La caja, las normas y la autoridad
Desafortunadamente, en gran medida, en América Latina se vienen sucediendo gobiernos de izquierda. Estos estatizan todo lo que pueden, intercalados con sus primos hermanos -los de derecha- que, por una parte, prefieren que los gobiernos manejen los flujos de fondos en lugar de estatizar...
Desafortunadamente, en gran medida, en América Latina se vienen sucediendo gobiernos de izquierda. Estos estatizan todo lo que pueden, intercalados con sus primos hermanos -los de derecha- que, por una parte, prefieren que los gobiernos manejen los flujos de fondos en lugar de estatizar. Por sobre todo, el segundo grupo se obsesiona con que la caja esté equilibrada y que se cumplan las normas (especialmente en materia tributaria), al tiempo que pretenden reverencias a la autoridad, entendiendo por tales las investiduras de las burocracias gubernamentales.
Personalmente me infunden más temor los segundos. Primero porque el peso del Leviatán puede penetrar con más profundidad envuelto en cáscaras de “sector privado”. Segundo porque el gasto público puede elevarse a niveles exorbitantes siempre y cuando los ingresos se equiparen a las erogaciones como si fuera una virtud que el aparato estatal expropie todos los patrimonios mientras no haya déficit fiscal.
En tercer lugar estos derechistas tienen una noción por cierto atrabiliaria de lo que significa la ley. Para ellos es cualquier cosa que surja del legislativo aunque se trate de masacrar los derechos individuales. No distinguen una norma justa de una injusta. No creen en el sagrado derecho a la resistencia contra el gobierno opresivo (o en todo caso lo creen para gobiernos de izquierda pero no para ellos). En esta línea de pensamiento, constituye una defensa contra el abuso impositivo resistirse a su pago cuando no solo excede todos los límites de lo razonable sino cuando el gobernante no cumple con su misión específica de garantizar justicia y seguridad para, en cambio, inmiscuirse en la vida y en las actividades lícitas de los gobernados. Más aún, según la mejor tradición lockeana, es deber de la gente el destituir a semejantes gobernantes. Esto es lo que justificó, por ejemplo, la rebelión estadounidense en el siglo xviii y las de Sudamérica en el siglo siguiente. Contemporáneamente, esto es lo que justificó la lucha violenta contra Hitler y lo que justificó la sublevación contra el comunismo y la demolición del Muro de la Vergüenza y lo que justifica la destitución de todo gobierno despótico que convierta al derecho de las personas en una parodia. En documentos clave como la Declaración de la Independencia de Estados Unidos se consigna la obligación moral de derrocar al gobernante que no proteja los “derechos inalienables” y que, por ende, “se trona destructivo a esos fines”.
Por último, tienen una idea autoritaria de lo que significa la autoridad, palabra esta última que según el diccionario etimológico deriva de autor, de creador, con la consiguiente connotación de peso moral, es decir, en este contexto, la autoridad no puede escindirse de la conducta no importa la investidura ni la profesión de quien la detente. En este sentido, el autoritarismo es una degeneración de autoridad. El uso de la fuerza de carácter ofensivo siempre mina la supuesta autoridad de quien la ejerce. En este sentido, como queda dicho, es deber del ciudadano libre el renegar de “autoridades” que se conducen como sátrapas, sea cual sea la posición que ocupen en la sociedad.
A diferencia de lo que tradicionalmente ha ocurrido en el mundo anglosajón, en Latinoamérica se generalizó el uso de los “excelentismos” y otras sandeces y gansadas equivalentes para referirse a los mandatarios que siempre actúan como mandantes atropellándose a todo lo que se interpone a su paso.
Es de interés recordar la inscripción de la Piedra Rosetta descubierta al norte de Egipto como una de las referencias arqueológicas más importantes de todos los tiempos, ahora depositada en el Museo Británico. Se trata de un decreto de Ptolomeo V en 196 antes de Cristo aboliendo muchos impuestos en vista de la situación lamentable que venía arrastrándose en Egipto debido a la creciente presión tributaria. Se toma como un símbolo de cordura frente al desmedido avance del Leviatán.
El origen de la tradición de la Revolución Norteamericana —la más fértil en lo que va de la historia de la humanidad— se sitúa en la rebelión fiscal contra los aumentos de impuestos al té establecidos por la corona británica. El historiador Charles Adams en su libro Those Dirty Rotten Taxes. The Tax Revolts that Built America señala que actualmente “el público estadounidense ha sufrido un lavado de cerebro de tal magnitud sobre las supuestas virtudes de los gravámenes y tal es su ignorancia de la historia de los impuestos y sus luchas que no sorprende que las consideraciones de los Padres Fundadores les parezcan extrañas y bizarras” puesto que la carga fiscal excesiva la calificaban de “robo legal” y que “buscaban la libertad, pero no cualquier libertad sino la libertad de los impuestos [abusivos]”. Este es el sentido por el que los Padres Fundadores repetían una y otra vez que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia” precepto que naturalmente ignoran tanto las izquierdas como las derechas cuyo enemigo común es el liberalismo que tiene una mirada sustancialmente distinta del poder que apunta a limitar para que el gobierno “haga el menor daño posible” tal como reza la conocida fórmula popperiana.
En esta misma dirección argumental, escriben veintidós autores en el libro titulado The Ethics of Tax Evasion editado por Robert W. McGee donde se incluyen también detalladas perspectivas religiosas de antaño (cristianas, musulmanas y judías) que fundamentan la defensa propia a través de la resistencia a pagar impuestos abusivos, lo cual espantará a los que aluden al aparato estatal como “la majestad del Estado” y otras bellaquerías de tenor similar puesto que la antedicha resistencia atenta contra la posibilidad de continuar con la succión impune al fruto del trabajo ajeno. En esta instancia del proceso de evolución cultural, un tributo es indispensable para cubrir los gastos de justicia y seguridad del monopolio de la fuerza, pero, de un tiempo a esta parte, la participación de los gobiernos en la renta nacional ha pasado del tres por ciento al cuarenta por ciento en los llamados países libres (y algunos alcanzan al sesenta por ciento con lo que la gente debe trabajar la mayor parte del año para alimentar la burocracia estatal que cada vez más invade actividades propias de la esfera privada). Con la intención de revertir este abuso, en la literatura liberal el llamado “punto óptimo” de la curva Laffer se sustituye por el “punto mínimo” de la misma representación (tal vez con dos tributos proporcionales descentralizados en provincias y municipios: el IVA que tiene la ventaja de cubrir la mayor base imponible y que su metodología de “impuestos a cargo e impuestos a favor” ahorra controles, y uno territorial que también alcanza a las personas de existencia física que no viven en el país, dejando sin efecto el “principio de nacionalidad” en materia fiscal ya que la responsabilidad de protección no abarca patrimonios colocados en el exterior).
Personalmente me aterran los gobiernos derechistas que dicen que vienen a ajustar los indudables descalabros izquierdistas porque sus recetas consisten en equilibrar las finanzas públicas incrementando tributos, el combate a la evasión fiscal y el cumplimiento a rajatabla de normas inauditas en el contexto de nuevos embates a las libertades individuales en nombre del orden con lo que, en definitiva, se hace más adiposo el gobierno que es, a su vez, reemplazado por uno de izquierda en vista del fracaso anterior y así sucesivamente en una competencia macabra por el encorsetamiento y estrangulamiento del ciudadano. Todo esto sin solución de continuidad hasta que algún día se comprenda la tesis liberal de pensadores de fuste como Juan Bautista Alberdi, resumida magníficamente en cuatro pensamientos tan citados y tan poco comprendidos: a) “El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado, en nombre de la utilidad pública”, b) “Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir”, c) “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí todo la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios” y, en resumen, d) “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”.
Alguna vez “se tomará el toro por las astas” y se producirán reformas de fondo para liberar al ciudadano de tanta malaria, con un poder ejecutivo todo reunido en un solo edificio vendiéndose todos los “palacios” de ministerios, secretarías, direcciones y reparticiones absolutamente inútiles e improcedentes en una República, se fortalecerá la Justicia con rigurosos exámenes de derecho para los candidatos a jueces oficiales con el suculento apoyo de arbitrajes privados, y el legislativo se limitará a la administración y el contralor de las finanzas gubernamentales sin entrometerse con ingenierías legislativas altamente inconvenientes y decididamente insolentes.