Héctor Timerman, Teherán y la defunción del servicio exterior de la República Argentina
"Si esto es traición, hagamos que valga la pena" (Patrick Henry, abogado y político estadounidense [1736-1799])
A lo largo de la historia argentina, el cuerpo diplomático comarcal ha sabido compartir sobrados ejemplos de incompetencia, cuando no de desaprensiva majadería. Para ilustrarlo, bastaría con comenzar recordando el deplorable legado de Mariano Adrián Varela. Nativo del Uruguay, fue nombrado como ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, en 1868. Hacia finales de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), y tras la derrota del caudillo paraguayo Francisco Solano López, el funcionario declararía que "La victoria no da derechos". Como consecuencia directa de la falta de visión de Varela y una magnanimidad incompatible con los prolegómenos y desenlace del sangriento conflicto, el Imperio del Brasil impondría luego (y de manera unilateral) sus pretensiones limítrofes a la nación guaraní. Las ambiciones argentinas fueron a parar al basurero: más de treinta mil connacionales -entre civiles y militares- habían entregado su vida en vano.
Más de cien años más tarde, en 1984, el entonces Canciller Dante Caputo (Presidencia Alfonsín) propuso una solución mágica con el objetivo de poner punto final a la alternativa de un enfrentamiento militar con la hermana República de Chile. Caputo luchó a capa y espada para que la Argentina terminase sacrificando una importante porción de territorio soberano y de su zona económica exclusiva marina (puntualmente, las islas Picton, Nueva y Lennox), mientras que la propaganda gubernamental acompañó con fiereza la postura entreguista. Años después, documentos oficiales revelaron que Santiago jamás hubiese decidido abordar una solución armada ante el problema: el país vecino -respaldado por los buenos oficios del Canciller local- jugó al poker y se alzó con la victoria, tras el breve bluff.
Ya en la década del noventa (y haciendo a un lado la cuestión de la soberanía), el país se vio beneficiado con su registro en el Visa Waiver Program estadounidense, gracias al cual ya no se exigiría visa a ciudadanos argentinos que ingresaren en territorio norteamericano. Bajo el auspicio de un influyente ministro del menemismo (convalesciente hoy de una dolencia que lo ha reducido a piel y huesos), un risueño consorcio de diplomáticos destacado en sedes del continente asiático se conjuntó para extender miles de pasaportes emitidos por el Ministerio del Interior a ciudadanos de origen chino, previo pago de jugoso canon. Miles de orientales, involucrados con las tríadas y el crimen organizado sostenido logísticamente por el gobierno de Pekín, arribarían luego al país para extender el alcance de sus actividades. Otros harían uso de la documentación con la meta de iniciar una nueva vida en los Estados Unidos de América. Esta fue la razón fundamental que motivó a Washington a remover a la Argentina del VWP, y no la resignada emigración que engrosaría luego la colectividad vernácula en la Florida.
La temporada de las "relaciones carnales" también registraría el desarme del vector Cóndor II, proyecto de misil de mediano alcance, alimentado por combustible sólido y de trayectoria parabólica que, desarrollado por la Fuerza Aérea Argentina y firmas privadas de filiación paraestatal, el menemismo optó por clasurar, a pedido de EE.UU. Fuentes diplomáticas que intervinieron en el proceso de entrega de planos y materiales en representación del Estado Nacional comentaron en su oportunidad que los agentes de la inteligencia americana (CIA) a cargo de la operación se mostraron atónitos: no podían creer que funcionarios del servicio exterior de una nación soberana (se referían, obviamente, a los argentinos) hicieran entrega de componentes e ítems tan valiosos -más de lo originalmente solicitado- con semejante sonrisa en el rostro y de un modo tan desinteresado. Ni siquiera exigieron metálico a cambio. Los resultados se encuentran a la vista: el programa satelital argentino hoy es tierra fértil para la carcajada, y expertos en el tema destacan que la aniquilación del Cóndor sirvió para retrasarlo en más de dos décadas. En el remate, aún resuenan los conceptos vertidos por el ex presidente Carlos Saúl Menem -recogidos por la difunta 'Revista Humor': "Este no es un país bananero más".
Los detractores de siempre del cuerpo diplomático, afectos a considerar al servicio exterior como una tropilla parasitaria de burócratas e inoperantes de inaceptable buen pasar, aún deberían esperar para protagonizar al peor de los espectáculos.
En 2004, Héctor Marcos Timerman fue nombrado por el desaparecido Néstor Kirchner como Cónsul General de la República Argentina en Nueva York. Los arrebatos del ex guerrillero de Montoneros, Jorge Taiana (quien hizo poco para obviar su franco desacuerdo con la visión que portaba la nueva Administración en materia de Relaciones Exteriores), lo llevaron a caer en desgracia ante Cristina Fernández en 2010: el camino para la llegada de Timerman a la Cancillería se vio, de improviso, barrido de obstáculos.
Mientras que Timerman fue oportunamente esmerilado por los medios de tirada masiva a partir de la fastuosa ceremonia de casamiento de su hija Jordana en el Uruguay (luego suspendida) o por su patético periplo por Angola, lo cierto es que su foja de servicios remite a tropelías de gravedad, un comportamiento lindante con el deshonor más cabal, y una encomienda de consecuencias sobradamente funestas.
En febrero de 2011, el Canciller se apersonó en el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini (Ezeiza), para destruir los precintados en el equipaje de una aeronave Boeing Globemaster III de la fuerza aérea estadounidense. Por mandato de la Presidente Cristina Kirchner, Timerman forzó a la tripulación norteamericana a dar explicaciones ante la presencia de supuesto "material de guerra" que era ingresado al país sin conocimiento del Gobierno Nacional. El texto oficial de Cancillería citaba, textual: "se hallaron equipos de transmisión, tres aparatos encriptadores de transmisión, mochilas militares, pen-drives, medicamentos vencidos y drogas estupefacientes, narcóticas y estimulantes del sistema nervioso. También un sobre verde, en cuyo interior se hallaron dos pen-drives rotulados y un disco rígido rotulados como 'Secreto', códigos de comunicaciones encriptadas y un folleto traducido en quince idiomas con el texto: 'Soy un soldado de Estados Unidos. Por favor, informe a mi embajada que he sido arrestado por su país'". Como medida preventiva, el Pentágono debió proceder a la reconfiguracion de los códigos, por cuanto coincidían con el formato de los utilizados en teatros de operaciones complejos como Irak y Afganistán. La faena fue interpretada por analistas en seguridad internacional como un valioso favor del Canciller para con la República Islámica de Irán -cuyos activos proveían de armamento al Talibán con el cual destripar a soldados rasos originarios de la Norteamérica profunda, en suelo afgano. A la postre, un curso de acción inesperado de parte de un portador de ciudadanía estadounidense, como es el caso de Timerman. Realidad por demás incongruente, apenas se consideran las funciones que debería prestar para el gobierno de la República Argentina.
Más cerca en el tiempo, Héctor Timerman se ha propuesto como el principal promotor y empedernido arquitecto del denominado "convenio de entendimiento con la República Islámica de Irán", con miras a la búsqueda de "justicia" en el Caso AMIA. Desde su propuesta para la constitución de una "comisión de la verdad" con el objetivo declarado de esclarecer los hechos, Timerman no solo ha logrado autoobsequiarse el desprecio de la colectividad judía argentina -que hoy pide su cabeza- y la desconfianza de Tel Aviv: ha certificado su acercamiento definitivo al régimen de los ayatolás, cuyos regentes no ocultan su interés en desaparecer del mapa al Estado de Israel. Ignorando el rastro de Hezbolá ("Partido de Dios") en el atentado de 1994 y descartando lo que Occidente computa como obvio, esto es, que la organización política citada opera como brazo armado de Teherán en todo el globo, al tiempo que disfraza el financiamiento de terroristas por vía de una declamada "Yihad social" (Hezbolá asiste financieramente a familias shiítas pauperizadas del Líbano y en Próximo y Cercano Oriente, a través de la reverberante acción militante en organizaciones no gubernamentales y el empleo de obscuras entidades bancarias).
Alejado de la herencia periodística de su padre Jacobo -quien solía calificar a Hafez al-Assad como el "traficante de drogas más poderoso del mundo", sindicándolo como monopolizador el cultivo de amapola en el fértil Valle de la Bekaa libanés-, Héctor ha optado por adherir a la masacre de civiles sirios a manos de Basher, actual mandatario en Damasco e hijo de Hafez: desde Cancillería, Timerman obstaculizó el envío de delegados argentinos a la comisión de Naciones Unidas encargada de proceder a la destrucción de armas químicas en poder del régimen de minoría alaouita de al-Assad. Teherán -como es de público conocimiento- respalda con fondos, energía, armamento y tropas al gobierno de Damasco. Los intereses de la República Islámica y la agenda de Timerman convergen en ya innumerables áreas comunes.
Precisamente, el viciado convenio con Irán y la condescendencia del Palacio San Martín para con Teherán motivaron al Fiscal Federal Alberto Nisman a presentar ante legisladores estadounidenses un informe de una treintena de páginas (en inglés, en http://www.defenddemocracy.org/stuff/uploads/documents/summary_(31_pages).pdf) con el objeto de demostrar cómo Irán promueve la infiltración de gobiernos latinoamericanos y la instalación de estaciones clandestinas de inteligencia para consolidar un dietario de atentados contra objetivos blandos en la región. Mientras la consuetudinaria demonología del kirchnerismo pone de suyo para etiquetar a Nisman de "sionista", acaso sea más conducente estimar que Héctor Timerman y la Administración que representa ofician de copatrocinadores del terrorismo panislámico en Latinoamérica, en auxilio de La Habana y sus devaluadas marionetas políticas del Palacio de Miraflores, en Caracas. Como evidencia circunstancial para rubricarlo, el Canciller simplemente necesitaría remitirse a los agentes de contrainteligencia de origen cubano y venezolano que hacen las veces de indiscretos "custodios" en la sede diplomática argentina en Washington, D.C., en el 1600 de la Avenida New Hampshire, NW. Si el periodismo underground en Buenos Aires ya dispone de las fotografías de los personajes, ¿cómo podría explicarse que el propio Timerman y la Embajadora Cecilia Nahón continúen deslindando responsabilidades de cara al asunto?
En el epílogo, lo que el funcionario argentino-estadounidense de Cancillería difícilmente podrá refutar es que el promocionado "memorándum de entendimiento" se halla próximo a fenecer. Acaso porque la impericia del protagonista así lo ha signado desde el principio. Y porque -según conmemoran fuentes que siguen de cerca los eventos- el auspicioso negocio que se confeccionaba tras bambalinas (que involucraba la importación de importantes cuotas de petróleo iraní) portaba la siempre efímera finalidad del soborno. 'Por amor o por dinero', suele ser la expresión idónea desde la cual dilucidar casi cualquier entretelón ofrecido por el kirchnerismo.
Otra variable de esta historia también ha exhalado su último suspiro: se trata de la carrera de Héctor Marcos Timerman. En tanto el Congreso de la Nación ya mueve hilos para reclamar su interpelación, el futuro del hijo de Marcos -vaya ironía- probablemente termine resolviéndose en Washington o Tel Aviv. Aunque -sugieren los eruditos- más vale apostar por la segunda.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.