La consciencia de un gobierno criminal
Ahora ya no se trata de la impericia, ni de la depredación del conjunto de parásitos de la escoria social que nos gobierna. Se trata de corrupción directa y abierta... sobre funciones operativas de los servicios públicos esenciales, cuyos autores sabían claramente que, perpetrando su dolo, iban a provocar una masacre.
Ahora ya no se trata de la impericia, ni de la depredación del conjunto de parásitos de la escoria social que nos gobierna.
Se trata de corrupción directa y abierta... sobre funciones operativas de los servicios públicos esenciales, cuyos autores sabían claramente que, perpetrando su dolo, iban a provocar una masacre.
Se trata de dolo consciente. Con consecuencias fatales previsibles.
Se trata de ladrones de dinero a expensas de la pérdida de vidas que están encaramados (todos ellos) en el gobierno... a nuestra vista y paciencia.
La conciencia de estar en manos de criminales que saben muy bien que su latrocinio deviene en el riesgo de una carnicería humana no coincide con la proporción disparatada del 54% contra el 46%. Ninguno de los dos casos.
No es cierto que el 54% rechaza hoy mismo de plano esa conciencia o la ignora olímpicamente. Ni tampoco es cierto que el 46% la tiene flotando en el plano conductual... de una forma vívida y plena.
La conciencia sobre cualquier certeza suele no ser permanente, ni tener la prioridad atencional del sujeto. La conciencia moral es inmanente. Hay quienes la evocan o la desentierran de su archivo mental por alguna razón de necesidad evocativa... o por un simple reflejo racional.
Pero hay también quienes necesitan -para enfocarla en dimensiones justas- el impacto de una tragedia. A la que se le agrega el desastre final, en una escala de horror y de fatalidad superlativa.
Lo que parece seguro es que la enorme mayoría de nosotros hemos tomado conciencia acerca de que estamos mucho más cerca de Sudán que de Alemania. Mucho más cerca de Haití, que de Canadá.
La diferencia, a partir de ese momento casi violento de conciencia súbita, es nada más que la actitud personal frente a semejante patetismo... en orden al desdén, a la corrupción... y a la criminalidad abierta de quienes nos gobiernan.
Es así, una conciencia plena de que ellos... son plenamente conscientes.
Acaso parezca que ellos no premeditaron una masacre.
Lo que hacen es peor: se roban el dinero del mantenimiento de los medios de transporte que son usados por seres humanos, conectando un riesgo de muerte lineal. Un riesgo que, por esas acciones, se incrementa hacia límites que son un holograma perfecto de la premeditación criminal.
No lo ignoran. Lo hacen sin ignorar esa circunstancia en absoluto. Robarían todos los tubos de oxígeno de una sala de terapia intensiva llena.
Y tienen previsto, en medio de cualquier desenlace trágico, difuminar la responsabilidad en una maraña de escalones de descontrol, precisamente armada por ellos... para favorecer dos cosas de un solo golpe:
El latrocinio a cielo abierto… y la elusión de responsabilidades.
Peor que todo lo anterior (y mucho más que todo lo anterior):
Sin el menor reconocimiento de las culpas propias, sin el menor acto de contrición sobre la perspectiva inadmisible de la acción cometida, resulta imposible aspirar, siquiera, a la menor esperanza de un acto correctivo.
Cuando nadie reconoce nada... es el abismo.
Y aquella conciencia dramática, de estar hoy en manos de unos terribles criminales, se convierte, de este modo, en un formato de certeza definitiva.
En un cuadro que es tan terrible como inmutable, al que todos debemos someternos como una especie de condena rígida e inapelable…
Y lo que es más grave:
Sin la menor esperanza de cambiarle, a todo esto, su clara dimensión de asesinato de masas...
Ni de acortar, alguna vez, el tiempo que habremos de soportarlo.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
e-Mail: gabunse@yahoo.com.ar
Twitter: http://twitter.com/gbunse