Tomar en serio al terrorismo y la Primavera Arabe
Un panorama sobre el estado actual del Medio Oriente.
En su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente estadounidense Barack Obama mostró una asombrosa falta de sentido de la realidad acerca del terrorismo y la Primavera Arabe. La declaración del jefe de estado norteamericano rindiendo homenaje al "valor y el sacrificio de quienes sirven en lugares peligrosos con grandes riesgos personales" desafortunadamente suena hueca cuando se considera el tratamiento dado por la Administración al atentado terrorista de Bengasi. Y aunque la Casa Blanca ha insistido en que al-Qaeda está perdiendo fuerza, la red terrorista y sus socios están creciendo en lugares tales como Libia y Mali.
Se necesita desesperadamente una perspectiva de la situación. Dos años después de que Mohamed Buazizi se prendiera fuego a sí mismo en las calles de su localidad natal en Túnez, el panorama político en el norte de Africa y Medio Oriente se ha vuelto irreconocible. La lucha contra las injusticias se ha transformado en un tumulto por hacerse con el poder. La puja por la democracia se ha deteriorado hasta alcanzar un status quo. Mientras tanto, los militantes islamistas han aprovechado el enorme vacío de poder. Si se analiza a los países afectados por la Primavera Arabe, se observa que sigue existiendo un patrón de inestabilidad.
Túnez
Tras la expulsión del régimen de Zine el-Abidín Ben Alí, Túnez experimentó una transición de gobierno más sencilla que otros países. Con una tradición laica, una población bien educada y una considerable clase media, el país se encontraba mejor preparado para superar el desafío. Sin embargo, la elección del partido islamista Al-Nahda, anteriormente prohibido bajo el régimen de Ben Alí, superó todas las expectativas en las elecciones legislativas. Presagio de lo que habría de suceder en Egipto y Libia.
El futuro de la estabilidad de Túnez es cuestionable. La semana pasada, los manifestantes tomaron las calles tras el asesinato de la principal figura de la oposición, Chokri Belaid. Cada vez más ciudadanos se muestran insatisfechos con el gobierno de dirección islamista y exigen que el pueblo tunecino esté mejor representado.
Egipto
Desde que el dictador de Egipto, Hosni Mubarak, fue derrocado, el pueblo egipcio ha carecido de un gobierno estable. Los Hermanos Musulmanes, prohibidos en la época de Mubarak, sacaron provecho de su amplio respaldo popular y se convirtieron en los claros vencedores de las primeras elecciones democráticas del país. Sin embargo, el nuevo presidente de Egipto, Mohamed Morsi, es poco más que autócrata con apariencia democrática. En noviembre, se otorgó a sí mismo amplios poderes sobre la judicatura y otros poderes del gobierno. Además, las fuerzas de seguridad egipcias (las mismas que antes aplicaban mano dura contra los Hermanos Musulmanes) se han convertido ahora sus sicarios. Por otro lado, Morsi ha establecido una nueva y problemática agenda de política exterior. Su gobierno se ha distanciado de Washington al mismo tiempo que estrecha lazos con China y Hamás (una organización calificada como terrorista por Estados Unidos); mejora sus relaciones con Irán y viola su tratado de paz con Israel.
Libia
Desde la caída de Muammar Gadafi en septiembre de 2011, el gobierno de transición de Libia ha sido incapaz de implantar el Estado de Derecho en gran parte del país. El 11 de septiembre de 2012, un atentado terrorista contra la misión especial de Estados Unidos en Bengasi -que acabó con la vida de cuatro estadounidenses, incluído el embajador Christopher Stevens- fue el resultado directo de la inestabilidad galopante que sufre el país. Y aunque el gobierno libio se movió rápidamente para denunciar el atentado y ha ofrecido su cooperación para encontrar a los terroristas, poco se ha logrado respecto a llevar a sus autores ante la justicia.
La inestabilidad en el norte de Africa también se ha filtrado hasta el Sahel y ha afectado indirectamente a Mali. La pasada primavera, los militantes islamistas ocuparon la parte septentrional del país, provocando la intervención militar francesa del mes pasado. La violencia de estos militantes también ha arribado a Argelia, donde un atentado terrorista, dirigido por un antiguo líder de al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), mató a tres ciudadanos de los Estados Unidos.
Siria
Después de dos años de guerra civil, el presidente de Siria, Bashar al-Assad, aún no ha cedido el poder. El movimiento de oposición sirio ha lanzado golpes muy significativos contra el régimen, aunque el respaldo procedente de Irán y Rusia ha ayudado a al-Assad a mantenerse en el poder. A pesar de más de 60 mil muertes y de cientos de miles de desplazados, la comunidad internacional ha hecho poco por acelerar el desplome del régimen.
En medio de la carnicería, grupos terroristas como el Frente Al-Nusra -socio de al-Qaeda- se han infiltrado en el país aprovechándose de la inestabilidad. Estados Unidos está actualmente ayudando a Turquía, un aliado de la OTAN, para proteger su frontera frente a posibles ataques con misiles balísticos, aunque no existe ninguna estrategia para resolver la crisis.
Yemen
La revolución de Yemen resultó en poco más que una vuelta al status quo. El pasado mes de febrero, el presidente Alí Abdalá Saleh renunció al poder. Saleh fue sucedido por Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, que ejercía como vicepresidente. Al-Hadi, quien supone una continuidad del régimen más que un auténtico cambio, se enfrenta ahora a enormes desafíos para estabilizar Yemen, uno de los países árabes más pobres y turbulentos.
Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), con base en Yemen, sigue siendo una amenaza para Estados Unidos y la seguridad internacional. Durante la revolución, AQPA intentó consolidar su poder en el sur, ocupando varias ciudades importantes. Aunque el gobierno de Yemen ha cooperado con los frecuentes ataques mediantes aviones no tripulados de la administración Obama, no ha podido contener la actividad de AQPA.
De la 'Primavera Arabe' al 'Invierno Islamista'
La Primavera Arabe ha dado pie a una transformación política sin precedentes, pero que se ha degradado hasta convertirse en un 'Invierno Islamista'. Las elecciones que se han celebrado han tenido como resultado la victoria de partidos antioccidentales, ideológicamente predispuestos a oponerse a los objetivos de la política exterior de Estados Unidos.
Aunque al-Qaeda y sus socios desempeñaron un papel reducido en las fases iniciales de los levantamientos árabes, han aprovechado el vacío de poder resultante y se encuentran ahora bien situados para expandir su influencia. Es del interés nacional de Estados Unidos, así como del interés de los aliados de Norteamérica, impedir que los extremistas islamistas secuestren estas revoluciones sin terminar e impongan dictaduras totalitarias en los países afectados. Pero ello no sucederá sin un liderazgo centrado desde Washington.