El silencio de los intendentes
Quién gobierna bajo el signo del miedo no puede representar de manera creíble a la ciudadanía. Por el contrario, es más probable que termine sometiéndose frente a aquel de quien recibe presiones.
Quién gobierna bajo el signo del miedo no puede representar de manera creíble a la ciudadanía. Por el contrario, es más probable que termine sometiéndose frente a aquel de quien recibe presiones. Esto es lo que sucede en numerosos municipios de la Provincia de Buenos Aires. Se conoce de intendentes que, a puertas cerradas y con el micrófono apagado, denostan las políticas y las formas del actual Gobierno Nacional. Se definen como opositores y llaman a trabajar para ser la opción en las próximas elecciones. Sin embargo -e inexplicablemente-, al momento en que se les pone un micrófono abierto enfrente, en lugar de hacer públicos y explícitos estos pensamientos, no hacen más que aplaudir y acompañar las políticas que en privado dicen no compartir y declaman combatir.
Las excusas son múltiples, a saber, que no pueden "exponer" a sus municipios, que deben pagar cuentas que sin el apoyo de la Provincia o de la Nación no podrían hacerlo, que no pueden generar un enfrentamiento, etcétera. Pero ninguna de las razones citadas parece sincera. Antes bien, se tiene la sensación de que quienes las producen se perciben más preocupados por sus propios destinos antes que por el de sus representados. Pues, en efecto, nadie puede acompañar o apoyar políticas que considera nocivas para sus vecinos, a sabiendas de ello. Su obligación, en todo caso, coincide con la necesidad de combatir e incluso confrontar y denunciar esas políticas.
Difícil es, por estas horas, poner en tela de juicio la gran inseguridad que azota a la Provincia de Buenos Aires y a tantos distritos del país, o la preocupante inflación que nos afecta a todos. O la falta de discusión de políticas sobre minoridad que reclama la sociedad y que nadie en la presente Administración está dispuesto a discutir. O el cepo cambiario, que afecta la posibilidad de las operaciones más elementales. O la intromisión cada vez mayor del Estado en nuestra vida privada, exigiéndonos proporcionar cada vez más información. O los incontables actos de corrupción que presenciamos y que parecieran no acusar la respuesta adecuada ni de parte del Ejecutivo ni del Poder Judicial.
Todos estos ejemplos están afectando gravemente nuestra cotidianeidad. Se asiste a una cada vez más acuciante restricción en perjuicio de nuestros derechos constitucionales. Se nos dice permanentemente qué podemos hacer y qué no. Se nos reta por Cadena Nacional y, lo que es peor, se nos advierte que debemos temer a la Presidente de la Nación.
Luego, sorprende que no exista jefe comunal -salvo honrosas excepciones, como es el caso del Intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino- que alce su voz contra estas políticas nocivas. Incluso sorprende asistir al apoyo que muchos intendentes brindan a las propuestas cuestionables de la Casa Rosadal en tal sentido, allí está el caso de la carta que remitieran a la Señora Presidente de la Nación los alcaldes de San Miguel, Pilar o Escobar, por ejemplo. (Ver el link http://www.latecla.info/3/nota_1.php?noticia_id=54728)
Definitivamente, las conductas exhibidas por estos jefes comunales no se condicen con los reclamos explicitados por los vecinos por ellos representados. La manifestación y movilización acontecida hace pocos días hacia la Plaza de Mayo y distintos puntos de la Provincia de Buenos Aires y de todo el territorio nacional constituyen sólida prueba de ello.
Ante la falta de representatividad que experimenta el ciudadano en general -lógicamente, quien esto escribe se refiere a aquellos que, en justo derecho, no comparten las políticas de la actual Administración Nacional y Provincial-, la población se manifestó per se y acéfala de conducción. Solo se organizó a través del Internet y las redes sociales, autoconvocándose para expresar su firme reprobación a las políticas y conductas enunciadas precedentemente, y que perjudican las libertades y la existencia diaria de la ciudadanía. Más importante aún: estos ciudadanos indignados se ocuparon de enviar un poderoso mensaje a sus dirigentes, haciéndoles ver que han perdido el miedo. Si acaso lo hubieran tenido, ese sentimiento es ahora parte del pasado.
Por desgracia -y hasta el día de la fecha-, pareciera que la gran mayoría de la dirigencia sigue sin hacerse eco de estas gigantescas demostraciones públicas de rechazo y reprobación por parte de los vecinos. No se ha oído de intendentes que salieran a apoyar lo expresado por sus representados; ni siquiera se ha visto que ejercieran defensa alguna frente a los ataques de que fueran objeto por parte de funcionarios allegados a la Casa Rosada.
¿Será que realmente esos jefes comunales se encuentran alineados intelectual e ideologicamente con el pensamiento y las políticas del gobierno? En tal caso, sería no solo prudente sino recomendable que el vecino de cada uno de esos municipios tome debida nota de ello, para que lo tenga presente al momento de emitir su voto en la próxima elección.
Lo cierto es que la movilización de la sociedad de los otros días no puede ni debe pasar desapercibida para nadie. Ello, por cuanto se esboza en la prueba más elocuente de que algo está fallando en nuestra todavía joven democracia. Demasiada gente se manifestó en las calles de manera probadamente espóntanea como para que no sirva de llamado de atención a los partidos políticos. Estas estructuras fueron superadas y -está visto- no han sido capaces de contener ni de canalizar ese descontento popular. Desde otro ángulo, desde Balcarce 50 solo se descalicó a los participantes de las marchas. Estos ciudadanos fueron irreparablemente agraviados, negándoseles el derecho fundamental de manifestarse. por el simple hecho de "estar bien vestidos" o porque -para alguno- "tenían miedo de pisar el pasto"...
En momentos en que desde el Gobierno Nacional se llama a la participación de los jóvenes, no deja de sorprender el cruento ataque en perjuicio de esa masiva movilización popular del 13S, que descolló pr se los debería denominar o calificar como ecisamente por la participación de la juventud. Un dato no menor y a tener en cuenta es que, a la hora de intentar devaluar esa demostración ciudadana, la Casa Rosada la tildó de una protesta menor, solo limitada a "la clase media". Acaso sea hora de que estos cuestionados funcionarios recuerden que la clase media representa, en la República Argentina, prácticamente el 75% de la sociedad.
En el libre juego de la democracia, es aceptado que quién tiene las riendas del gobierno defienda su condición y su agenda. No obstante, es cuestionable que quienes están del otro lado se vean impedidos de expresarse, y que funcionarios oficiales los amenacen con represalias. Para el caso de los dirigentes, es igualmente grave que ese temor inocultable frente al poder los lleve a evitar cumplir con el mandato para el que fueron elegidos en sus distritos, dejando a sus vecinos en soledad, y acéfalos en su reclamo. Vale repetirlo: no se ha sabido de intendentes que salieran en apoyo de sus vecinos, ni siquiera para replicar a los agravios de que fueron víctimas esos ciudadanos. Solo queda el retumbar de la lamentable advertencia lanzada por la Señora Presidente, en el sentido de que había que "temer a Dios, y un poquito a ella, también". Gobernar con amenazas y el temor ciertamente no se condice con los principios de respeto y libertad que deben primar en una nación que se jacte de ser democrática. Y es que, precisamente, la vida en democracia requiere de la expresión de distintas voces. Debiera, sin embargo, estar vedado administrar bajo el signo del miedo o echando mano del imperio del temor. Ya hemos sufrido, en la Argentina, el miedo a no figurar ni aparecer en ninguna agenda, o a decir algo que no pudiera gustar... Es hora de reiterarlo: NUNCA MAS.
Sorprende, finalmente, que en esta democracia nadie quiera asumir el rol de oposición, siendo que son muchos más -al menos en privado- quienes no están de acuerdo con las políticas oficiales que quienes sí lo están. En el ámbito de la Provincia de Buenos Aires, ya ni siquiera se trata de ser oposición, sino que alcanza y sobra con convertirse en opción. La democracia se nutre de opciones, pero pareciera que construir esas alternativas es un camino vedado, o que fuera peligroso proponer agendas alternativas. Es como si nadie tuviera la intención ni se esforzara por asumir el riesgo de presentarse como opción, para que no se lo catalogue inmediatamente como "opositor" y tener que padecer el rigor del ataques y la descalificación. Algunos ejemplos en los últimos tiempos ayudan, seguramente, a validar esta presunción.
En cualesquiera de los casos, las excepciones siempre están presentes o aparecen. Tal parece ser lo que ocurre con Sergio Massa, intendente que, si bien no declama ni se postula como candidato a puestos en particular, surge invariablemente como alternativa. Acaso la que mejor se encuentra posicionada en un número destacable de encuestas y estudios de opinión. Se trata de un dirigente que no reniega de sus convicciones y que no oculta su vocación de servicio. Casi con certeza, próximamente aparecerán voces surgidas del oficialismo que se esforzarán por opacar su gestión. La meta: intentar descalificarlo por el solo hecho de amagar con convertirse en opositor.
A fin de cuentas, pocos se atreven a definir con exactitud qué es la oposición. Bastará decir que han sido los personalismos -representados en la forma de "ismos"- el factor que más ha perjudicado e la Patria en las últimas décadas. Sin importar se haya hablado de menemismo, duhaldismo, kirchnerismo... y ahora cristinismo.
Si la medida del opositor es presentar esquemas alternativos contra aquellos personalismos, enhorabuena que se tilde a dirigentes como Massa o Cariglino con ese mote. El país ciertamente ya no presenta espacio para continuar enfrentando los caprichos de agendas individualistas, mucho menos cuando, a partir de ellos, se pudiera promocionar alegremente la división o la fractura social. Esto es lo que se ha venido observando con particular agudeza desde 2003.
Descalificar una masiva y espontánea movilización por el supuesto carácter de "clase media" de sus protagonistas es un reflejo espasmódico que surge de los personalismos. Es preferible que, en lugar de esa preeminencia individual, los partidos políticos recobren su tradicional aporte, enriqueciendo sus plataformas. En tal caso, ni Sergio Massa ni Jesús Cariglino podrían ser tildados de "oposición": sencillamente, debería calificárselos como peronistas...