Ir por todo y volver por nada
Van "por todo". Veamos bien qué significa exactamente este escalofriante concepto de intenciones -supuestamente colectivas- del semianalfabetismo.
Van por todo.
Veamos bien qué significa exactamente este escalofriante concepto de intenciones -supuestamente colectivas- del semianalfabetismo.
He dicho, en mi última disertación (días pasados) que nos encontramos en una perfecta "abortocracia": el gobierno de los abortos de la naturaleza.
La República es, lisa y llanamente, un andrajo político y social.
Un juez, casi con un cartel en la frente de ultraoficialista, desde que se hizo cargo de la causa de un extravagante joven corrupto estructural con guitarra y moto, venía ayudándolo de mil modos a través del contacto casi impúdico con los abogados de sus socios.
Se mandaba mensajitos de texto. ¿Es, acaso, un idiota?
Véase bien que no lo es. Y véase bien la maniobra.
Como tenía fama de puro, recto y honesto -todo lo cual es obviamente falso-, avanzó con una especie de aura de presuntiva independencia que mantuvo a todo el mundo en un palco de respeto solemne.
Trabajó descaradamente para dejar sin efecto las acusaciones que había sobre todos los vinculados a aquel joven corrupto con poder "en moto".
Les dijo a sus abogados que algunas apariencias había que guardar y que algunas "medidas" tenía forzosamente que tomar. Precisamente para poder hacer luego un sobreseimiento protocolar, fundado en episodios que serían visibles y evidentes ante toda la ciudadanía.
Le dieron un guiño, pero siempre haciéndole notar que se debía reportar sus acciones, ante cada paso que diera.
Lo controlaban con preguntas absolutamente descaradas, por mensaje de texto. El no ignoraba esa relación:El que lo hacía era un enviado del corrupto, quien dialogaba con el juez como si el magistrado fuera un empleado de muy bajo rango.
Daba por hecho un sometimiento que podía pasarle el rasero por cualquier cosa que mostrara el magistrado.
El Juez creía que, en cierto costado recóndito, un mínimo de respeto le profesaban. No, señor. Lo que le exigían era un sometimiento rayano con la postración absoluta.
El magistrado sometido hizo entonces un allanamiento, descentrado, ectópico e inconsistente -pero absolutamente protocolar- que ya les había avisado a “ellos” que lo iba a hacer. Sin decirles dónde ni cuándo.
Y asumió que sus mandantes estaban sabiendo, con tranquilidad, que él era su aliado y que cualquier cosa que hiciera se sobreentendía que se hallaba enmarcada en el riguroso fin de servirlos.
Pero no; ellos se enojaron con el "cadete" por una sola causa: no avisar ni pedir permiso para ejecutar esa parte de la farsa ya pactada.
Lo retaron por mensaje de texto.
Para demostrar que un juez federal no tiene margen para otra cosa que la obediencia ciega al Ejecutivo que lo ha nombrado, lo impugnaron; aún habiendo sido ayudados por él. Lo impugnaron para que se entienda que, al juzgado, lo manejan ellos.
Al abogado que traficaba mensajes de texto con el Juez (aún no se sabe la causa) no lo han expulsado todavía de la matrícula.
Se trata de una abortocracia, claramente. La división de poderes es esto.
Y, en otro sentido, he dicho que es también una "desfalcocracia". Un holograma de país, saqueado por sus gobernantes ante nuestra vista.
Los mercenarios que formaban parte de la escolta de los emperadores de Roma se llamaban latro, latronis. Y el verbo latrocinare significaba "servir en ese pequeño ejército que era la escolta del imperio".
Con la descomposición del Imperio Romano, el sueldo de los latronis empezó a demorarse, hasta que terminó por no llegar más. Con lo que, por tratarse de asalariados que tenían el derecho de portar armas, se convirtieron en ladrones y salteadores, dando lugar al significado actual de ladrón y latrocinio.
Ella, nuestra viuda plañidera -después de la muerte del Corruptor- se las tuvo que ver súbitamente con una gran parte de "arreglos" y pactos dinerarios, distribuciones por izquierda, premios raros mensualizados, cuotas negras, alícuotas por contraprestaciones especiales de servicios muy privados y compromisos personales íntimos, gran parte de los cuales eran manejados por la "cohorte" de cajeros que tenía el extinto y que encabezó siempre el Gran Visir de la Planificación Federal.
Tuvo, pues, que proceder ella a convalidar o a colapsar -según su criterio- las partes de la trama que consideró apropiadas a su visión de latrocinio y que lucían ciertas y útiles... o acaso sin fundamento.
Lo dijo, modulando las palabras en Rosario. Y, en estas horas, lo va a decir en voz alta en la cancha de Vélez, pues ya le importa un bledo:
Vamos por todo.
Y esto incluye la reforma constitucional y su re-reelección; no les quepa a nadie ni la menor duda de lo que aquí señalo.
Los más elementales niveles de conciencia crítica ya han caído fulminados en todo el arco político. Aturdidos, reducidos y saturados por legiones que enarbolan la peor perversidad organizada desde el gobierno del Estado.
Es el prolegómeno de la pérdida de la conciencia crítica social y del colapso de la identidad de las cosas simples.
El hartazgo suele devenir en el remolino de un prolapso imprevisible. Todavía existe un considerable porcentaje de gente que les cree todo. Aún viéndolos robar, los prefiere: entregado ya a cualquier humillación, abnegado y muy urgido por la vida, intuye que este gobierno conserva ventajas para sostenerse, más por la inexistencia de la oposición y sus errores, que por los méritos propios.
Los jueces como éste -que todos conocen-, como el del anillo y casi todos los demás, en su mayoría, juraron apoyando la mano sobre una olla de locro carrero o algo así; donde aceptaron cumplir fielmente con todos esos axiomas políticos permanentes para la magna posteridad nacional de la República.
Es penoso que la sociedad haya quemado y convertido en cenizas su único reaseguro de dignidad: la conciencia crítica.
Es penoso que varios millones convaliden “ir por todo”.
Y es penoso que, además, vayan con ella por todo.
No quedará nada.
Aún empujada por el gobierno a hacerlo, la sociedad no tiene excusa humana posible.
Deberán volver de allí... algún día. Todos deberán volver.
Y se verá allí que habrán ido por todo... y volverán por nada.
La contracara peligrosa, para el gobierno, es que todos los parásitos de la escoria social que rodean a la viuda saben bien que esa cabriola se va a estrellar... más temprano que tarde contra la realidad.
Verán espantados, un día, lo que es ir por todo... y volver por nada.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
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