En 1971, el grupo musical "George Harrison and Friends" se apersonó en el Madison Square Garden de Nueva York para reunir fondos para Bangladesh -una nación plagada por las enfermedades, hambruna y caos social. La mayoría de la gente ni siquiera habían oído nada sobre Bangladesh, pero respondieron a la convocatoria.
La noche del Recital por Bangladesh, 40 mil personas se hicieron presentes. El álbum subsiguiente y la película reunieron más de US$ 12 millones.
Desde entonces, el público continúa sin hacerse eco de lo que sucede en ese país. Pero Bangladesh ha vuelto a las noticias y -nuevamente- los titulares distan de ser favorables. La violencia y el caos societario han alcanzado niveles desconcidos desde 1971, instancia histórica en que la guerra dio a luz a esa nación. En el trasfondo de los tumultos, se localizan controversias fogoneadas por las próximas elecciones nacionales.
El primer ministro Sheikh Hasina ha estado conduciendo una violenta campaña antiislamista. El gobierno ha proscripto al partido político Jamaat-e-Islami, y Hasina a presionado para lograr enjuiciar y ejecutar al líder de JI, acusado por la comisión de crímenes de guerra durante las guerras de independencia de Bangladesh.
Todo esto ha terminado por enfurecer al principal partido de oposición -el Partido Nacional de Bangladesh- que, aún cuando no es una organización pro islamista per se, es aliada al JI. El BNP ha anunciado que boicoteará los comicios del próximo enero, a no ser que el gobierno dé un paso atrás y permita a un régimen neutral administrar el proceso electoral. En definitiva, la totalidad del proceso democrático está en riesgo.
Y ello no es poca cosa. Bangladesh exhibe la cuarta nación con mayoría musulmana en el globo. Si la libertad fracasa en este punto del planeta, ello representaría un grave retroceso para la causa de la libertad en todo el mundo. Y el caos post electoral solo lograría exacerbar las tensiones en ésta región que, de por sí, ya contabilizaba numerosos problemas.
El islamismo es una ideología política que, bajo las banderas de la religión, clama por el derecho a aplastar los derechos individuales. Como tal, es enemigo acérrimo de las libertades políticas, al tiempo que es la antítesis de la democracia. Una vez puestos en marcha, los regímenes islamistas terminan allanando el camino para Estados que respaldan al terrorismo.
Consecuentemente, el gobierno de Bangladesh está en lo correcto al lanzar su ofensiva contra el islamismo. No obstante ello, cómo lo hace importa. Y mucho. El gobierno debe ser cuidadoso, evitando aniquilar a la democracia mientras intenta rescatarla.
¿Cómo reaccionará occidente y, en particular, Estados Unidos ante la situación en Bangladesh? Esta también es una cuestión problemática. La Administración Obama, por ejemplo, solo se ha preocupado de relacionar a la democracia con procesos electorales. Pero los comicios no siempre son libres. Ofrecen promesas de libertad, pero esa misma promesa suele ser traicionada.
El mejor ejemplo es la República Islámica de Irán: Teherán lleva a cabo elecciones todo el tiempo. Pero éstas son poco significativas -solo ofreciéndose a un pueblo oprimido la oportunidad para elegir una nueva cara, surgida del mismo gobierno que lo oprime. Con todo, la Casa Blanca ha interpretado con ingenuidad que la elección en Irán ha dado como resultado a un presidente "moderado", y esta prerrogativa se fundamenta en la apertura del régimen para consolidar un acuerdo nuclear. Ello, a pesar del hecho de que los regentes del poder real en la República Islámica aún buscan tener armamento atómico.
De igual modo, en Egipto, Estados Unidos participó con indiferencia, mientras un gobierno de la Hermandad Musulmana resultó "elegido", y este régimen intentó convertir a una elección democrática en un sistema derivado de la sentencia "un hombre, un voto, una vez". Luego de que los militares egipcios expulsaron a los islamistas para resguardar el emergente proceso democrático, EE. UU. intentó aislar a los uniformados, en una política que, ni avanzó en la causa democrática, ni mejoró las relaciones con ese aliado estratégico de Washington.
Estados Unidos debe tomar una decisión crítica respecto de cómo replicará al escenario de Bangladesh. Washington no puede manejarse emocionalmente frente a las políticas del primer ministro de ese país porque su régimen pone en jaque al sistema democrático y ello perfectamente podría empujar a la ciudadanía a acercarse a los extremistas y a respaldar el terrorismo islámico.
Si la Casa Blanca también cometiera un error en Bangladesh, será el "tercer strike" en su política de esfuerzos para defender la libertad en contra del extremismo islamista.
Artículo publicado originalmente en The Washington Examiner. Foto: Sumon Yusuf/Polaris/Newscom