El ocaso de Ricardo Echegaray
Los magullados contribuyentes argentinos tendrán su dulce venganza: la cabeza de Ricardo Daniel Echegaray...
Los magullados contribuyentes argentinos tendrán su dulce venganza: la cabeza de Ricardo Daniel Echegaray, viciado Director de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), está a punto de rodar. Por pedido expreso -argumentado con énfasis y personalmente ante la propia Presidente de la Nación- de Axel Kicillof. Y con la venia de otros altos funcionarios de la Administración que, fiel a su costumbre previo a enfrentarse a los medios de comunicación, bregan por confidencialidad.
Pudiera ser que el incidente que protagonizaran el propio Echegaray y un equipo de noteros de la señal Todo Noticias (TN) en mucho contribuyera al cadalso del polémico recaudador para la Corona. E igualmente perjudicial para su imagen intragobierno ha sido su contienda personal con Matías Longoni, único periodista investigador que hurgó en los sorprendentemente torpes prolegómenos del funcionario nativo de Punta Alta computados en ONCCA. Aunque lo cierto es que los malos modos sobre los cuales el jefe de la AFIP cimentó su gestión -y que lo ponen a la vera de ser acusado próximamente por integrar una asociación ilícita- lo depositaron en el estado de situación presente.
Como nunca antes en democracia, organismos como la Aduana Argentina (también bajo comando de Echegaray) y la mismísima AFIP se configuraron en siniestros reductos desde los cuales una criminal discrecionalidad, la extorsión, la persecución y la amenaza hicieron su agosto. El escenario complementóse de la mano de mecanismos non sanctos bajo control y ejecución de personeros del poco amigable recaudador, como ser, la fijación de onerosos sobreprecios tendientes a la liberación de contenedores con mercadería -y que, como numerosos players en el mundillo de la importación conocen de primera fuente, arrancaban en los US$5 mil dólares. Esta radiografía -que, inicialmente al menos, se presenta con sabor a poco- terminó por convertir en una misión imposible la actividad de importadores y exportadores en el país, tornando insolventes las ecuaciones financieras y operativas más elementales en el seno de la actividad económica nacional. El corolario ha sido, por supuesto, un subsistema voraz de recaudación impositiva, que solo ha derivado en un incremento desproporcionado de las cifras en negro en cualquier rubro y, ya a nivel micro, la consabida huída de particulares que optan por eliminar sus identidades del esquema de pago del monotributo. A la postre, Ricardo Echegaray tiene bastante poco para mostrar: en tanto su gestión ha contribuído a demoler la economía y a aniquilar de facto la libertad cambiaria, queda expuesto que su modesto logro se deshilvanó en el acopio indiscriminado de fondos a caballo de la inflación. Atosigando, en el proceso, a una extendida cadena de actores que no tienen otro camino que mantenerse en blanco para poder solventar sus operaciones cotidianas. La conclusión en el corazón del cristinismo íntimo es tan irónicamente poética como elocuente: Echegaray le ha obsequiado una serie de golpes letales al "modelo nacional y popular", conforme su epopeya contra los evasores lo ha llevado a perseguir con crudeza a ciudadanos de clase media baja que también deben lidiar con cuestiones impositivas sin que medie como atenuente lo irrisorio de sus ingresos. Justo es -dirán algunos en Olivos- que pague por sus pecados. Con creces. Y con una maldición aún no ponderada por los analistas del episodio, esto es, que carece de fueros de ninguna clase: de cara a sus futuros padecimientos judiciales, solo lo protege su actual pertenencia al poder. Y nada más.
Desde luego que no son la ética ni el reclamo de la opinión pública los motores primigenios que impulsan a Kicillof o a Capitanich a atropellar al hoy devaluado jefe de la AFIP. Después de todo, el de Hacienda fue oportunamente rescatado de ser apaleado por turistas furiosos en ocasión de algún periplo a la República Oriental del Uruguay (en donde Echegaray también mantiene suculentas inversiones inmobiliarias), mientras que el Jefe de Gabinete asombra con rigor diario recurriendo a una retórica y una desopilancia sin paralelo en la historia de las instituciones argentinas. Son protagonistas de esta puja las indetenibles ambiciones de poder de los participantes y la necesidad irrenunciable de tomar por asalto nuevos espacios desde los cuales amplificar la propia influencia.
En cualesquiera de los casos, la eyección del recaudador y su posterior reemplazo por un nombre de paja no sirven para dar un hálito de credibilidad al gobierno caído en desgracia. Menos útiles serán los conatos en pos de la supremacía para edulcorar la imagen de una Presidente de la que se desconoce si aterrizará en diciembre de 2015 con salud o tranquilidad. Y de la que tampoco se sabe si se propone, sinceramente, cruzar esa meta, sin dar el paso al costado antes de tiempo.
Otra derivación no valorada es si los antagonistas intragobierno del inenarrable Don Ricardo se atreverán a convertirlo en un nuevo Amado Boudou o en una amenazante fotocopia de Sergio Schocklender: no es novedad que el de AFIP se ha ocupado de tomar sus recaudos y -quizás sobra apuntarlo- su conocimiento respecto de las irregularidades impositivas de Cristina Fernández y el entorno familiar presidencial (Máximo y Florencia Kirchner) es, por demás, holgado. Acaso haya que rastrear aquí las razones que hacen las veces de cobijo al cobrador número uno para mostrarse sonriente y despreocupado junto su parentela en balnearios uruguayos o en Río de Janeiro.
Foto de portada: Perfil.com
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.