En un Estado obeso, las separaciones son difíciles
Hewlett-Packard, la novena empresa de manufacturas más grande de Estados Unidos...
21 de Octubre de 2014
Hewlett-Packard, la novena empresa de manufacturas más grande de Estados Unidos, está dividiéndose entre dos empresas. Los ejecutivos dicen que las unidades de la compañías son simplemente demasiado distintas como para ser administradas de la misma forma.
Reflexionemos sobre ésto: Hewlett-Packard es una empresa muy grande, con ventas anuales de alrededor de $115.000 millones. No es ni remotamente tan grande como el gobierno de EE.UU., sin embargo, que gastará casi $4 billones (“trillions” en inglés) este año. No es ni siquiera tan grande como los gobiernos de los Estados de Nueva York y California, que gastaron $132 mil millones y $215 mil millones, respectivamente, en 2011.
Esos gobiernos están involucrados en áreas de trabajo mucho más diversas y aún así sus ejecutivos nunca parecen querer implementar una consolidación, o deshacerse de negocios no relacionados a su esencia, o cerrar las unidades que no se desempeñan bien, o dividirlas en unidades más pequeñas y manejables.
¿Saben algo los funcionarios de las corporaciones que los funcionarios políticos no saben?
Reflexionemos sobre ésto: Hewlett-Packard es una empresa muy grande, con ventas anuales de alrededor de $115.000 millones. No es ni remotamente tan grande como el gobierno de EE.UU., sin embargo, que gastará casi $4 billones (“trillions” en inglés) este año. No es ni siquiera tan grande como los gobiernos de los Estados de Nueva York y California, que gastaron $132 mil millones y $215 mil millones, respectivamente, en 2011.
Esos gobiernos están involucrados en áreas de trabajo mucho más diversas y aún así sus ejecutivos nunca parecen querer implementar una consolidación, o deshacerse de negocios no relacionados a su esencia, o cerrar las unidades que no se desempeñan bien, o dividirlas en unidades más pequeñas y manejables.
¿Saben algo los funcionarios de las corporaciones que los funcionarios políticos no saben?
Hewlett-Packard no es la única empresa que hace esto. Hace poco, eBay anunció que se desharía de su división PayPal.
Muchas empresas grandes han decidido dividirse porque se han vuelto demasiado grandes y diversas como para ser administradas de manera eficiente. ITT y AT&T hicieron eso en 1995. Viacom y CBS se separaron en 2006, así como también lo hicieron Time-Warner y AOL en 2008 y NewsCorp. De Rupert Murdoch en 2012.
Sin embargo, esto nunca parece pasar con el Estado, que simplemente sigue creciendo y agregando nuevos programas.
Una razón por la cual el Estado se vuelve demasiado grande es lo que Milton y Rose Friedman denominaron “la tiranía del status quo”. Esto es, cuando un programa nuevo del Estado es propuesto, muchas veces se vuelve el centro de un debate controversial. (Al menos si estamos hablando de programas grandes, como los subsidios al agro o Medicare. Muchos programas más pequeños terminan en el presupuesto luego de poco o nulo debate, y algunos de ellos se vuelven relativamente grandes después de unos años. Las medidas de “emergencia”, como lo fueron la Ley Patriota de 2001 y la ley del estímulo en 2009, puede que sean aprobadas con poca deliberación). Una vez que ha sido aprobado, el debate acerca del programa prácticamente se acaba.
Después de eso, el congreso simplemente considera cada año por cuánto más aumentar su presupuesto. Ya no hay un debate acerca de si el programa debería existir. Las reformas como el presupuesto con base cero y las leyes con fecha de expiración se supone que deben controlar este problema, pero no han tenido mucho efecto.
Cuando el gobierno federal se propuso cerrar la Junta de Aeronáutica Civil en 1979, descubrió que no había instrucciones acerca de cómo cerrar una agencia estatal. Esto simplemente nunca sucede. El proyecto del entonces presidente Bill Clinton llamado “reinventando al Estado” decía que “el gobierno federal parece incapaz de abandonar lo obsoleto. Sabe cómo agregar, pero no cómo sustraer”. Usted puede buscar en los presupuestos de cualquier presidente durante mucho tiempo y no encontrará propuesta alguna para eliminar un programa.
Un elemento de la tiranía del status quo es lo que los washingtonianos denominamos el Triángulo de Hierro, que protege cada agencia y programa. El Triángulo de Hierro consiste del comité o subcomité en el Congreso que supervisa el programa, los burócratas que lo administran, y los intereses especiales que se benefician de éste. Estos grupos están conectados: Un miembro del personal de un congresista escribe una regulación, luego va al poder ejecutivo para administrarla, después se traslada hacia el sector privado y hace mucha plata cabildeando a sus anteriores colegas en nombre del grupo de interés que está siendo regulado. O sucede que un lobista corporativo hace contribuciones a miembros del Congreso para conseguir que se cree una nueva agencia regulatoria, acto seguido él es designado como miembro de la junta de la agencia —porque, ¿quién más entendería el problema tan bien?
Las corporaciones se enfrentan a una evaluación distinta; esto es, el resultado final, según lo decidan los consumidores. Las empresas que no mejoran constantemente su habilidad de satisfacer a los consumidores perderán en el mercado. Algunos productos o divisiones puede que dejen de ser los preferidos. La administración en ejercicio puede que sea tan mala que una junta de directores decida vender esa división y permitir que una nueva administración implemente cambios.
Por supuesto, las empresas a veces se fusionan o compran otras empresas también. Los administradores constantemente están buscando encontrar la mejor combinación de recursos para satisfacer la demanda de los consumidores. En lo que ha transcurrido de este año, las empresas alrededor del mundo han realizado fusiones y adquisiciones valoradas en más de $2 billones. Mientras tanto, han vendido o se han deshecho de $1,6 billones de subsidiarias y líneas de negocios, según el Wall Street Journal. Los inversores se están volviendo más agresivos y demandando que las empresas se “coloquen en el tamaño adecuado”, ya sea que eso signifique expandirse, reducirse o reorganizar sus líneas de negocios. Los mercados globales funcionan a paso acelerado, y los administradores se enfrentan constantemente al reto de mantenerse al día con la cambiante demanda de los consumidores y con las mejoras de los competidores.
Muy poco de lo que pasa con el Estado, que simplemente continúa agregando nuevos proyectos —desde planes para jubilación, hasta el cuidado de los niños, la guerra en Iraq, la Administración de Seguridad en el Transporte, el rescate de Wall Street e incluso las canchas de golf municipales— y rara vez los cierra. Si los administradores e inversores de las corporaciones con su propio dinero en juego encuentran que los negocios se vuelven demasiado grandes como para ser administrados de manera efectiva, ¿realmente puede ser posible que el Congreso y los dos millones de burócratas federales administren de manera efectiva un gobierno de $4 billones —ni hablar de una economía de $17 billones?
Sin embargo, esto nunca parece pasar con el Estado, que simplemente sigue creciendo y agregando nuevos programas.
Una razón por la cual el Estado se vuelve demasiado grande es lo que Milton y Rose Friedman denominaron “la tiranía del status quo”. Esto es, cuando un programa nuevo del Estado es propuesto, muchas veces se vuelve el centro de un debate controversial. (Al menos si estamos hablando de programas grandes, como los subsidios al agro o Medicare. Muchos programas más pequeños terminan en el presupuesto luego de poco o nulo debate, y algunos de ellos se vuelven relativamente grandes después de unos años. Las medidas de “emergencia”, como lo fueron la Ley Patriota de 2001 y la ley del estímulo en 2009, puede que sean aprobadas con poca deliberación). Una vez que ha sido aprobado, el debate acerca del programa prácticamente se acaba.
Después de eso, el congreso simplemente considera cada año por cuánto más aumentar su presupuesto. Ya no hay un debate acerca de si el programa debería existir. Las reformas como el presupuesto con base cero y las leyes con fecha de expiración se supone que deben controlar este problema, pero no han tenido mucho efecto.
Cuando el gobierno federal se propuso cerrar la Junta de Aeronáutica Civil en 1979, descubrió que no había instrucciones acerca de cómo cerrar una agencia estatal. Esto simplemente nunca sucede. El proyecto del entonces presidente Bill Clinton llamado “reinventando al Estado” decía que “el gobierno federal parece incapaz de abandonar lo obsoleto. Sabe cómo agregar, pero no cómo sustraer”. Usted puede buscar en los presupuestos de cualquier presidente durante mucho tiempo y no encontrará propuesta alguna para eliminar un programa.
Un elemento de la tiranía del status quo es lo que los washingtonianos denominamos el Triángulo de Hierro, que protege cada agencia y programa. El Triángulo de Hierro consiste del comité o subcomité en el Congreso que supervisa el programa, los burócratas que lo administran, y los intereses especiales que se benefician de éste. Estos grupos están conectados: Un miembro del personal de un congresista escribe una regulación, luego va al poder ejecutivo para administrarla, después se traslada hacia el sector privado y hace mucha plata cabildeando a sus anteriores colegas en nombre del grupo de interés que está siendo regulado. O sucede que un lobista corporativo hace contribuciones a miembros del Congreso para conseguir que se cree una nueva agencia regulatoria, acto seguido él es designado como miembro de la junta de la agencia —porque, ¿quién más entendería el problema tan bien?
Las corporaciones se enfrentan a una evaluación distinta; esto es, el resultado final, según lo decidan los consumidores. Las empresas que no mejoran constantemente su habilidad de satisfacer a los consumidores perderán en el mercado. Algunos productos o divisiones puede que dejen de ser los preferidos. La administración en ejercicio puede que sea tan mala que una junta de directores decida vender esa división y permitir que una nueva administración implemente cambios.
Por supuesto, las empresas a veces se fusionan o compran otras empresas también. Los administradores constantemente están buscando encontrar la mejor combinación de recursos para satisfacer la demanda de los consumidores. En lo que ha transcurrido de este año, las empresas alrededor del mundo han realizado fusiones y adquisiciones valoradas en más de $2 billones. Mientras tanto, han vendido o se han deshecho de $1,6 billones de subsidiarias y líneas de negocios, según el Wall Street Journal. Los inversores se están volviendo más agresivos y demandando que las empresas se “coloquen en el tamaño adecuado”, ya sea que eso signifique expandirse, reducirse o reorganizar sus líneas de negocios. Los mercados globales funcionan a paso acelerado, y los administradores se enfrentan constantemente al reto de mantenerse al día con la cambiante demanda de los consumidores y con las mejoras de los competidores.
Muy poco de lo que pasa con el Estado, que simplemente continúa agregando nuevos proyectos —desde planes para jubilación, hasta el cuidado de los niños, la guerra en Iraq, la Administración de Seguridad en el Transporte, el rescate de Wall Street e incluso las canchas de golf municipales— y rara vez los cierra. Si los administradores e inversores de las corporaciones con su propio dinero en juego encuentran que los negocios se vuelven demasiado grandes como para ser administrados de manera efectiva, ¿realmente puede ser posible que el Congreso y los dos millones de burócratas federales administren de manera efectiva un gobierno de $4 billones —ni hablar de una economía de $17 billones?
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@David_Boaz
Sobre David Boaz
Es vicepresidente ejecutivo del Instituto Cato (Washington, D.C.). Desarrolla artículos relacionados con temas culturales y políticos. Ha jugado un rol fundamental en el desarrollo del Instituto y del movimiento libertario. Es el autor de Libertarianism: A Primer, publicado 1997 y descrito por el matutino estadounidense Los Angeles Times como 'un manifiesto bien investigado de las ideas libertarias'. Boaz es también editor de The Libertarian Reader.