De cómo China se volvió capitalista
Un nuevo libro de Ronald Coase, de 101 años, es algo importante por sí solo. El Sr. Coase, que se ganó el Premio Nobel de Economía en 1991, revolucionó la economía poniendo en duda la sabiduría convencional acerca de la naturaleza de las empresas y de cómo los tal llamados bienes públicos pueden ser provistos.
Alberto Mingardi es Director General del Instituto Bruno Leoni, Milán.
Un nuevo libro de Ronald Coase, de 101 años, es algo importante por sí solo. El Sr. Coase, que se ganó el Premio Nobel de Economía en 1991, revolucionó la economía poniendo en duda la sabiduría convencional acerca de la naturaleza de las empresas y de cómo los tal llamados bienes públicos pueden ser provistos. Una de sus principales contribuciones es el concepto de los “costos de transacción”, que son los costos que los individuos incurren al hacer un intercambio económico. En un marcado contraste con la gran mayoría de los economistas contemporáneos, el Sr. Coase no eligió el método de elaborar modelos complicados, ni tampoco encontraba placer en calcular números. En cambio, el Sr. Coase quería ser una académico de la realidad. Consistentemente estudió los mercados por lo que son, en lugar de lo que podrían ser. En este sentido, él tal vez es el más distinguido discípulo de Adam Smith.
El Sr. Coase no estuvo entre los economistas más prolíficos del siglo XX —pero seguramente estuvo entre los más influyentes. Su nuevo libro, co-escrito con Ning Wang, profesor asistente en Arizona State University, investiga el despertar capitalista de la economía china. Para comprender Cómo China se convirtió capitalista (How China Became Capitalist), el Sr. Coase y el Sr. Wang analizan de cerca la mente china. Los autores sostienen que “China siempre ha sido una tierra de comercio y del emprendimiento privado” pero adoptó las instituciones de una economía moderna y capitalista solamente “un siglo y medio después de dudar de sí misma y de negarse así misma”.
El Sr. Coase y el Sr. Wang enfatizan cómo el cambio institucional no es simplemente el resultado de la interacción de distintos intereses. Un relato común acerca de las reformas pro-mercado en la China de Deng presenta una clase gobernante buscando sobrevivir desesperadamente, incluso aceptando el precio de diluir su ideología. Aquellos que suscriben este relato argumentan que tal desliz hacia el pragmatismo es mejor personificado por Deng Xiaoping, quien citaba un antiguo dicho de Sichuan: “No importa si un gato es negro o blanco, siempre y cuando atrape ratones”.
En este intento serio de comprender cómo las instituciones de mercado están saliendo adelante en China se encuentran los datos contundentes de la geografía y la demografía. “La centralización si existió alguna vez en la China de Mao, pero solo brevemente”. No obstante, el gobierno central nunca pudo realmente lidiar con el tamaño del país, la amplia variación en la cultura y las costumbres, más la dificultad de procesar la información a la velocidad requerida. De cierta forma, el socialismo chino desde hace mucho ha estado luchando con el hecho de que, como señaló Mao, el territorio era tan grande y la población tan abundante que China no podía “seguir el ejemplo de la Unión Soviética de concentrar todo en las manos de las autoridades centrales”.
Durante los ochentas, la economía china fue transformada por “cuatro fuerzas marginales: los cultivos privados, las empresas de los municipios y las aldeas, el emprendimiento individual y las zonas económicas especiales”. Estas jugaron un rol esencial en la apertura de China a la economía global. Shenzen, en la esquina sureste de la provincia de Guangdong, era una ciudad pobre antes de convertirse en la frontera de la integración económica de China. “China probablemente hubiese continuado en el camino destinado al socialismo si no fuese por las revoluciones marginales que reintrodujeron el emprendimiento privado en la economía”.
El cambio fue tanto institucional como cultural. Por el lado institucional, la propiedad privada fue reinstituida. Por el lado cultural, el discurso político en China redescubrió la importancia del ahorro, de la auto-dependencia y de la experimentación. El emprendimiento requiere que se asuman riesgos. El futuro es incierto, por lo tanto, el emprendedor apuesta en base a sus previsiones e intuiciones.
No sería sincero contrastar las “revoluciones marginales” de China con el tipo de “terapia de shock” que derivó en una transición exitosa del comunismo al mercado en lugares como Polonia y la República Checa. Sin embargo, estas “revoluciones marginales” chinas ciertamente no fueron menos dramáticas que la “terapia de shock” en Europa Oriental. Considere la apertura de la bolsa de valores en Shanghai en 1990. Uno de los economistas más importantes del siglo XX, Ludwig von Mises, indicó que no puede haber una genuina propiedad privada del capital sin una bolsa de valores y “no puede haber socialismo si se permite que exista tal mercado”.
Los autores no asumen que China se ha convertido en una democracia liberal, ni tampoco creen, de manera ingenua, que su economía puede ser considerada una economía verdaderamente libre. Ellos reconocen la naturaleza oligárquica de la política china y señalan a un todavía deprimido y censurado “mercado de ideas” como una tragedia en sí misma y como un obstáculo para el desarrollo en el futuro.
Como indican los autores, esto es un trabajo en progreso. “El capitalismo con características chinas es muy similar al tráfico en las ciudades chinas, caótico e intimidante para muchos turistas occidentales. Pero las carreteras chinas transportan más productos y pasajeros que aquellas en cualquier otro país”. Como era de esperarse, China se ha convertido en un punto focal del debate en las elecciones presidenciales y este libro, con su énfasis en los mercados y en la historia, se vuelve de gran importancia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 11 de octubre de 2012.