Chavismo tardío; error histórico
A la luz de los últimos acontecimientos, Cristina Kirchner parece haber allanado el camino...
A la luz de los últimos acontecimientos, Cristina Kirchner parece haber allanado el camino para que la opinión pública se obsequie una peligrosa percepción, a saber, que la Administración viene acompañada de la potenciación de desmanejos registrados en gobiernos pasados. Así las cosas, la ciudadanía percibe ahora que el kirchnerismo ha hecho propios episodios de violencia y saqueos bastante más exacerbados que en los tiempos de Fernando De la Rúa, una crisis energética de mayor alcance que la protagonizada durante la Administración Alfonsín, y una trama de corruptela más extendida que la observada durante la gestión Menem.
Acaso omnubilados por una curiosa ingenuidad, el grueso de los analistas políticos concentra su trabajo en lo que califican como una "chavización planificada" de los modos y procedimientos del Gobierno Nacional. Pero quizás sea necesario revisar esa prerrogativa: no es que el cristinismo se haya aferrado al postulado bolivariano a priori, sino que, en vista de que sus funcionarios ya reconocen a viva voz haber perdido el control sobre todas las variables del sistema, la dinámica del error los conduce, invariablemente, a una chavización tardía del modelo.
La hipótesis planteada cobra fuerza, precisamente, en el retardo registrado en el timing de las medidas ordenadas por la Casa Rosada a lo largo de los últimos años: cepo cambiario, cortes de energía ejecutados 'al azar' (consensuados previamente con las distribuidoras de energía), y -conforme se ha visto en las últimas horas- reprogramación ideológica de las Fuerzas Armadas.
Es que Cristina Fernández se ha mostrado tradicionalmente reacia a leer el temporizador del explosivo que ella misma activó: el sobrecalentamiento del empleo público terminó por acentuar la brecha salarial registrada entre espectros accesorios y otros de funcionalidad menos prescindible (los salarios del personal politizado que se desempeña en ministerios y otras reparticiones estatales sobrepasan holgadamente a los haberes de maestros, personal sanitario -médicos, enfermeros-, policías y militares).
A la postre, el mecanismo del derroche ingeniado a base de gasto público acomete suicidio, por ejemplo, de la mano de la dilapidación de las reservas del Banco Central, de la adquisición de insumos energéticos desde el exterior (la cifra en este área superará los US$16 mil millones durante 2014) y de la pasmosa expansión de la matriz de subsidización destinada al desposeído. Para explicarlo de manera sencilla: el "modelo" ha desplegado su objetivación parasitaria frente al Estado Nacional, evaporando sus recursos. El subsistema solo conoce un método para sobrevivir, y éste no es otro que seguir aspirando las existencias estatales y las del sector privado. Esta conclusión parcial remite a una verdad de perogrullo: la Presidente aguardaba que las peores consecuencias de su ingeniería recayeran sobre las espaldas de sus sucesores; jamás imaginó que su propio golem podría rebelarse delante de sus propias narices.
El laberinto de la energía, por ejemplo, pendula entre soluciones que, insoslayablemente, distan de ser tales: si la Nación insistiere en su sendero de eliminar los subsidios, debería, a) implementar una sucesión de cortes programados, o, b) persistir en las interrupciones de electricidad al azar. En cualesquiera de esos escenarios, el resultado sería tétrico: en tanto el malestar social se potenciaría, el Gobierno Nacional remataría encarnando el rol de promotor de zonas liberadas para el vandalismo, precisamente al determinar qué cuadrantes se quedarán sin servicio. Así se vio en Lanús, en la noche del martes.
Enfrentados a la desesperación y al dilema insoluble, Cristina, Capitanich, Zannini y sus compinches se respaldan en la dialéctica gramsciana perpetrada por el londinense Ernesto Laclau: dilatar todavía más la brecha cultural, con el solo objetivo de endurecer el propio núcleo de seguidores. Apuntalar el efecto de la fractura para invitar, acaso, a que los partidarios del subsistema ejerzan presión psicológica (o algo más) sobre la humanidad de sus contendientes. Sin importar que ello implique, en la práctica, abrazarse sin remedio a las mórbidas propuestas de espionaje doctrinario que el flamante Teniente General César Milani se trae bajo el brazo.
La Variante Milani merece ser contemplada desde una óptica alejada del análisis tradicional. Conforme es sabido que los espías jamás abandonan sus vicios, será difícil estimar que el uniformado oriundo de Cosquín decida apartarse de la formulación clandestina que lo depositara en el sitio donde ahora aterriza. Aún cuando las impugnaciones verbitskianas con asiento en el CELS no han podido detenerlo, la Argentina se asoma hoy a un conflicto que no solo comporta una idiosincracia ideológica, sino también informativa. Son, hoy, los argentinos, protagonistas etéreos de una taciturna refriega que se libra en las redes sociales y la virtualidad del Internet. Como sucediera durante los prolegómenos de Plaza Tahrir, Trípoli, y, ahora mismo, el "EuroMaidan" de Kiev. Quizás otorgándole fundamento a este adelanto, el fiel jardinero Lázaro Báez ha recibido instrucciones para centrar el debate en la conveniente neutralización del uso de Facebook y Twitter ante episodios de "conmoción interior". Desliz retórico que a muchos parece habérseles escapado y que deviene, también, en una incómoda promesa.
Los acontecimientos prevén una escalada: está por verse si los camiones Volvo y las Ford Ranger a estrenar del Teniente General, sumados al desplazamiento en clave de operación psicológica de artillería liviana a través de las autopistas del país, pueden imponerse finalmente a la rabia del damnificado. Que no es otro que el ciudadano común, violentado sin remedio y preventivamente por los cortes de suministro eléctrico, los saqueos, la extorsión/presión impositiva y la provocación itinerante y recurrente del discurso oficial.
A la vera del error histórico -y con la venia de la Presidente de la Nación-, Milani se propone llevarse puestos no solo al Frente Para la Victoria, sino a la República y a sus instituciones. Ecuación de la cual el conjunto de la clase dirigente no podrá ausentarse.
En medio de la turbulenta efemérides de los incidentes de diciembre de 2001, resulta irónico que Balcarce 50 ultime su ideario, recurriendo a un uniformado que, en mucho, se promociona como un General Westmoreland del subdesarrollo. Un individuo aquejado por un agudo complejo de inferioridad que, a tientas y atrapado en una habitación a oscuras, persigue su propio Vietnam.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.