La interpretación más ingeniosa que ha surgido desde la izquierda a lo largo de estos días fue que no trabajar -o trabajar menos- es algo estupendo para los estadounidenses.
Un informe reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) reveló que, durante la próxima década, habrá el equivalente a 2.3 millones menos de trabajadores incorporándose al mercado laboral como resultado directo de Obamacare. Evidentemente, eso es algo negativo ¿O no? Pues, no; según afirman muchos progresistas, incluído el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Jay Carney, y el líder por la mayoría en el Senado, Harry Reid (D-NV), que están alabando esta previsión por su carácter “liberador”, dado que “facultará a las personas para que tomen decisiones respecto a su propia vida y las formas de ganársela... y tendrían, así, la oportunidad de perseguir sus sueños”.
Se trata de una declaración importantísima puesto que nos ofrece una magnífica perspectiva de la mentalidad progresista: no trabajar, aunque se dependa del gobierno, no es necesariamente algo negativo. En el caso de Obamacare, los subsidios de los servicios médicos implicarán que cada vez más ciudadanos estadounidenses dejen de sentirse obligados a encontrar un empleo.
Este pensamiento es increíblemente alarmante, ya que erosiona el tradicional valor estadounidense de que el trabajo es honorable y positivo. Como declarara recientemente el congresista Jim Jordan (R-OH) en la Cumbre de Normativas de Estados Unidos, organizada por Heritage Action, es triste ver “cómo ahora, uno de los principales partidos, diría que ha cruzado esa línea y ha adoptado la idea de que de algún modo es bueno que la gente trabaje menos”.
En realidad, esta Administración se ha dedicado a ello durante años, relajando los requisitos laborales para acceder a los programas de ayuda pública. Requerir que la gente trabaje o que busque trabajo mientras recibe la ayuda del contribuyente es una buena política, además de tratarse de una idea respaldada por gran parte de la población de los Estados Unidos. Es más, fomentar el trabajo al mismo tiempo que se retira la ayuda pública se ha demostrado que reduce la pobreza. Así lo comentaría el ex presidente Ronald Reagan: “El mejor programa social es un empleo”.
Con una cifra de desempleo cercana al 7%, cada vez resulta más complicado que los estadounidenses encuentren esos trabajos que tan desesperadamente necesitan, por lo que muchos simplemente han dejado de buscar trabajo. Como ha concluido el experto de la Fundación Heritage, James Sherk: “A día de hoy, hay 5.7 millones menos de ciudadanos estadounidenses que estén trabajando o buscando trabajo. Esta caída de la participación en la población activa equivale a prácticamente la totalidad de la reducción del índice de desempleo desde 2009, por no mencionar que aquellos que no están buscando trabajo no cuentan como desempleados”.
En otras palabras, el índice oficial de desempleo del 7% es, en rigor, engañoso.
Además, de acuerdo a The Wall Street Journal, uno de cada seis hombres con edades entre los 25 y los 54 años (los principales años de actividad laboral) carece de empleo. Contrariamente a la idea de que resulta liberador el que los ciudadanos estadounidenses no encuentren trabajo, este artículo del Journal cita a Kenneth Gilkes, de 29 años, que dice que: “A veces, me desanimo pero, honestamente, no puedo dejar de buscar… Todo el mundo me dice que hay una luz al final del túnel”.
Y sin embargo, el mensaje de la Casa Blanca parece ser: en caso de que esté Ud. tratando de unirse a la población activa… ¿está seguro de quererlo?