Acrobacia moral y arrodillamiento
Entre Felipe Solá, Carlos Menem y otros cien legisladores, las diferencias morales son solamente matices, que pueden ser análogos a los que se dan entre un escarabajo, un murciélago... o una vinchuca.
Ninguno de ellos es conciente de que lleva gérmenes fatales en su alma.
Su carcoma moral, su orgullosa calidad de mercaderes de la deshonra y su patrimonio axiológico de baldío… es mucho más que fatal: es ingénito.
El rasgo más notable y curioso de todos los legisladores del oficialismo es que sus pantalones lucen exageradamente gastados en la zona de sus rodillas. Aún con trajes nuevos de casimir inglés, tienen, sin embargo, un extraño desgaste de forma circular, que está ubicado en la parte delantera, donde sus piernas pueden flexionar.
Nótase menos en las diputadas y senadoras (aquellas que no usan pantalones).
En todas esas legisladoras oficialistas, el enorme desgaste puede advertirse directamente sobre la piel… la cual, en ocasiones llega a dejarles lastimadas ambas rodillas.
La genuflexión es un muy antiguo ritual, cuyo origen más conocido remite a que las personas veneradas, ya fuesen dioses, emperadores, o monarcas de cualquier lugar del mundo, se presentaban, a veces, entre una multitud de gente que se veía obligada a no sobrepasar -con su estatura- la línea de mirada de ese personaje.
La reverencia nació de ese modo. Con un automático arrodillamiento colectivo en virtud del cual, la única persona que podía mirar a todo el gentío desde su altura natural, era -precisamente- el personaje al cual se le rendía homenaje y pleitesía.
En los países árabes o en el Lejano Oriente, el solo acto de la genuflexión, a veces no les alcanzaba a los augustos líderes.
Obligaban a la multitud a que, además del arrodillamiento, todos inclinaran su cuerpo hacia delante y, apoyando sus palmas en el suelo, mantuvieran su cabeza con la frente lo más baja posible.
Eso es, físicamente, conocido con el nombre de postración.
En muchísimos casos, postrarse no era algo espontáneo. Pues, aquel que no se postraba, podía poner seriamente en peligro su vida.
Ya nada falta para poder observar esa misma imagen en el Congreso de la Nación. Los últimos pronósticos y la nueva realidad política que se avecina; las más recientes órdenes que allí se han recibido desde Olivos motivaron un espectáculo patético.
La genuflexión incluye ahora, para estos verdaderos siervos de la gleba, recibir una carpeta con un texto muy voluminoso cuya primera página tiene un extenso listado de todos los arrodilladores. Cada genuflexo firma el “enterado”, sin siquiera leer el contenido.
Avisa, de ese modo con su firma, que se halla en estado de absoluta y ciega obediencia. Listo para arrodillarse. Listo para postrarse.
Llega el día y vota, en general y en particular, lo que sea. Sin titubear, vota la ley que le ordenó la "Señora".
La desbandada residual opositora sabe que ya ni siquiera vale la pena hacer algún discurso bien fundamentado para advertir sobre el gravísimo error que encierra la iniciativa del bloque oficialista.
El arrodillamiento ha desgastado las rodilleras de varios sujetos de los más diversos orígenes partidarios quienes, hieráticos como el mármol frío, han preferido la denigración a la nobleza, y la conveniencia a la virtud.
Con el miedo presente como acicate, el avasallamiento se convierte entonces en un fenómeno multi-radial.
La genuflexión se contagia allí a cientos de lacayos. Muchos, por miedo; otros tantos, por conveniencia.
Es difícil disimular los pantalones gastados.
Ocurre entonces una septicemia de fulminación de la ética de todos y de cada uno de los territorios jurisdiccionales del plexo institucional.
Más: aún de aquellos cuya independencia tradicional del poder político es precisamente la garantía más indiscutible de su legitimidad.
Existe un desierto moral, irrespirable, donde pululan grupúsculos menores y sin iniciativa, advenedizos, mercenarios y oportunistas.
Tipos con la ética de una cucaracha, que no venden a su madre sólo porque han sido huérfanos desde pequeños.
Los Díaz Bancalari, los Pichetto, los Borocotó, las Gracielas Ocaña, los dos Fernández, los gobernadores radicales... Todos campeones de acrobacia.
Saben que, para la Corona, el sospechoso es siempre enemigo.
Una corona que comienza con la imposición de lealtades por terror, y que luego sigue, cambiando eficiencia por incondicionalidad.
Se descarta a todo sospechoso que pueda llegar a obstruir el arrasamiento que está en marcha. Y después del 23 saldrán a cazarlos como conejos.
Los arrodillamientos se contagian muy rápido: a todos los gremios, a los empresarios y a los infames jefes de las corporaciones industriales, cuya representatividad real no es creída ni por ellos mismos.
Los pantalones de los empresarios empiezan a desgastarse a igual o a mayor velocidad que en el Congreso, y todo el ritual de la genuflexión se convierte en una parte fundamental de su ética, inspirada en el marco de una letrina.
Las pocas posiciones de poder que están en juego quedan en estado de congelamiento, a entera disposición del mínimo guiño de un gran conjunto de eunucos que velan por la eliminación absoluta de las impurezas.
Con este único interrogante, convertido en el fundamento que parece avalar "lo menos peor", se enmascara un vergonzoso desdén y una abierta declaración de temor. Sólo con eso, mucha gente fue a votarla en las últimas elecciones (las Primarias del 14 agosto) y lo volverá a hacer, dentro de exactamente un mes.
La justicia no se queda atrás: Procusto y el Proxeneta se arrastran.
Pero hay un Juez que ahora compite con ellos:
Con el único argumento de una solicitud del impresentable Secretario de Comercio, liberó una disposición para que los diarios envíen los datos de los periodistas que han escrito sobre inflación.
Quien esto escribe, ofrece a este Juez, su propio nombre y sus datos.
Por cuanto, aunque es público, me honra haber escrito ríos de tinta sobre la formidable estafa del INDEC y sobre la insólita farsa de la inflación.
Pero, lo que es peor es que, en este momento, sostengo una visión de la trapacería que consagra el delito informativo desde el gobierno y la hace única responsable a la titular del Poder Ejecutivo de una estafa pública.
En otras palabras: lo que he dicho es sólo una pequeña parte del panorama de maniobras dolosas que se perpetran con los indicadores de la República Argentina. Por lo tanto, si antes pensaba en un delito ostensible, ahora pienso en una inaudita banda organizada de abigeos.
Entre las curiosas manías que tiene la Presidente alucinada que tenemos, se destaca su pasión loca por jugar con nafta y encender fósforos arrojándolos al aire. En algún circo, seguramente podría recibir aplausos por sus malabares y la confundirían con una valiente contorsionista, expuesta a ser consumida por las llamas en medio minuto.
Si alguien cree que el juez que disparó este amedrentamiento inadmisible contra los periodistas actúa solo -o fuera de la sintonía de la mandataria-, comete un grave error. Este joven, otro gran postrado, hace como todos: vive poseído por la caricatura y, peor que eso, por una caricatura insolvente y malintencionada.
Al querer señalar la supuesta perversión del prójimo, lo que buscan es escabullir la propia.