Fallos de propaganda: el Gobierno Nacional, arquitecto y promotor de la protesta social
De cómo el desborde comunicacional del oficialismo terminó nutriendo las manifestaciones espontáneas del 13S, en tanto que continúa colaborando con el probable éxito de la convocatoria ciudadana programada para el 8 de noviembre. ¿Se encuentra la Casa Rosada en posición de desactivar los reclamos sociales?
Conforme se explorara en análisis anteriores, Balcarce 50 ha perdido la iniciativa y el control de la agenda política, a consecuencia de la masiva demostración ciudadana del pasado jueves 13 de septiembre. Por estos momentos, la Presidente de la Nación -de gira por Nueva York- comienza a deslizarse detrás de los acontecimientos como no se ha visto desde que lograra su reelección. Al delicado desafío planteado por los manifestantes contra su Administración, se le suman los nutridos contactos que ya manufactura el peronismo disidente (corporizado en un creciente nucleamiento de gobernadores de provincia) y las idas y vueltas de Buenos Aires con el gobierno iraní, inenarrable socio comercial de la Argentina y cuyo jefe de estado Mahmoud Ahmadinejad ha vuelto a llamar, hace cuestión de horas, a "liquidar al Estado de Israel".
La avanzada oficialista contra el Grupo Clarín también aporta sus complicaciones a los objetivos de Cristina Elisabet Fernández Wilhelm: en tanto el spot lanzado por TV Pública desde el espacio "Fútbol Para Todos" solo ha servido para arengar a la militancia camporista, el trasfondo jurisdiccional solo devuelve dudas, y la batalla podría resultar prematuramente perdidosa para el cristinismo. El riesgo, en este caso, no es menor, por cuanto el Gobierno Nacional claramente ha liquidado el efecto sorpresa que oportunamente supo explotar con precisión de relojería.
Luego de las reacciones desprolijas que el 13S acusara de parte de funcionarios y referentes allegados al gobierno federal (Abal Medina, Estela Barnes de Carlotto, Agustín Rossi y otros -analizadas previamente), es lícito aproximarse a los reflejos que caracterizaran a los nombrados -desde un enfoque propagandístico- y que actualmente contribuyen a magnificar el alcance que podría exhibir la próxima convocatoria del 8 de noviembre, u "8N".
En primer lugar, la escasa coordinación empleada para la respuesta oficial a los efectos de morigerar el ruidoso cacerolazo coincidió con el refuerzo de los ataques en perjuicio del tándem Magnetto-Herrera de Noble, bajo la poco lúcida táctica de bautizar esta acción con el calificativo de "7D" (en lógica alusión al 7 de diciembre, fecha predeterminada para la expropiación de las licencias del grupo empresario de medios). Lo cual, en los hechos, remite a una espasmódica réplica conceptual al "8N" y al "13S" que propugnaran los manifestantes. Este planteo -que solo pudo haber sido ideado por actores de la talla de Carlos Zannini o el publicitario cristinista Fernando Braga Menéndez- debería revisarse: parte del equívoco de que fue Diario Clarín el promotor de las manifestaciones contra la presente Administración. Es que los cerebros de la Casa Rosada no han reparado en que no se enfrentan a una estructura partidaria opositora organizada en el sentido tradicional del término: las principales motivaciones que empujaron a los ciudadanos a las calles para expresar sus legítimos reclamos deben rastrearse no solo en el derrumbe de la actividad económica, sino en un composite igualmente amalgamado por el crecimiento de la inflación, el destructivo repunte del delito, la declarada impunidad del Vicepresidente Amado Boudou de cara al Caso Ciccone, la imperturbable persecución impositiva ejecutada por Ricardo Echegaray desde AFIP, los desbarajustes demostrados por el Canciller Héctor Timerman en las Relaciones Internacionales de la Argentina, el destrato sistemático de Guillermo Moreno contra mujeres que no pueden defenderse y, ciertamente, en las poco felices referencias de Cristina Kirchner -amplificadas desde el abuso comunicativo de la Cadena Nacional de Radio y Televisión. Acostumbrados a demoler oponentes electorales/sociales otrora claramente identificados, de a uno por vez, las principales figuras del gobierno se muestran ahora perplejas, en virtud de que aparecen como soldados que cotizan a la baja en una suerte de guerra asimétrica contra un enemigo invisible. No existe conducción, organigrama ni esquema programático entre los espectros que convocan a manifestarse contra las políticas de Balcarce 50. Y no se puede disparar contra aquello que no se puede ver. La manipulación del esquema "Search and Destroy" (búsqueda y destrucción del objetivo o responsable) no funciona, pues termina adjudicando responsabilidades en donde no las hay. Cada tropiezo en el proceso de identificación de ese enemigo devuelve más rechazo societario, consolidándose un indestructible círculo vicioso.
A la postre, el oficialismo ha incendiado su agenda, no solamente alimentando la reverberante furia de los sectores medios desde lo operativo y desde la retórica, sino poniendo de suyo para que las próximas marchas se vean pinceladas con el aura de la cruzada épica. No en vano, un puñado de ciudadanos se ha hecho eco de construcciones conceptuales tales como "8N", "Primavera Argentina" y similares. El carácter pacífico de los encuentros callejeros tampoco le ha permitido un requicio mínimamente potable para la reprimenda a los ingenieros de la propaganda oficial. A modo de plus, las pancartas empuñadas por los manifestantes y que declamaban consignas en pro de la libertad, la democracia y los derechos y garantías constitucionales violentadas por el gobierno han reforzado la legitimidad y el efecto contagio promovido desde las marchas. Al cierre, este compendio de contenidos sintoniza con el ideario que ha sabido trascender en la prensa internacional en geografías tales como el Medio Oriente (la "Primavera Arabe"), España (los "Indignados") o Moscú (en contra del supuesto fraude electoral que encumbrara a Vladimir Putin). La comparativa frente a otros ejemplos en todo el globo suele ser tan cruda como dolorosa para la Presidente de la Nación: multitudes han salido a las calles en diferentes naciones para manifestarse en rechazo contra Muammar Khadafy en Libia, Hugo Chávez Frías en Venezuela y Basher al-Assad en Siria. En definitiva, la ciudadanía ha alzado la voz contra desperfectos institucionales graves, crisis económicas motorizadas desde la ineptitud y la corrupción estatal o dictaduras lisas y llanas. En ese grupo de receptores del rechazo, hoy se encuentra Cristina Fernández Wilhelm. Y ese estigma es, por cierto, difícil de eludir y rebatir. Más grave es el caso cuando los medios del planeta comienzan a difundir los resultados de las demostraciones públicas, como sucedió con el "13S" y como ya se observa con el repudio montado por argentinos expatriados en la ciudad de Nueva York.
Acaso la pregunta del millón que sobrevuela los despachos oficiales por estas horas tenga que ver con los circuitos de respuesta efectivos que puedan conducir a la desactivación de las próximas manifestaciones. Pero las salidas no se cuentan por docenas: es ese carácter épico con el que se ha imbuído la procesión de los indignados lo que reduce el margen operacional para el desarme. La batalla ya no es fáctica, sino conceptual; y cualquier apelación que la Casa Rosada pudiere contraponer a las marchas deberán -sí o sí- acompañarse de negociación e iniciativas prácticas. Precisamente, procederes que no figuran en el programa de la ocupante del sillón de Rivadavia (pero que le darían una aceptable chance para la supervivencia). Ejemplos no excluyentes: sincero mea culpa presidencial, expulsión del Vice y su puesta a disposición de tribunales independientes, marcha atrás en la caza de brujas desde Impuestos, eliminación de las trabas al comercio y el librecambio, y convocatoria a todas las fuerzas políticas, sociales y productivas del país.
De otro modo, las problemáticas sociales, políticas y económicas que son de público conocimiento y que el Gobierno Nacional se esfuerza en profundizar continuarán haciendo mella en el funcionamiento de la República, puntualizando su status deficitario desde lo cualitativo y lo cuantitativo. Secuela de padecimientos que -a diario- no cejan en su multiplicación, en virtud del creciente pase de facturas entre ministros y funcionarios propios.