2012: China, el "songun" de Corea del Norte y el horizonte de un holocausto sin paralelo
El mainstream media y los analistas militares que ofician de enlace con el periodismo de Occidente han optado -quién sabe, adrede- por centrarse en los discursos flamígeros del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad. Pero un número más bien reducido de observadores entrenados comienzan ahora a escarbar en el verdadero rol de Corea del Norte, acaso como "buffer zone" de la República Popular China. El resultado podría devolver una secuencia de peligrosos eventos que involucre a estas dos naciones y la altísima probabilidad de ocurrencia de una catástrofe de proporciones globales, hacia fin del año recién iniciado.
No es que los iraníes hayan "pasado de moda" para las primeras planas de los periódicos internacionales: el ritmo vertiginoso del agenda-setting en los medios occidentales ha impuesto una cobertura obligada -y relámpago- de la reciente desaparición física del presidente norcoreano Kim Jong-il. Ahmadinejad puede, a fin de cuentas, respirar tranquilo. Al menos, por unos cuantos meses. En cualesquiera de los casos, los análisis podrían echar más luz de la que se cree, si de lo que se trata es de unir los puntos entre el destino común de ambas naciones: la República Islámica de Irán y Corea del Norte.
Existe una plétora de razones por las cuales los generales más encumbrados de Washington parecen haber congelado los preparativos bélicos que mantienen a Teherán por objetivo. Entre ellas pueden citarse, por cierto, la cuestión política reflejada en las Primarias -próximas a dar inicio- y el futuro que podría depararle al comandante de todas las fuerzas estadounidenses, Barack Hussein Obama, en noviembre próximo. Sin embargo, y ya incursionando en el terreno militar, no faltan aquellos que recomiendan dejar el estudio de la variable electoral para otro momento, en virtud de que subsisten aspectos más delicados por atender. Los norteamericanos y sus aliados en Europa -se refiere- han comenzado a dotar a Irán de la importancia que se merece, esto es, dentro de un contexto bastante más amplio. Lejos de sincronizar con las incidencias observadas en el capítulo iraquí (un gobierno relativamente abierto que permitía espacio para operaciones de inteligencia), los iraníes aparecen como componente necesario de una suerte de aceitado servomecanismo geopolítico que se ensambla desde la sinergia exhibida junto con el régimen de Pyongyang y la República Popular China. O, para conceptualizarlo de modo más sencillo, el proyecto iraní ya no involucra "soplar y hacer botellas".
En tanto el terreno persa todavía se presenta apto para operativos de infiltración y sabotaje (tal lo corroboran los recientes atentados explosivos en instalaciones militares iraníes), el célebre "Eje del Mal" parece heterogeneizarse. De ahí la postulación figurativa del servomecanismo. Con la expulsión que las fuerzas estadounidenses acometieran violentamente en perjuicio de la figura de Saddam Hussein, era de esperarse que el novedoso tándem enemigo de los cruzados de Occidente aprendiera sobre los errores ajenos. En su oportunidad, el extinguido hombre fuerte de la Babilonia actual se dignó a tropezar con las mismas piedras que otros presidentes del Tercer Mundo en el pasado. Tal como lo hiciera Galtieri antes de Malvinas, Saddam se preocupó -poco antes de la invasión a Kuwait- por conocer la opinión de la embajadora norteamericana de cara a la aventura por venir. La respuesta vino en la forma de una prescindencia diplomática que luego transmigraría en, precisamente, lo opuesto. Irak hizo todos los méritos para "quedarse solo". Hoy, Washington ya no tiene enfrente solo a Teherán, sino también a Pyongyang y Pekín.
Quizás sea hora de preguntarse qué representa Norcorea con exactitud, en su actual contexto geopolítico. ¿Cuál es la razón por la cual este empobrecido país -acosado por la hambruna, la asfixia económica y la desesperación- todavía subsiste? Sin espacio para la duda, muchos estudiosos no tendrán empacho de adornar esta argumentación con la asistencia del songun, expresión coreana que significa -sin vueltas-: "Lo militar, primero". En efecto: la República de Corea del Norte, muy a pesar de los millones de almas que sufren a causa de la carencia de la alimentación más elemental y la crisis energética más notable sufrida por una nación en su historia contemporánea, el país se ha garantizado (de la mano de su desaparecido líder Kim Song-il) el recurrente aprovisionamiento de unas feroces fuerzas armadas. Lejos de ilustrar una simple fuerza de defensa, el militarismo imperante ha adoptado una doble doctrina, de remarcable efectividad: represiva hacia el interior de la patria y disuasiva, de cara a cualquier amenaza externa. Casi como en el cuento del huevo y la gallina, un evento fue llevando al otro y, hoy día, Norcorea dispone de armamento nuclear. Evidencia certificada por el USGS americano (United States Geologic Survey) que, en 2006 y 2009, registró movimientos telúricos de 4,3 y 4,7 grados respectivamente, en la escala de Richter. Lo cual sucedió ni bien Pyongyang anunció oficialmente la detonación de sus primeros artefactos nucleares. La nación dispone de un plan nuclear de importancia, originado a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Ambición gubernamental que siempre ha tenido por cuna al centro de investigación atómica de Yongbyon. A criterio de justificar las dudas de los servicios de inteligencia occidentales, merece la pena recordar que Corea del Norte en nada se parece al antiguo Irak de Saddam. Bajo su régimen, Kim Song-il solidificó de tal manera las políticas aislacionistas del país que se torna prácticamente una misión imposible cosechar información certera sobre sus programas, salvo tal vez la que pueda originarse en los datos remitidos a estaciones terrestres por parte de satélites espía. Con todo, existe coincidencia entre las principales "agencias de tres letras" respecto de la disponibilidad de armas nucleares. La discusión que prevalece en las mesas de arena oscila en torno de las capacidades (medidas en kilotonelaje) de cada unidad de este tipo de armamento de destrucción masiva y del alcance efectivo de sus misiles Taepodong I, Musudan y Taepodong II (entre 2 mil kilómetros y 6 mil, según sea el caso). Aún cuando estas diferencias fuesen paupérrimas -que no lo son-, no caben dudas de que Japón se encuentra, inapelablemente, en la línea de fuego. Como parte de ese espectro del alcance, la alternativa de aquella potencia destructiva amenaza como espada de Damocles a las bases estadounidenses localizadas en territorio nipón. Corea del Sur, conforme lo expresado (¿prometido?) oportunamente por Kim Song-il, llevará la peor parte. De manera casi inmediata, quedando la faena de alerta temprana en manos de NORAD. Y si acaso, en tal escenario, esa alerta pudiere servir de algo para los surcoreanos. El lector comienza a percatarse de que el ninguneo del holocausto judío de parte de Mahmoud Ahmadinejad, presidente de Irán, asoma como un infantilismo retórico: los casi veinticinco millones de habitantes del norte deben apuntarse como potenciales víctimas a los casi cincuenta del sur. Por cierto, jamás podría dejarse fuera de la ecuación a los millones de ciudadanos japoneses que, por proximidad, quedarían expuestos a una lluvia radiactiva letal. Estadística relativa a pérdidas humanas que incrementa su valor, en tanto se considere otro factor, a saber, que Corea del Norte conserva casi media docena de misiles armados con ojivas nucleares simples. Información que, sin importar que atiende a una más elevada dosis de certeza respecto de la relacionada con las armas de destrucción masiva de Irán, viene a poner en tela de juicio el rigor con que los medios periodísticos en Europa y América del Norte valoran al enemigo de ocasión.
Como detalle complementario, corresponde dar forma -nuevamente- a las preguntas: ¿cuál es la importancia geoestratégica de Corea del Norte en el contexto asiático? ¿Por qué el régimen cuyos destinos ha pasado ahora a manos del inexperto joven Kim Jong-un continúa subsistiendo en lugar de -como sería lo más lógico- asistir a su propia caída, explicada en base a sus supinas carencias? Las respuestas pueden rastrearse hasta las mismísimas causas del concepto militarista del songun: ha sido gracias a la cooperación económica y los términos del intercambio con Pekín y Teherán que Pyongyang se sostiene. Como parte de ese intercambio, Norcorea recibe energía de la República Popular China y alimentos de la República Islámica. En simultáneo, la capital coreana del norte aporta tecnología misilística a los iraníes. Bajo el pretexto de la "asistencia humanitaria", los chinos proveen de petróleo al régimen norcoreano pero, solapadamente, firmas del rubro armamentista como la Korea Mining and Development Trading Corporation (KOMID, con base en Pyongyang) operan en Pekin. En Macau, Hap Heng (empresa productora de armas y ligada a los militares de Corea del Norte), conserva oficinas en Macao, en la Región Administrativa Especial china. Esa firma se ha visto involucrada en transferencia de tecnología misilística a iraníes y paquistaníes por igual. Gracias a este material sensible, Islamabad se vio en posibilidad de situarse a la par de la carrera con su enemigo histórico, la India. Se amplía el número de invitados a los juegos de guerra.
Si bien es correcto apreciar que Norcorea funciona como una suerte de buffer zone para Pekín, bloqueando la expansión estadounidense desde Corea del Sur, las conclusiones podrían sacar a relucir ribetes más escabrosos. Objetivamente hablando, el escaso valor humano representado por 25 millones de coreanos del norte en situación de genocidio de facto convierte a estos en peones sacrificables para el gobierno chino en cualquier conflicto futuro que pudiere encontrarlo enfrentado a los Estados Unidos de América. Complementariamente, las carencias en materia económica y de infraestructura solo refuerzan el primer punto. Estas variables, sumadas al mantenimiento de Pyongyang como amenaza militar de proporciones, permite trazar analogías entre el escenario de la península con aquel que se diera en la Cuba de 1962. En los albores de la denominada "crisis de los misiles cubanos", Fidel Castro propuso a Nikita Khruschev sacrificar a la totalidad de la población de la isla por la vía del fuego nuclear, si gracias a esa táctica podía cosecharse una victoria estratégica -y definitiva- sobre el "imperialismo" norteamericano.
Alejándose del cuadro en altura, la motivación para el desarrollo de la hipótesis citada líneas arriba podría ser argumentada por las cabezas del Partido Comunista Chino con vistas a servir de elemento disuasorio de cara a cualquier intervención abierta de norteamericanos, británicos y europeos en el teatro de operaciones iraní. Todo depende, por cierto, del cristal del monóculo con el cual Pekín evalúe la avanzada de Estados Unidos en Teherán. Si de los análisis chinos surge la percepción de que la nueva operación militar de Washington podría conducir al control definitivo de los recursos energéticos del Medio Oriente por parte del "Mundo Libre", China -hoy en medio de una incipiente crisis económica- podría arrogarse el derecho de argüir que Estados Unidos busca asfixiarla financieramente. Después de todo, Irán le provee a los chinos el 80% del oro negro que necesitan. Como tal, la iniciativa occidental para apoderarse de las reservas petroleras más importantes del globo podría fácilmente ser calificada como un acto de guerra.
Queda, pues, margen suficiente para que los analistas apocalípticos que invierten la mayor parte de su tiempo en las profecías del 2012 den forma y color a sus preocupaciones. Con no pocos elementos.
Por Matías E. Ruiz, Editor
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