un gran incendio es imposible sin oxígeno y material combustible preexistentes, a toda burbuja especulativa le antecede un periodo de gran liquidez monetaria —el oxígeno— y una idea, creencia o producto nuevo, que es el material precisamente que se oxida violentamente y que al hacerlo libera energía en forma de calor. En consecuencia, la capacidad destructiva de la especulación en los mercados viene dada, por un lado, por el nivel de liquidez monetaria que haya precedido a ésta, y por otro, por la cantidad de ‘combustible’ que se haya ido acumulando durante su gestación.
Así las cosas, no cabe la menor duda de que esta crisis es única, sin punto de comparación en la historia antigua y moderna, y quién sabe, incluso futura. El fin del sistema monetario de Bretton Woods, en 1971, lo cambió todo para mal. Desde entonces, la liquidez global —léase oxígeno— lo único que ha hecho es crecer exponencialmente: sólo en Estados Unidos, la base monetaria ha crecido cuarenta veces, mientras que el PBI real lo ha hecho en sólo tres. Todo ese dinero ‘extra’ ha ido a generar inflación en los mercados de bienes y servicios, y, queda claro, especulación en los mercados financieros.
No es ninguna casualidad y tampoco se debe a ‘desregulación’ alguna que, a partir de ese año infausto, el tamaño de los mercados de derivados financieros —el material combustible, o “armas de destrucción masiva”, según Warren Buffett— haya alcanzado proporciones ciclópeas, tanto así que hoy, por cada unidad de PBI global existen veinte de material com… perdón, de derivados financieros. El mensaje decodificado en las señales de humo es claro y también aterrador, pero es precisamente la irracionalidad colectiva, y no el “individualismo característico de nuestra sociedad posmoderna” —al que José Saramago, en su brillante “Ensayo sobre la ceguera”, le atribuye el origen de todos nuestros males—, la que impide precisamente la entrada de cualquier rayo de luz que nos devuelva gradualmente el uso de la razón. It takes two to tango, Pepe!
*Charles Philbrook es catedrático Distinguido del Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN)
Por Charles Philbrook - Publicado en Hacer.org