INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

"Señor Presidente, hay una revolución aquí afuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!"

Recapitulación de los eventos que condujeron a la Revolución Rumana y al posterior enjuiciamiento y ejecución del dictador comunista Nicolae Ceaucescu junto a su esposa Elena, en diciembre de 1989. Consecuencias no deseadas del abuso del denominado 'culto a la personalidad'.

19 de Octubre de 2012

El próximo diciembre se cumplirán veinticuatro años de los eventos que dieran inicio en Rumanía con la Revuelta de Timisoara, y que rematarían con la caída violenta del régimen del dictador Ceaușescu y el desmoronamiento del sistema comunista en esta y otras naciones de la ex Cortina de Hierro.

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Nicolae Ceaușescu arriba al poder en Rumania en 1965. Tras haberse desempeñado como funcionario durante el gobierno de su predecesor, Gheorghui-Dej, rápidamente se ocupa de acusarlo por la 'herencia recibida', denunciándolo también por 'haberse desviado de las ideas originarias del Partido'. Pero  Ceaușescu  -extremadamente hábil- tiene otros planes. Aprovecha sus primeros años en control del gobierno para redimensionar la conformación del comunismo local y, así, hacerse de su control. La permanente rotación ingeniada por él le permite disolver velozmente cualquier intento de oposición intragubernamental.

A contramano del resto de los países satélites de Moscú, donde el Partido se retiraba -lentamente y hasta cierto punto- de numerosos aspectos de la cultura, el líder rumano se sirve de la organización para que ésta realce su participación en la vida de sus conciudadanos. Vivir sin tener relación alguna con el Partido Comunista se vuelve una tarea imposible en la República Socialista. La reformulación de aquél -en la visión de Nicolae- se construye a partir de
represión, austeridad, inversiones grandilocuentes y un abuso sistemático de la legitimación. Todo ello, balanceado con cuotas bien dosificadas de nacionalismo truculento, y alimentando un abierto desafío a la Unión Soviética. Bajo esta suerte de rumanización del PC, por ejemplo, Ceaușescu evita cesar relaciones diplomáticas con el Estado de Israel durante la Guerra de los Seis Días de 1967 -al revés de lo hecho por el resto del conglomerado en la Cortina de Hierro- y se atreve a disentir con Moscú desde el atril. Con el correr de los años, Rumanía se convertiría en la única nación comunista en enviar una delegación con atletas propios a los Juegos Olímpicos de Los Angeles, en 1984. Nuevamente, a contramano de las naciones del orbe ideológico nucleadas en el Pacto de Varsovia. Esta diferenciación aparente del resto de sus camaradas de la Europa Oriental le granjea una reputación de estadista en Occidente, de donde incluso logra obtener importantes préstamos para desarrollo. En paralelo, Rumanía goza de una situación económica más favorable, dada la creciente demanda de alimentos que el país se encuentra en condiciones de proporcionar. Las áreas rurales disponen de abundante espacio cultivable y de un igualmente nutrido recurso humano para trabajarlo. A juzgar por los desmadres provocados por el mandatario anterior Gheorghui-Dej, la República Socialista y sus habitantes disfrutan -durante los primeros años de arribado Ceaușescu- de un respetable modo de vida. El líder se vuelve extremadamente popular, pero jamás deja de lado las prerrogativas de su agenda secreta:continúa fogoneando la infiltración del Partido en todo ámbito social, al tiempo que da forma a la que sería la policía secreta más temible del bloque oriental, la Securitate. El organismo de espionaje local fue oportunamente calificado por analistas como el más sanguinario de sus agencias hermanas, aún para los duros estándares de la inteligencia de la Cortina de Hierro. Conforme se observara en otros regímenes dictatoriales de corte comunista, en Rumanía el miedo fue protagonista: los disidentes eran denunciados hasta por los propios miembros de su familia, reclutados colateralmente por los servicios de información estatal. De tal suerte que nadie se atreve a decir lo que piensa realmente, pues es imposible certificar que nadie lo esté escuchando.

El contexto le obsequia a Nicolae Ceaușescu la oportunidad para colorear su figura con el pincel del culto a la personalidad. La propaganda oficial -centrada exclusivamente en sus deseos- se refiere a su persona con calificativos altisonantes: 'El Genio de los Cárpatos', 'El Danubio del Pensamiento', 'El Hijo más Amado de Rumanía',  y otros de igual tenor y calibre. La esposa del jefe de estado, Elena, tampoco desperdicia el buen momento: su figura es exaltada convenientemente, y ocupa la mayor parte de su tiempo representando a su país en foros y encuentros internacionales. Sobre ella, la propaganda oficial  destaca: 'Es un ejemplo nacional para todas las mujeres; todas deberían ser como ella'. Su esposo se encuentra en absoluto dominio de todo cuanto acontece en Rumanía. Y las estructuras caen bajo su absoluto dominio: las fuerzas armadas, los servicios de inteligencia, la policía, los medios de comunicación y la actividad económica en toda su dimensión.

Sin embargo, los problemas para el régimen comienzan cuando Nicolae Ceaușescu revela sus planes de más alto vuelo para la nación, esto es, transformarla en una potencia industrial. Para ello, se propone inicialmente dos grandes objetivos: 1) incrementar la tasa de natalidad del país y, 2) abonar la totalidad de la deuda externa nacional. En base a la prohibición efectiva del aborto y otras medidas, logra consolidar su primera meta (entre 1966 y 1967, los nacimientos pasaron de 14.3% a 27.4%). En lo que respecta al segundo propósito, y si bien es cierto que, para 1989, los compromisos internacionales casi habían sido clausurados por completo, la mala planificación por él confeccionada hizo que la sociedad pagara directamente esos costos. Queda en evidencia la evaporación de los créditos contraídos por el sistema, dilapidados en la construcción de obras monumentales que el líder inaugura antes de completarse y delante de masas de obreros y ciudadanos movilizados artificialmente. Los programas de austeridad ordenados por el propio Ceaușescu a comienzos de 1980 le pasan la factura a la calidad de vida de la población: se raciona la distribución de alimentos y calefacción -a partir de la escasez energética, muchos ciudadanos mueren a causa del frío extremo- y la impopularidad del gobierno y del Partido Comunista se disparan. A pesar de ello, no se producen mayores revueltas y el índice de conflictividad social permanece bajo, debido a la elevada discrecionalidad represiva que exhibe el líder. El programa de reconstitución agraria pensada por el presidente ('sistematización') agrava la problemática de disponibilidad de alimentos. Pero Ceaușescu no lo percibe así: si bien al día de hoy los analistas internacionales no logran ponerse de acuerdo, existe coincidencia a la hora de señalar que el líder ha perdido noción de la realidad. Continúa con su agenda, e incluso lleva a cabo presentaciones públicas en granjas y establos que han sido provistos previamente de animales bien alimentados y de frutas y hortalizas de plástico, para caerle en gracia.

Habrá que esperar hasta noviembre de 1989 para el surgimiento de las primeras protestas, surgidas del espectro estudiantil, que comienza a expresarse con pancartas dirigidas al régimen de Bucarest con el fin de exigir reformas. La conocida Revuelta de Timisoara se da cita en fecha 16 de septiembre de ese año, para repudiar la persecución gubernamental de un opositor político, encarnado en la figura del pastor Laszlo Tőkés. La represión estatal conduce al agravamiento del escenario social, y las jornadas subsiguientes se caracterizan por manifestaciones montadas por estudiantes, trabajadores y ciudadanos comunes, que parecen haber perdido el temor. La bandera rumana con el escudo socialista arrancado de su centro se vuelve un símbolo que recorre todo el país. A estas reacciones, el régimen responde con una persecución cada vez más brutal y con acusaciones de 'golpismo y agitación fascista'. Mas Ceaușescu observa un problema de importancia táctica fundamental: sus fuerzas de policía no disponen de grupos antimotines. El dictador está convencido de que su pueblo lo ama y es por ello que esas herramientas de disuasión nunca le parecieron necesarias. Claramente, la defección de Ion Mihai Pacepa en 1978 -ex oficial de contrasabotaje, cabeza visible de la Securitate y ex asesor presidencial- hace mella. Por otro lado, la crisis no ha evitado que el presidente y su esposa se aseguraran gruesas fortunas en cuentas en el exterior, en tanto Pacepa (tal lo confesado por él en un libro de su autoría) asistió al matrimonio en la sustanciación de una ingeniería financiera para triangular dinero negro originado en el tráfico de drogas.

El último discurso público de Nicolae Ceaușescu tiene lugar 21 de diciembre de 1989 en la plaza central de Bucarest, la capital. El mandatario se propuso aprovechar lo que estaba llamado a ser un encuentro público confeccionado a su medida para condenar los eventos de Timisoara, y así lo hizo. Pero malinterpretó el espíritu de muchos manifestantes que se habían apersonado allí para dedicarle una silbatina. Empleando un clásico discurso duro de corte comunista y endilgándole el desorden ciudadano a los 'fascistas antipatria', no deja de promocionar las bondades que son parte del recuerdo. Solo la primera línea de presentes -traídos desde las fábricas suburbanas, a punta de pistola- lo aplaude. La gran mayoría de los ciudadanos lo abuchea y, en un intento por calmar los ánimos, anuncia incrementos irrisorios en el salario mínimo. Pero esto no es suficiente: las masas reaccionan negativamente y sus asesores de seguridad le recomiendan que se resguarde dentro del edificio. El discurso es transmitido en vivo y directo a todo el país y, aunque es quitado del aire y reemplazado con placas de propaganda, es tarde: ya la mayor parte de la población se ha percatado de que algo extraño está sucediendo. Todo mundo se dirige espontáneamente a las calles en las ciudades más importantes, bajo las proclamas de 'Muerte al dictador' y 'Abajo el gobierno'. Los comités del Partido Comunista son saqueados y sus documentos prendidos fuego.

NicolaeCon todo, Ceaușescu comete el último de sus errores: en lugar de huir del país, decide permanecer, imaginando que la nueva represión que ha ordenado le permitirá recobrar el control de la situación. Pero está visto que el escenario se complica: el presidente ordena a su piloto personal, el teniente coronel Vasile Malutan, que consiga dos helicópteros con personal de seguridad para escapar. Al comunicarse con su oficial de unidad, Malutan recibe una respuesta preocupante -que el propio jefe de estado alcanza a oir en el auricular: "Señor Presidente, hay una revolución aquí afuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!". A pesar de las dificultades, Ceaușescu logra ser subido a un aparato pero, tras una mentira del piloto, entra en pánico y le ordena a éste posicionarse en tierra. El jefe de estado es llevado en un vehículo Dacia -que luego se descompone- hasta obtener refugio en un instituto técnico de agricultura en los extramuros de la ciudad capital. Nicolae Ceaușescu y esposa son arrestados por la policía apenas horas más tarde. Y no quedan dudas: en las calles, el ejército también dejó de responderles, en tanto que los principales referentes del estado y sus militantes son ajusticiados in situ. Y serán las mismas fuerzas armadas las que conducirán a juicio sumarísimo al presidente, el 25 del mes en curso. En la transcripción de las palabras vertidas por el fiscal, puede leerse: "Usted siempre ha declamado actuar y hablar en nombre del pueblo, ser amado por el pueblo, pero solo ha hecho al pueblo esclavo de una tiranía durante todo este tiempo. Usted enfrenta cargos relacionados con celebraciones suntuosas en días feriados en su domicilio y los detalles son bien conocidos. Los acusados [por Ceaușescu y su esposa Elena] se han procurado los lujos más extremos y ropas provenientes del extranjero (...) Mientras tanto, el pueblo solo recibía doscientos gramos por día de comida, ante la presentación de una tarjeta (...)".

Dos horas más tarde, un pelotón de fusilamiento -compuesto por hombres del cuerpo de paracaidistas del ejército rumano- ejecutó al dictador y a su mujer. Con la anécdota tras bambalinas que refrenda la sorpresiva cantidad de personal postulado para tirar del gatillo.

El momento preciso de los disparos jamás fue tomado, pero el cameraman arribó instantes después, para registrar imágenes de los cuerpos abatidos. Amén de las expresiones en los rostros de Nicolae Ceaușescu y su mujer, lo que más destacó para los rumanos fue el detalle del reloj y la invaluable joyería que aquélla lucía... al momento de recibir los impactos.


Matías E. Ruiz, Editor
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Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.