Diferencias entre las políticas de Estado de la Argentina y Brasil
El Brasil y la Argentina dentro del escenario sudamericano. La importancia de la continuidad en los grandes lineamientos macroeconómicos y de política exterior.
La Argentina y la República Federativa del Brasil fueron históricamente los dos países más influyentes de América del Sur. Durante muchos años, e inclusive en la actualidad, nuestra nación se diferenció de sus vecinos por su población altamente alfabetizada, su sistema educativo gratuito y de excelencia, y una amplia y próspera clase media. Todos estos factores le permitieron desarrollar una economía diversificada que, durante buena parte del siglo XX, fue la más importante del subcontinente. Este protagonismo económico había transformado a la Argentina en un actor central para las relaciones internacionales de la región, compitiendo en distintos aspectos por el liderazgo político sudamericano con el vecino en América del Sur: Brasil.
Con el correr de los años (y de las décadas), esta paridad en el peso político y económico regional entre brasileños y argentinos comenzó a desvanecerse. Lentamente, la realidad fue desactualizando el debate sobre quién era el líder sudamericano. Los números de la economía son un factor ineludible para analizar la realidad política internacional y son precisamente esas cifras las que nos permiten comprender qué rol ocupan una y otra nación en la vida subcontinental. Hoy en día, en acuerdo con números del Banco Mundial, Brasil es la sexta potencia económica mundial y la Argentina se encuentra relegada al vigésimo quinto puesto. Hasta inicios de la década de 1970, el PBI de la Argentina era superior al brasileño; fue entonces cuando la economía vecina desplazó a la argentina de la vanguardia sudamericana. Desde entonces, su liderazgo fue incuestionable. ¿Por qué sucedió esto? ¿Cómo es posible que una disputa entre iguales haya derivado en semejante abismo? Los motivos son múltiples y de los más diversos, y la propuesta es enumerar aquí, al menos, los más relevantes.
Las políticas de Estado son uno de los grandes temas a analizar. Desde hace ya varias décadas existe un consenso en Brasil respecto de qué “modelo económico” se desea construir. Militares, empresarios, sindicalistas, partidos políticos de izquierda y derecha y otros factores de poder dentro de la sociedad concuerdan sobre la importancia del desarrollo industrial y agroindustrial. Es así que las condiciones necesarias para la generación de proyectos a largo plazo no son alteradas con el paso de los años ni con los cambios de gobierno. El Partido de los Trabajadores llegó al poder el 1 de enero de 2003 de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva. Desde entonces, no ha modificado las grandes decisiones macroeconómicas de su antecesor, el Partido de la Social Democracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso. En otras palabras, la clase dirigente brasileña discute sobre cómo mejorar el modelo y no qué modelo aplicar.
En la Argentina, la situación es bastante diferente. La década de 1990 estuvo marcada por las privatizaciones, la desregulación económica y la apertura de los mercados. Desde 2003 a la fecha, se ha ido en sentido contrario, borrando todo lo hecho durante “los noventa” con el objetivo de refundar la economía nacional. Las herramientas fueron las re-estatizaciones, nuevas regulaciones y un rol activo del estado dentro de la vida económica. ¿Qué sucederá en el futuro si tuviera lugar un cambio de signo político en la Presidencia? ¿Hacia dónde se dirigirá el rumbo económico? Parece imposible saberlo. ¿Es bueno o malo el intervencionismo? ¿Las empresas de servicios públicos deben ser estatales o privadas? No parece que sea éste el punto: el inconveniente radica en el cambio constante de dirección. El modelo económico como política de estado no existe, mientras que sí puede hablarse de un modelo económico como política de gobierno. En otras palabras, el modelo dura lo que dura un signo político en el poder.
Algo similar sucede con las relaciones exteriores. Itamaraty conduce la política exterior brasileña con un objetivo bien definido y que no acusa mayores alteraciones con el arribo de nuevas administraciones. La meta es posicionar al Brasil como una nación políticamente independiente y que compita (y no necesariamente confronte) con Estados Unidos en lo que hace a influencia en América Latina. La proyección extraregional es, también, específica. Brasil debe mostrarse al mundo como el líder político del subcontinente, y, sin dudas, como representante de la región ante las grandes potencias mundiales. Si en el futuro surgiera la posibilidad de una reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el asiento destinado a América Latina debe ser ocupado por Brasil. ¿Cuál es exactamente la política exterior argentina? ¿Relaciones carnales con Estados Unidos? ¿O la latinoamericanizacion de la era kirchnerista? ¿Se observará una nueva tendencia, impuesta por un eventual próximo gobierno? Es difícil que el mundo entienda qué lugar desea ocupar la Argentina dentro del concierto internacional, cuando la política exterior es propiedad de los partidos políticos y nunca de la Nación.
Alejándonos un poco del análisis de las políticas de Estado, interesa particularmente detenerse en dos aspectos adicionales, los cuales son de gran importancia y sufren de presentes marcadamente diferentes en uno y otro país. La moneda y el capital.
El Real es el signo monetario brasileño desde 1994, habiendo visto la luz solo dos años después del Peso. La diferencia entre estas dos monedas es que la primera despierta confianza en la sociedad que la utiliza, mientras que la segunda simplemente no lo hace. Es así que los brasileños ahorran en reales, compran propiedades en reales, toman créditos en reales, realizan inversiones en reales, e, inclusive, inversores extranjeros buscan refugio en el Real. La confianza y el ahorro en moneda nacional son factores dramáticamente dinamizadores de la economía y vale atreverse a referir que representan la base de la riqueza de un país. En la Argentina, el escenario también se presenta distinto. Como es de público conocimiento, la sociedad no confía en su moneda, tampoco ahorra en ella, y, obviamente, ningún inversor internacional se decide a pesos. La diferencia reside en que la autoridad monetaria brasileña ha decidido defender el Real, preservando su valor y manteniendo las tasas de inflación en un digito por años. En otras palabras, los agentes económicos confían en el Real porque éste no pierde valor. En nuestro país, el Peso sufre micro y macro devaluaciones. Existen múltiples tipos de cambio actualmente, por lo que nadie sabe exactamente cuál es el valor real de la divisa. Por último, la tasa de inflación es un tema de debate en el cual nadie puede ponerse de acuerdo. Es muy difícil conseguir que los agentes económicos ahorren en moneda nacional cuando nadie sabe efectivamente cual es su valor.
El último aspecto a mencionar es el capital. Al emplearse el concepto “capital”, nos referimos a capital privado y público nacional, empresariado nacional y/o burguesía nacional. Durante el último decenio, empresas brasileñas dieron inicio a un proceso de internacionalización, adquiriendo activos estratégicos en toda América del Sur. El capital argentino no logró el mismo grado de expansión internacional. El Gobierno Nacional ha estatizado empresas otrora privadas pero el “capital argentino” no ha conseguido insertarse en la economía global. Los tentáculos de la economía brasileña ya penetran más allá de las fronteras nacionales, llevando riqueza desde el exterior hacia el Brasil, inclusive, retirándola de la Argentina.
De mantenerse las tendencias citadas, la posición de la Argentina dentro del mapa geopolítico sudamericano podría sufrir nuevos retrocesos. Algunos números del gobierno colombiano (de momento, bastante cuestionables) afirman que Colombia superó a la Argentina y es ahora la segunda mayor economía sudamericana. Si acaso la Argentina desea mantenerse como un actor central de las relaciones internacionales de América del Sur, deberá trabajar con esmero para no perder el valioso segundo lugar que todavía ocupa.
* El autor es Licenciado en Relaciones Internacionales