POLITICA: MARIANO ROVATTI

El pasado, esa inexplicable pasión argentina

Hablar, discutir, reñir y descalificar por el pasado se corresponden con matices de una misma pasión por la que transita nuestra sociedad.

13 de Abril de 2014
Hablar, discutir, reñir y descalificar por el pasado se corresponden con matices de una misma pasión por la que transita nuestra sociedad. Pero no ponemos la misma intensidad para soñar nuestro futuro, ni al momento de diseñar proyectos nacionales.

Días atrás, un entrañable amigo compartió a quien esto escribe una frase que inspiró la presente nota. 'Si no fuera por el pasado, vos y yo apoyaríamos el mismo gobierno'. Esta fue -palabras más, palabras menos- su sentencia.

Coincidiemos con este amigo en no menos del setenta por ciento de lo conversado, aunque raramente hemos expresado esa afinidad de ideas en las urnas. En la mayoría de las elecciones, hemos optado por candidatos con perfiles opuestos.

En aquella frase dicha al pasar, estriba la explicación de por qué actuamos de ese modo, teniendo visiones similares de la actualidad del país y del mundo: el pasado, y de su increíble poder sobre las decisiones del presente.

Una de las prioridades estratégicas del kirchnerismo desde el 2003, fue apoderarse del pasado argentino. Y lo logró. Convirtió en único e incuestionable su recortado relato sobre la historia argentina de los últimos sesenta años. Su particular versión de los hechos incluye su interesada versión sobre el peronismo y lo que queda de él, la resistencia peronista, la lucha armada, la dictadura militar y la recuperación democrática.

Convencidos de la vigencia de la máxima de George Orwell ('Quien controla el pasado, controla el presente, y quien controla el presente, controla el futuro'), el kirchnerismo ha captado un emergente social típicamente argentino. Si acaso existe un lugar en el mundo para comprobar la eficacia de ese apotegma, ese es, precisamente, nuestro país.

En nuestra sociedad, el pasado tiene un poder extraordinario. Nos encanta perder horas, días y años enfrascados en discusiones sobre hechos que ya son historia. Y además, a partir de ello, convertir a quien piensa distinto acerca de ellos, en un acérrimo enemigo en el presente. ¿Por qué? Quizás, por ser una sociedad formada en la inmigración, con la carga nostálgica que ella trae. O más atrás, por la eterna lucha de unitarios y federales -vigente aún el plano político y financiero- por imponer un modelo de país. O más aún, por la conquista española y la lucha contra los aborígenes, y a partir de conocido el desgarramiento producidos a éstos de sus tierras y cultura. Incluso podríamos continuar, llegando hasta el Génesis de la Biblia.

Sin embargo. muchos países del mundo vivieron procesos similares, pero no malgastan su vida en discusiones melancólicas. La pregunta para justificarlo sería, simplemente, ¿para qué? Al igual que en otros órdenes más personales, indagarnos sobre el sentido de lo que hacemos sería más productivo y beneficioso para nosotros como comunidad.

Los partidos políticos se exhiben en crisis desde –por lo menos- finales de los años noventa. La causa principal es su falta de identidad. Y que ésta, además, se construya sobre símbolos que remiten al pasado, en lugar de erigirse sobre sueños, ideas y proyectos que nos convoquen desde el futuro común.

¿Hay que arrojar el pasado por la ventana? No hace falta, y tampoco parece posible. Pero sí se puede soltarlo. Dejarlo ahí; sacarlo de nuestras espaldas. Todo el pasado, el malo y también, el bueno. Uno esclaviza y resiente, el otro hechiza. Ambos nos impiden diseñar, armar, construir, hacer. Impiden SER.

La mayoría de los argentinos coincidimos en mucho de lo que pretendemos para la sociedad. La nueva reagrupación de partidos debería configurarse de acuerdo a los matices que nos diferencian: algunos pondrán más el acento en la fortaleza institucional, otros en la justicia social (concepto que, en lo personal, me atrae más que el de 'inclusión social', porque aquélla refiere a los derechos que tenemos las personas), otros en la producción, otros en los cambios culturales, etc. Pero que todos se propongan partir de la base de un mínimo de objetivos y métodos que ya ni siquiera parece necesario discutir.

Entre éstas podemos citar, como ejemplos que no se agotan en esta lista: vigencia de las instituciones republicanas, libertad de expresión, honestidad de los funcionarios, defensa de la moneda nacional, programa de desarrollo económico para todo el sistema productivo en su conjunto, distribución justa del ingreso nacional, acceso popular a la vivienda, la salud, la educación, identidad cultural, vigencia de la paz y respeto a la soberanía de los Estados nacionales como ámbitos naturales para la resolución de conflictos internacionales, etcétera.

La Argentina dispone –nuevamente, y quizás sin merecerlo- de una gran oportunidad de saltar de nivel, para ser otra vez una de las grandes potencias mundiales. Pero ello no podría lograrse en un veranito, sino un período de –por lo menos- un cuarto de siglo. La demanda creciente de alimentos –aquello que quizás sea lo mejor que sabemos hacer- es el ámbito de nuestros desafíos.

Solo serán líderes aquellos que estén a su altura.
 

 
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