Las dos caras de Héctor Timerman
Las nulas respuestas obtenidas por el ex oficial de la Policía Bonaerense Hugo Adrián Montenegro (exiliado en los Estados Unidos forzadamente, por haber denunciado graves episodios de corrupción policial y política) de parte del kirchnerismo, Daniel Scioli y la dirigencia en general.
Me abrazó y me dio un beso, como si fuésemos amigos de toda la vida. Mi esposa -sentada en mi vehículo- asistió a la escena, que tuvo lugar hace un tiempo en New York City, la "Gran Manzana".
El funcionario de modos efusivos era ni más ni menos que el ex cónsul argentino en la mencionada ciudad, Héctor Timerman. Luego de aquel acercamiento, se acercó a mi señora, la saludó e incluso preguntó por mis hijos, que se hallaban en el asiento trasero de mi auto. Dijo el hoy Canciller estar "orgulloso" de nosotros y de mis antecedentes en de la Policía Bonaerense, en particular, dada mi actitud de combatir la corrupción entre agentes. Cruzada que mi familia debió pagar con creces, puesto que nos vimos obligados a abandonar el país, convirtiéndonos en los primeros ciudadanos argentinos exiliados desde arribada la democracia en 1983. La verdad es que todavía recuerdo la última frase de Timerman, al momento de despedirnos: "Adrián, quedate tranquilo, que esta tarde te reunís con Néstor Kirchner y, en una semana, estás de regreso en la Argentina".
El señor prometió volver a comunicarse en pocas horas, a los efectos de concretar la reunión con quien en ese momento era el presidente de la República. El ex mandatario programaba ofrecer una charla aquel día, dirigida a la comunidad argentina local. La segunda oradora seria la entonces la Senadora de la Nación, Cristina Elisabet Fernández Wilhelm, quien hoy es la jefe de estado.
Dos horas después de aquel abrazo gentil, el Servicio Secreto (U.S. Secret Service) -el mismo cuya función principal es proteger al presidente estadounidense y de mandatarios extranjeros en visita oficial- se comunicaba por vía telefónica con quien esto escribe, notificándome de que existía cierta "preocupación" por parte de la representación argentina.
Aquella "preocupación" transmitida al organismo norteamericano evaluaba que mi persona podría constituír una "amenaza para la integridad física del presidente argentino". Sin salir de mi asombro, pregunté por el origen de esa versión, en virtud de que yo mismo -en persona- había mantenido un encuentro con funcionarios consulares y que, formalmente, el funcionario a cargo de ese consulado -Héctor Timerman- me había solicitado aguardar su llamado. A criterio, como ya he relatado, de reunirme con el Dr. Kirchner para poder hacerle entrega de la carta que yo mismo había confeccionado. La respuesta del funcionario federal estadounidense me dejó sin palabras: "Señor; fue el propio cónsul quien nos llamó", dijo.
Desde ese preciso momento, debí abandonar mi patria, pero jamás he dado un paso atrás en mi lucha. Esta persigue, como es lógico, poder regresar a mi país. Entre otras cosas, se me hizo aguardar sentado durante tres horas completas, esperando por un funcionario que nunca apareció; se me dijo que deje de ser argentino, dado que me fue aceptada la condición de refugiado por las autoridades del gobierno de los Estados Unidos de América; le fue negado el pasaporte argentino a mis hijos y también a mí, aduciendo que yo ya no era más un ciudadano (aún cuando exista el precedente compartido por magistrados en nuestro país frente al hecho de que la ciudadanía es irrenunciable). El actual Canciller Héctor Timerman ha hecho lo imposible para que yo no pueda regresar allí donde he nacido. Instruyó a la representación diplomática argentina en Washington, D.C. para que yo jamás pueda ser recibido bajo circunstancia alguna. En efecto, la actual Embajadora en la capital de los EE.UU. cumple al pie de la letra esa orden: mis reclamos nunca son respondidos, y la respuesta que me espera siempre es la misma: un categórico "NO". La complicidad del actual Canciller -en lo que a mi caso puntual respecta- coincide con la necesidad de acallar mi voz, remitiéndonos a las épocas más oscuras de la historia argentina reciente. Momentos en que el señor Timerman administraba el ya desaparecido periódico "La Tarde" y que -como es de público conocimiento- fuera de enorme utilidad para los objetivos del Proceso de Reorganización Nacional. Desde luego que no es mi intención comparar mi padecimiento con el de las miles de víctimas de la pasada dictadura militar. Solo he invertido tiempo en relatar mi caso para que la ciudadanía sepa qué clase de individuos compone la actual clase dirigente en nuestro país. De Héctor Timerman, puede afirmarse sin temor a error que es un auténtico "camaleón".
Tal vez, lo más doloroso sea oír al actual Canciller de la República Argentina llenarse la boca con conceptos tales como "derechos humanos" y, más aún, reunirse con organismos u ONGs que declaman defender esos derechos inalienables. Cuestión que me produce sentimientos encontrados, pero nunca -vale aclarar- odio.
Puedo concluír que, mientras el señor Timerman continúe siendo Canciller, yo no podré retornar a mi patria. Busco respuestas, mas no las hallo: ¿cuál es el origen de tanta animosidad, encono y desprecio? Me refiero a un funcionario que recorre el globo y cuyo deber es representarnos. No obstante, es probable que haya motivos para explicar algo de su cuestionable proceder.
Si acaso yo me decidiera a gritar ante cualquier medio oficialista que el gran y único responsable de mis padecimientos es el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Osvaldo Scioli -una cuota de responsabilidad tiene-, creo que sería escuchado rápidamente. Debería también decir que, si mi objetivo fuera salir de este infierno, la única respuesta estaría en la propia Presidente de la Nación. En tal caso, yo habría sido recibido como un héroe, casi considerado como una divinidad egipcia por el aparato de comunicación gubernamental (otro capítulo del "Relato"). Pero sobra decir que jamás haría tal cosa. Daniel Scioli y el Gobierno Nacional no son los únicos responsables de mi situación; también lo fueron otras administraciones antes de la actual, y todos aquellos que transitaron por la Casa Rosada, radicales o peronistas. Sirve recordar que debí partir de la Argentina en épocas de la Alianza.
Mientras tanto, el gobierno argentino no deja de aferrarse al discurso de los "derechos humanos", y mi familia ha tenido que refugiarse en el extranjero por cuestiones políticas. Debiendo nosotros permanecer fuera de la Argentina, difícilmente podamos referirnos a nuestra patria como "un país serio", ni mucho menos, una democracia.