POLITICA: POR EL LIC. GUSTAVO ADOLFO BUNSE

La peste

No es en absoluto una exageración avisarles aquí a todos -acaso a los gritos- que lo que se viene en nuestro país es precisamente eso: la PESTE.

03 de Octubre de 2011

La oposición hizo lo que se puede llamar un autoescayolamiento: se envolvieron en unas vendas completamente, luego se embadurnaron con bastante yeso en estado líquido... y se quedaron quietos dentro de un sarcófago cuya tapa se ocuparon de cerrar previamente… hasta que todo se solidificó.  

Pero no es una momificación... por cuanto están vivos, allí dentro.

Están vivos... y esperando escondidos que, en menos de veinte días, suenen las explosiones de una plétora incontrolable de festejos triunfantes.

Se esconden para no ver pasar la caballería, los granaderos, la carroza con flores y con ella detrás -en un descapotado, vestida de luto-, de pie, saludando a toda la turbamulta... con sus manos dentro de guantes de encaje negro... con unos movimientos sinuosos como si limpiara un vidrio empañado.

No tienen la menor idea de qué hacer. Todos ellos, sumados, son el otro 50% del país. Son nada menos que la pulverizada sumatoria de egoístas, que tienen muchísimos más reproches entre ellos mismos, que los que son capaces de consolidar en contra de esta monarca de La Peste.

Albert Camus escribió “La Peste” y la publicó en 1947. Se trata de una maravillosa novela, curiosamente hecha después de “La Caída”.

La peste es el hombre enfrentado al absurdo. Una noción filosófica que el propio autor se encarga de demostrar. Como que el hombre no tiene control de nada en determinados momentos, y suele encaminarse, sin darse cuenta hacia la más absoluta irracionalidad de la vida. Algo que le resulta inevitable, y que lo atrae como lo hace un precipicio con un enfermo de vértigo.

No pretendo aquí refrendar la teoría del absurdo generalizándola. No.

Solo señalar, que estamos cerca de una especie de ejemplo parecido: Camus dice que, aunque muchas veces, las situaciones hacen que la vida no tenga demasiado sentido; los seres humanos, en masa, se dirigen a enfrentarse con el dilema de anhelar caprichosamente, ese “sinsentido”.

Y Camus sostiene que hay tres maneras de resolver este dilema:

1. Cometer suicidio (el autor lo rechaza porque dice que es cobardía).
2. Creer en una realidad trascendental más allá de lo absurdo (Albert Camus rechaza esto como un suicidio filosófico, porque equivale a la destrucción de la razón, que es tan fatal como el suicidio del cuerpo).
3. Aceptar el Absurdo (De acuerdo a Camus, esta es la única solución real. Uno debería continuar viviendo mientras acepta y aún adopta lo absurdo)

Es, pues, esto un alarido de alarma de quien esto escribe, a quienes la votaron y la volverán a votar. Y es piedad, no la crítica fitopaezca

Un grito de alarma absolutamente absurdo, como una regadera en el desierto. Por cuanto nadie ha de prestar atención a estas líneas, salvo acaso porque quieren, recónditamente, mezclarle al lector un poco su angustia con una sonrisa y hacerle tener vívida noción de lo absurdo.   
 
Si alguien tiene la mínima esperanza de que ella gane por menos del 57%, que llame pronto a su psiquiatra para preparar algún cóctel que sirva para los desencantos epidémicos.
     
Desde sus primeros compases de su vals del poder, esta manipuladora de genes totalitarios rampantes ha trabajado en forma ardua en su partitura, buscando por donde fuese, cualquier espacio de desencuentro.

Ha generado con paciencia las mayores grietas y las fisuras sociales.

Por eso estamos aquí hoy, Usted y yo, en este otro 50% absurdo, inocuo, vaciado, difuminado, inservible, reventado... y fatalmente inaudible.

Es autora -orgullosa- de esta espeluznante fractura de la ciudadanía.

La ha hecho, tranquilamente a través de todos sus decretos y en todas y cada una de las leyes, que ha remitido al Congreso.

La ha hecho dinamitando todas las normas que ha decidido ignorar, desde la seguridad pública hasta la educación.

Y la ha hecho, forzando mil disputas y mil inquinas entre todos los sectores ciudadanos. Así, con dolo realmente inaudito, ha consumado la formación de bandas. De simples bandas delictivas, arrojándoles, a cada una de ellas, su propia camiseta... y su propia bandera.

En cada discurso de alcantarilla, en cada Cadena Nacional, tomada hasta para inaugurar un miserable semáforo en la Avenida de los Corrales apeló, sin trepidar un minuto. Rápida como el rayo, apeló a las teorías conspirativas, acusando a varios empresarios, periodistas, economistas y banqueros de ser los únicos responsables de la amargura social, de la inflación, de las inequidades sociales. E incluso del desprestigio del INDEC.
 
Sabe perfectamente bien que hoy campea en la República el mutismo de las ovejas, y que ya está consumado el escayolamiento lastimoso de los cuatro payasos más famosos del circo opositor. (Ricardo, Eduardo, Alberto y Hermes).

Hasta un niño de cinco años sabe que nadie tiene demasiado interés ni el menor arrojo, para chistarle una réplica a este holograma del plástico facial.

Varios ideólogos del Mal seguirán acompañando su gestión. A todos ellos les dio vía libre para exhumar cadáveres de hace cuarenta años, lanzándolos a seguir perfeccionando un escenario de venganza sistemática. Y de los escenarios posibles, el de violar la Constitución y habilitarse para un tercer mandato, es el sueño máximo, desde que su narcisismo le hizo verse linda.

Tiene ella, en su nueva sonrisa de costado, a una enorme parte de la sociedad convencida de que basta ser multitud para ser pueblo.

La unanimidad de los serviles es la base de este tipo de consensos, sólo sostenidos bajo la advocación de un precolapso moral que ella y sólo ella puede encarnar con la solvencia de Catalina de Medicis.

Mas téngase muchísima atención con esto:

Ella -no se tengan dudas- está muy bien preparada para saltar dentro del traje de “víctima absoluta y escandalizada”, y lo hará apenas vuelen por el aire las primeras piedras de la boca del Vesubio sobre la Pompeya donde nos ha sentado a todos… como pavotes.

Y como profeta de su propio desierto político, sin partido y sin proyecto, ella también tiene su propia conciencia del festejo de lo absurdo:

Pues, entonces, festejará el absurdo el mismo 23 de octubre a la noche.

Pero muchísimo más acá de aquello, lo más recóndito de su mente en falsa escuadra, sabe que viene lo que ella diseñó: la peste.

Y no es que venga por la ley del péndulo. No. Sabe que no es por eso.

Sino porque conoce hasta los tuétanos que ella misma armó un verdadero cóctel de inesquivable estrépito bajo la alfombra.    

Y sabe que, en este formidable sofisma en el que nos apoyó a todos, no existe el menor escenario ideal de bienestar al cual aspirar honestamente, y en cuyo camino ascendente poder reconocerse transitando algún día.

El absurdo de su festejo ha de sostenerse en lo contrafáctico: la peste...      

        El conformismo social
        La catalepsia de las metas
        El gran miedo de los subsumidos
        La conmovedora obsesión por el igualitarismo

Y también ese gran infierno -inventado por su mentor- del que según ella ya salimos, pero como absurdo incentivo de adhesión al escape, y no como una mirada al mérito de los nobles.
        
Esta es la peste que  ha de reinar, en vez de ese mundo de fantasía de los ilusos, entre todos los cuales -como una gran nube plomiza- estarán igualmente proscriptos la dignidad y los ideales.

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política