POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Estado de conmoción: memorias del saqueo

Consideraciones necesarias sobre el inenarrable estado catatónico del "modelo".

21 de Diciembre de 2012

En un nuevo aniversario de los incidentes del 20 de diciembre de 2001, el subsistema kirchnerista-cristinista se decidió a blanquear su lado más obscuro, esto es, el fracaso de sus propias políticas sociales. Substanciación que cobró forma en las postales obsequiadas por los saqueos ejecutados en Bariloche, Rosario, Campana y otras localidades del territorio nacional y que -irónicamente- supo constituírse en el tejido esqueletal de la propaganda gubernamental.

Los incidentes de vandalismo observados -parece existir consenso en calificarlos de esta manera- expusieron cabalmente el grosero déficit acusado por la Administración Fernández Wilhelm de Kirchner en dos aspectos sensibles: contención social y seguridad. Para el desgastado repertorio configurado Twitter, Matías E. Ruizpor altos funcionarios del Gobierno Nacional, resguardarse preventivamente en el hecho de que los revoltosos de Bariloche prefirieran hacerse de televisores LCD y de otros electrodomésticos en lugar de alimentos acaso remita a consuelo de tontos. Porque, tanto en esta excusa como en la que versó sobre las supuestas 'motivaciones políticas' de los saqueadores reposa, en rigor, el reconocimiento tácito de que los personeros del modelo han sido desbordados por la realidad que ellos mismos se ocuparon de ingeniar.

A nivel local, el alcalde barilochense Oscar Borchichi recordó ante los medios que sus fuerzas de policía se vieron ostensiblemente sobrepasadas. Algunos escalones más arriba, en Balcarce 50, se tomaba la decisión de enviar a la zona de conflicto una partida compuesta por personal de Gendarmería Nacional. Pero la contramedida -conforme se ha visto- no tardaría menos de 24 horas en efectivizarse: el tiempo de respuesta del gobierno tornóse excesivo, y los perpetradores de la destrucción hacía ya tiempo que lograban salirse con la suya. Para complicar el escenario, mientras el Teniente Coronel Sergio Berni (a la sazón, comisario político de los desfalcos de la gestión Garré) encabezaba el detalle de seguridad, nuevos focos de desorden se efectivizaban en otras ciudades del interior, demasiado alejadas una de la otra. Acaso para deshilachar la fláccida estrategia de la comunicación oficial que pretendía hilar los episodios para descubrir el velo sobre algún elusivo culpable. Aún cuando ello no le impidió al piquetero oficialista Luis D'Elía apuntar sus cañones contra la Unión Cívica Radical, responsable -siempre desde su punto de vista- de organizar la puesta en escena de Bariloche.

A nadie le servirá de mucho cobijarse en fantasías conspirativas o en la angurria de electrodomésticos que caracterizó a los saqueadores el día de ayer. El descontento social de los sectores más postergados transmutó en desborde, y estas instantáneas ciertamente jamás podrían ser compartidas por comunidades satisfechas con su realidad económica actual. Con el primer capítulo de descontrol, la psicología grupal hace lo suyo: nadie mide qué se lleva, o a quién debe atropellar en el camino para conseguirlo. Y, por cierto, el resentimiento también desempeña un rol fundamental en este tipo de esquemas.

Si el presente fuera un tablero de ajedrez, será hora de refrescar que el Gobierno Nacional se encuentra en jaque (y así se ha hecho repetidas veces, desde esta columna). Berni bien puede arrogarse la discrecionalidad de pasearse con su pequeño grupo de gendarmes por todo el país, pero lo cierto es que siempre llegará demasiado tarde. Al margen de que ya puede detectarse cierto desgano en las fuerzas de policía (Federal o provinciales), el hecho de que éstas acusan un severo grado de disfuncionalidad es, a todas luces, irrebatible. Sin respaldo de parte del Estado Nacional y sin equipamiento -gentileza del anacronismo abolicionista de Eugenio Zaffaroni y sus fieles seguidores-, será difícil esperar que esos agentes del orden actúen como tales. De poco les serviría tomar partido, para luego terminar en el banquillo tras superar en un combate cuerpo a cuerpo a cualquier individuo que sea sorprendido asaltando a automovilistas o camioneros. Curiosidades: ese mismo anacronismo zaffaronista es el que propugna con mayor elocuencia las virtudes del Vatayón Militante, el hecho de que los reclusos de todos los penales del país se alimenten mejor que cualquier ciudadano promedio, y que perciban un salario más alto que el de muchos trabajadores o personas de bien. Sin importar si Usted es homicida, violador o que le provoque placer de ver a su novia/esposa danzar en medio de las llamas, en la República Argentina, la marginalidad es una profesión muy bien recompensada.

En congruencia con lo hecho ante otras calamidades de magnitud (ejemplo: Tragedia de Once), poco se supo de lo actuado por la Presidente Fernández Wilhelm tras los incidentes observados en las provincias. Bordeando el reflejo espasmódico, el descolorido funcionario Juan Abal Medina declaró ante la prensa que su Jefa Inconducente había firmado el Decreto de Necesidad y Urgencia respectivo con miras a confiscar lotes de "La Rural" que, en cierto porcentaje, se encuentran bajo titularidad de la Sociedad Rural Argentina. Estaba claro que, para Balcarce 50, era imperativo remover los saqueos de los titulares de los diarios del viernes o, al menos, atenuar su impacto y repercusión. En virtud de que solo Todo Noticias (TN) y otros espacios de comunicación del interior del país (Cadena 3, de Córdoba) se ocuparon de transmitir el minuto a minuto de los desbordes en Bariloche, Rosario, Campana y demás localidades, ahora puede comprenderse cuál es el verdadero y siniestro objetivo que se oculta tras el velo de la Ley de Medios oficialista.

En materia de inteligencia política, la problemática del saqueo remite a una multiplicidad de factores, intercambiables e interdependientes. Quizás, el primer inconveniente que sobreviene con su ocurrencia es que -contextualizados en la realidad argentina de las últimas décadas- este tipo de desbordes tiene su propia memoria, dado que retrotraen (casi de manera inmediata) al ciudadano a episodios similares acontecidos tiempo atrás. Si esa percepción viene acompañada de un sentimiento generalizadamente crítico hacia una gestión, ésta se encontrará en serios problemas. Realidad que se complementará con la siguiente fase del desborde social, regularmente inevitable, y entendida como contagio. Es en esta instancia cuando un foco ignífugo en apariencia localizado, se extiende, y pasa a ser motivo de preocupación no ya de una intendencia, sino del Estado y de esa ríspida ciencia que entiende sobre la pacificación urbana. La etapa final (nuevamente, en el actual contexto de descontento) transmigra en protestas ciudadanas masivas o cacerolazos, como lo ocurrido diciembre de 2001.

En un enfoque más táctico, el subsistema kirchnerista-cristinista se exhibe hoy comprometido porque sus propios referentes se ocuparon, en su oportunidad, de tornar ilegales a las actividades de inteligencia sobre organizaciones sociales. Ello, por supuesto, al margen de otros desbarajustes acusados en materia de administración y regenteo de la subsidización. De aquí que cualquier espectro de ideología extremista -oficialista, paraoficialista o anarquista- observe una profunda libertad de acción para incitar al desorden y que su a operatoria le asistan enormes posibilidades de éxito. En tanto la política exterior se vuelve inútil sin Fuerzas Armadas ni una posición económica sólida desde el intercambio comercial, lo propio es aplicable al frente interno: un Estado no puede subsistir si renuncia a sus principales variables de control.

Cuando un Estado no se encuentra en posición de brindar seguridad física ni jurídica -mientras propugna la indefensión de la propiedad pública y privada-, su destino solo puede ser uno: la desintegración.

 

Matías E. Ruiz, Editor