POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

La danza de los suicidas

Lecciones sobre cómo dilapidar un 54%, en tiempo récord.

12 de Marzo de 2012

El Affaire Ciccone parece haber potenciado los alcances de la interna reverberante en la que son protagonistas los más encumbrados funcionarios de la Presidente de la Nación. Y todo gracias al breve desfile de la ex mujer de Alejandro Vanderbroele por un puñado de medios, a partir de una miserable mensualidad jamás abonada. Primera lección de la política: nunca dejar heridos. Su ineludible corolario: menos, si se trata de señoras Twitter, Matías E. Ruizdespechadas. En ciertos parajes bucólicos del interior -dirán algunos, expertos en atar cabos-, el asunto podría haberse resuelto con un homicidio y arrojándole el problema por la cabeza al jardinero o pintor de ocasión. Pero, cuando la víctima cruza hacia este lado de la Avenida General Paz y, además, conserva bien nutrida documentación, se multiplican las zonas grises. Y, con ellas, las encerronas políticas y el desconcierto.

El ex Secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi dio inicio, luego de la tragedia de Once, a una serie de conferencias de prensa sin preguntas en donde la prerrogativa pareció orientarse hacia una esmerada provocación de la opinión pública y ciudadana. El impacto de su verborragia terminó acentuando sus ya de por sí elevados niveles de estrés, rematando con la comentada angioplastia. A posteriori, y echando mano de una indolencia pocas veces vista, Julio De Vido tomó la posta de Schiavi y declamó que no podía cargarse con las muertes del Sarmiento a los funcionarios del área. Sus conceptos sonaron a un blanqueo que, desde hacía tiempo, la clase política se debía a sí misma, y solo existió una manera de interpretarlos: "Nosotros no hemos venido aquí para responsabilizarnos por nada". Punto. Y sanseacabó.

Pero el cristinismo no conoce el sabor a poco. Pocas horas después de los tristes manotazos de ahogado que De Vido y Schiavi esbozaran desde el atril, aparecería la más fulgurante estrella del grupo de funcionarios consabidamente liquidados, Amado Boudou, para hacer su aporte. El otrora favorito de Cristina Fernández Wilhelm y a la postre Vicepresidente de la Nación contribuyó con excelencia a la ruidosa danza de suicidas. Sin jamás desmentir detalle alguno sobre las acusaciones que pesan sobre él en relación a Ciccone, se agregó más leños al propio caldero, emprendiéndola contra Boldt, el duhaldismo y, finalmente -cuándo no- La Nación y Clarín, por supuestas actitudes "destituyentes". No fue difícil, en aquella instancia, imaginarse a la Jefa de Estado agarrarse la cabeza y prodigar insultos hacia los cielos, tras percibirse engalanada por una tropa de íntimos tan desprolijos como improvisados. Aunque, con toda probabilidad, se le haya escapado un pequeño detalle, a saber, que Boudou llegó a ese escalafón gracias a su propia mano. Es tarde, pues, para deslindar culpa y responsabilidad con aquello de los "heredados de la gestión de Néstor" o los favores familiares (Ricardo Jaime). El tiempo todo lo cura pero, de igual forma, todo lo convalida.

Julio De Vido y Amado Boudou no tienen ya rescate emocional posible. No interesa quién ocupa más o menos espacio en las primeras planas de los diarios de tirada masiva. El reemplazo de Juan Schiavi por el ignoto y sanamente campechano Alejandro Ramos se parece más a un insulto que a una medida digna de reconocimiento. Si se sospecha que la operación solo tenía por objetivo promover a un sencillo "lavado de cara" para que don Julio continúe regenteando la desastrosa política de transportes en el ámbito de la Nación, por algo será. Y ese "algo" -está visto- se encarna en el medio centenar de decesos que arrojara el conteo de víctimas de Once, junto a los casi mil heridos.

Que el cristinismo oficialista carece de brújula es hoy una extrapolación por demás incontestable. Por si no alcanzara con la inmolación a lo Bonzo que con vehemencia y en repetidos capítulos continúa obsequiándose Amado Boudou, ahora el eternamente cuestionado Ricardo Echegaray se ha sumado al coro de los defensores del Vicepresidente. El taxman número uno del país puso de suyo para criticar al juez en lo Comercial Javier Cosentino, quien a su debido tiempo levantó la quiebra de Ciccone tras un pedido elaborado desde la mismísima AFIP. No es la primera vez que Echegaray cae víctima de su propia incontinencia verbal: alguien podría decir que, en su condición de técnico, carece de la viveza criolla del político, personaje bien entrenado en las artes de la oratoria y el sofisma. Así, pues, no parece ser el mejor momento para los técnicos de pura cepa: tanto el titular de AFIP como Boudou, Schiavi y De Vido son precisamente eso: tecnócratas. Son más proclives que otros a caer prisioneros de discursos desprolijos y, en definitiva, a terminar esclavos de sus propias palabras [y el correspondiente archivo].

Por ello, no deja de extrañar el plus retórico con el que el Ministro del Interior, Florencio Randazzo, acaba de condimentar la receta oficial para el desastre. El oriundo de Chivilcoy (reconocido incluso por referentes opositores como albacea de la escuela más tolerante del oficialismo) declamó ante los medios de prensa nacionales que él no tuvo nada que ver con la filtración de datos relativos a las travesuras de Boudou en Ciccone y otros por ahora desconocidos rubros. En efecto, Randazzo no carece de razón. Pero desbarrancó peligrosamente en la desmentida, recurriendo a conceptuaciones dignas de alguien visiblemente enfurecido: "Es absolutamente falso y estúpido, y no creo en eso". En política, el que se enoja, pierde. Y las cosas solo pueden ir a peor si se echa mano del trillado recurso de inculpar a los medios. Florencio dixit: "No hay dudas que es una operación de los medios que quieren intentar que haya problemas en el Gobierno". A la hora de inscribir su nombre en la propia lápida, el jefe de la cartera de Interior remató con una aseveración que ya se ha convertido en la comidilla de charlas de amigos y encuentros de café: "No hay internas". No faltará quienes le compartan, sotto voce, la identidad de los responsables de las filtraciones en perjuicio del Vice. Y volverá a reconvertirse aquella vieja frase, pero en novedosa formulación: "¡Es La Cámpora, estúpido!". Desde luego, es comprensible que él no se encuentre en la mejor posición para refrendarlo. Pero Randazzo no debería dejar de tener en cuenta que, el día de mañana, la percepción ciudadana no diferencia entre uno y otro funcionario público. El colectivo social reflexiona siempre en términos binarios o, ciertamente, maniqueos: "Es K o no es K". La gente ordena sus pensamientos -vaya ironía- exactamente como el kirchnerismo cristinista le ha enseñado a hacerlo. En virtud de ello, la propaganda jamás debe quedar a cargo de intelectuales de sinapsis reducida (en este caso, jóvenes sin coordinación, conducción ni formación). Prerrogativa fundamental en la ciencia del conflicto o, si se quiere, en el milenario arte de la guerra.

Así las cosas, ya han transcurrido demasiados días desde la última Cadena Nacional de Radio y Televisión (que se ha dado en rebautizar bajo el título de "Aló, Presidenta"). Quién sabe, el futuro cercano podría encontrarnos sentados frente a la pantalla de la Televisión Pública, para ver cómo una horda siniestra de jóvenes lenguaraces y chillones caminan pesadamente en torno de alguna gigantesca fogata... con la meta de reducir a cenizas la reciente publicación de Laura Di Marco. Una instantánea que se presentará con el pasado como prólogo.

Pero no se preocupe: Usted también tendrá la oportunidad de aportar el libro de su elección. Eso sí: difícilmente le será ofrecida la alternativa de quedarse en casa.


Por Matías E. Ruiz, Editor
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