Telegramas para todos
"En 2001, la consigna fue 'Que se vayan todos'. Ahora, parece ser 'Que aparezca alguien'" (Carlos Pagni)
Ya pasó una de las fechas más gravitantes para el futuro de la Argentina (http://www.youtube.com/watch?
Los primeros en recibirlos –y rechazarlos- fueron, obviamente, Anímal Fernández, Cafre D´Elía, Hijitus Abal Medina, Chimango Andrés Larroque y hasta Sir Ernesto Laclau, quienes se agotaron tratando de desacreditar y ningunear una protesta entonces futura. Doña Cristina recibió varios, todos ellos reclamando República e instituciones, y sobre todo, Justicia; al recorrer toda la concentración, pude ver y hablar con muchos manifestantes y encontré en ellos ese común denominador. Lamentablemente, el mismo viernes demostró que se había negado a recibirlos.
Nuestra egregia Presidente, con formas chocantemente chabacanas y ordinarias, literalmente desconoció el hecho mismo; prefirió mencionar como lo más relevante sucedido el jueves las elecciones en el Partido Comunista chino. Evidentemente, la Señora hace gala de su desprecio por la ciudadanía y, sobre todo, de esa parte importante de ella que reventó las calles con respeto y alegría.
El viernes el propio Juez Thomas Griesa le envió otro telegrama; harto de los dichos presidenciales, intimó a la Argentina a presentar un plan de pago a los holdouts antes del 16N, so pena de imponerlo el 2D y enviar al país a un nuevo default; además, le hizo una severa advertencia acerca de la pretensión de desconocer los fallos de los tribunales norteamericanos, elegidos por don Néstor Kirchner (q.e.p.d.) para dirimir las cuestiones “bonísticas”, informándole que se tomarían severas medidas económicas en nuestra contra. Espero que no rechace el envío mientras se pregunta: “¿qué le hace una mancha más al tigre?”, básicamente porque ya la Argentina no es siquiera un gato en el mundo. También anhelo que no declare la guerra a Ghana por la ubicación de la fragata “Libertad”; los novecientos metros que separan un lugar del otro son, por cierto, un tema más que menor dentro de un panorama especialmente complicado.
Los miembros de la oposición, que han demostrado tener una concepción tan infantil de la política y, como consecuencia de ello, actúan por turno como idiotas útiles, no deberían negarse a recibir los telegramas que les enviara la multitud; la frase que encabeza esta nota fue, seguramente, parte del texto. La rabia y la desilusión de la ciudadanía, que viene de muy larga data, no permitieron corregir la dirección de la protesta, pese a las buenas noticias que significaron, en las dos últimas semanas, los compromisos firmados por Senadores y Diputados que invalidan cualquier tentativa de modificar la Constitución, al menos hasta las elecciones de 2013, tan lejanas.
Hoy, con todos los peligros que ello implica, lo real es que la Argentina, y particularmente sus clases medias, está buscando desesperadamente el nacimiento de un nuevo liderazgo en el cual confiar y, a la vez, al que pueda controlar. En la situación actual de magma que vive nuestra sociedad –del cual sólo se exceptúa el núcleo duro del cristinismo, formado por gente convencida pero, también, por delincuentes que temen perder libertad y patrimonio- cualquier ciudadano que pueda exhibir un curriculum, y no un prontuario, puede convertirse en la expresión genuina de esa voluntad de retornar a la Constitución, al federalismo, a la Justicia y del hartazgo de la inseguridad, de la inflación, de la mentira, del permanente recorte a las libertades individuales, de la arbitrariedad, del despotismo y, en general, del desmadre en que el Gobierno ha sumido al país.
A partir del jueves pasado, se abren nuevos interrogantes en la demencial batalla que lleva adelante la Casa Rosada contra el Grupo Clarín porque, como dije en alguna nota anterior, la masividad de la protesta puede derivar en una defensa cívica al derecho a elegir que esta guerra, que a nadie interesa, pretende conculcar. No necesito repetir que no tengo por ese grupo mediático simpatía alguna, ya que fue cómplice del poder hasta la crisis del campo, pero exijo se respete mi derecho a elegir, y estoy dispuesto a pelear para que nadie me lo quite.
Si el Gobierno pretende ignorar, una vez más, el reclamo ciudadano en tal sentido, pondrá definitivamente en juego la escasa paz social que su vocación divisoria aún permite. Los argentinos que nacimos hasta 1960 tenemos perfectamente en claro a qué nos están llevando, y cuánta sangre correrá entonces, porque tenemos fresca esa memoria, a contramano de la reescritura de la historia que ha llevado adelante desde mayo de 2003.
Para concluir, también fueron destinatarios de sendos telegramas los jueces, en especial los ministros de la Corte Suprema. En estos días, apareció una solicitada firmada por grandes personalidades, muchas de ellas amigos míos. No la suscribí porque tengo enormes reparos contra los miembros de nuestro Poder Judicial. El Tribunal supremo, sin que ninguno de sus otros miembros se sienta obligado a renunciar por ello, mantiene en su seno a un Juez dueño de prostíbulos y evasor de impuestos, y ha reelegido como Presidente a alguien que, a despecho del progreso de la humanidad en la materia, se ha puesto de acuerdo públicamente con los Kirchner para terminar con todos los principios de derecho que hacen posible la convivencia en las sociedades: el de inocencia, el de legalidad, el de juez natural, el de irretroactividad de la ley penal, el de no juzgar dos veces por el mismo delito, el de igualdad ante la ley. Mi rechazo moral también se vincula con la notoria complicidad de la Corte con las aberraciones que, diariamente, cometen la Presidente, sus ministros y sus funcionarios, que ignoran las sentencias que no condicen con sus deseos, que persiguen impunemente a los jueces probos y alquilan la voluntad de los corruptos, y que han terminado con la republicana división de poderes.
Contra toda esperanza, esperé que la Presidente entendiera el mensaje de la calle: “Cristina, dejá el micrófono y ponete los auriculares”. Tristemente no lo hizo y, otra vez, la tragedia se cernirá sobre la Argentina, y el juicio de la Historia, al que dice ser afecta, resultará inapelable.