ECONOMIA INTERNACIONAL: MANUEL SUAREZ-MIER

Sobre la muerte del economista chileno Ernesto Fontaine

Hace un par de días, me llamó mi querido maestro Arnold Harberger, para darme la triste nueva que había fallecido nuestro entrañable amigo...

26 de Enero de 2014
Hace un par de días, me llamó mi querido maestro Arnold Harberger, para darme la triste nueva que había fallecido nuestro entrañable amigo común Ernesto Fontaine, gran economista chileno, quien fuera el primer doctorado en Economía en la Universidad de Chicago proveniente de América Latina.
 
Ernesto había llegado a EU en la avanzada de estudiantes chilenos que se había beneficiado del convenio establecido entre la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) y la Universidad de Chicago entre 1956 y 1964, que habría de cambiar de cuajo la historia de su país al entrenar una masa crítica de economistas aptos y decididos.
 
Esta masa crítica de buenos economistas empezó por revolucionar la manera en que se enseñaba economía en Chile, al ampliar el alcance de las poderosas ideas de cómo una economía de mercado en la que funcionan los precios como la principal guía que orquesta la actividad económica es, por mucho, el mejor sistema institucional.
 
Este grupo habría de ser la clave para que Chile, que llevaba años de ser una de las economías peor manejadas de Latinoamérica, fase que culminó con la debacle del gobierno socialista de Salvador Allende en 1973, saliera de sus cenizas como el Ave Fénix que, paradójicamente, está plasmada en el escudo de la Universidad de Chicago.
 
Los aportes de Fontaine para el cambio radical en la trayectoria de la economía chilena son numerosas. Si bien él no participó en la redacción de "El Ladrillo", que fue la guía de la reforma económica emprendida en 1974, fue uno de los autores de los Lineamientos para Alcanzar Mayor Empleo y Crecimiento en Latinoamérica; este sería un aporte fundamental de la OEA para el desarrollo futuro de la región.
 
Los economistas a cargo de las reformas tenían un arduo trabajo por delante pues la economía chilena estaba en un estado terminal de caos. El desabastecimiento en los productos era generalizado. Fontaine, que estaba trabajando en Washington entonces, describe, con su gran sentido del humor, sus experiencias de una visita que hizo a su país:
 
"Trajimos jabón, pasta de dientes, arroz, aceite, papel higiénico, cigarrillos y otros ‘lujos’ para amigos y familiares; mis hijos, de diez años la mayor, se entretenían colocándose en cuanta cola podían encontrar…".
 
Como el mecanismo de precios no funciona cuando éstos son fijados por orden del gobierno, las "colas" sirven como dispositivo alterno de asignación de recursos, y es señal invariable que una economía se halla en una etapa de desabastecimiento álgida cuando se multiplican las colas para obtener lo poco disponible.
 
Además del vasto número de precios congelados, había que lidiar con un complejo sistema de paridades múltiples, enorme cantidad de empresas expropiadas que ya no producían por falta de materias primas, y un déficit público descomunal financiado con crédito del banco central, lo que empujó a la inflación por encima del 400%.
 
Lo notable de las reformas económicas chilenas es que sobrevivieron en lo fundamental la transición a la democracia, al entregársele el poder a una coalición de centro-izquierda en 1989, lo que Fontaine atribuye al triunfo de "la economía como ciencia y los economistas como profesionales"; ello resultó posible gracias a la calidad de la educación en economía, en la PUC y en otra muchas universidades.
 
A juicio de Alito Harberger, en el prólogo del último libro de Fontaine, Mi Visión, su "coronación profesional" fueron los cursos en evaluación de proyectos que entrenaron literalmente a miles de profesionales en esta disciplina, y que el gobierno chileno adoptara esta técnica para analizar la rentabilidad de sus obras.
 
Que un gobierno tenga un sistema institucional de análisis del costo-beneficio social para determinar sus políticas públicas y sus prioridades de inversión, transforma el uso del gasto público de un capricho político, como suele ocurrir en muchos países, a un ejercicio profesional que asigna mejor los recursos escasos.
 
La labor de Fontaine en concebir los cursos, escribir los textos, supervisar su calidad y en vender las bondades del sistema para asignar el gasto público al margen de presiones políticas, fueron verdaderamente labores y logros notables de un economista lúcido, honesto y comprometido con las mejores causas de su país.
 
Como el propio Fontaine reconoce, el éxito más notable alcanzado por el sólido montón de buenos economistas chilenos —que no se limitan a Chicago como en un principio, sino a las mejores universidades del mundo— es el sólido consenso social "establecido en cuáles deben ser los pilares de una sana política pública."
 
Querido Ernesto, ¡te extrañaremos mucho!
 

Publicado originalmente en Diario Excelsior, Ciudad de México
 
 
Sobre Manuel Suárez-Mier

Profesor en la Escuela de Servicio Internacional de la American University (EE.UU.) y escribe una columna semanal para el diario financiero El Economista (México). Fue Economista en Jefe para América Latina de Bank of America, Jefe de Gabinete del Gobernador del Banco de México, y Asesor Principal de su primera Junta de Gobierno. Durante la negociación del TLCAN, fue Ministro para Asuntos Económicos de la Embajada de México en EE.UU.