Crisis y peronismo
Desde el regreso de la democracia en 1983, la sociedad argentina ha sido protagonista en la instalación de una idea, a saber, que el peronismo...
13 de Noviembre de 2014
Desde el regreso de la democracia en 1983, la sociedad argentina ha sido protagonista en la instalación de una idea, a saber, que el peronismo es la única garantía de gobernabilidad. Desde su surgimiento en 1945, y transitando hacia ambas elecciones presidenciales de 1973 (primero Cámpora y luego Perón), el Partido Justicialista ganó todas las elecciones en las que se presentó (recordemos que entre 1955 y 1973 estuvo imposibilitado de presentarse a elecciones, al encontrarse proscripto).
Cuando el justicialismo no se presentó como opción en comicios, fue el radicalismo quien resultó ganador (Frondizi en 1958, e Illia en 1963). En 1983, sin embargo, esta hegemonía se quebró. La ciudadanía no parece haber olvidado la nefasta experiencia peronista del trienio 1973-1976, en las sucesivas presidencias de Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel, y el breve interinato de Lúder; ello redundó en la victoria de Raúl Alfonsín -resultado que también halló fundamento en el carisma del entonces jefe de la UCR. Aún cuando aquellos tiempos no se caracterizaban por las extendidas encuestas y muestreos de la actualidad, estudios posteriores confirmaron que no pocos votantes peronistas habían modificado su voto, para redirigirlo a la figura de Alfonsín. Con todo, 1989 arribaría con la erosión del radicalismo, a manos de la hiperinflación. El peronismo volvió a imponerse, pero aquella vez con Carlos Saúl Menem como candidato. Desde entonces, todo fue justicialista, aunque pocos advierten que el movimiento creado por Perón también implosionó a su manera, tras la crisis de 2001. Aunque supo disimularlo con presteza, gracias a su notoria habilidad camaleónica y a su remarcable carencia de escrúpulos. Y a otro hecho de color, esto es, que le tocó gobernar en temporadas de bonanza.
Hoy día, lo que sucede en el seno del peronismo no debería analizarse desde una mirada diferente a la empleada en los años setenta. En aquella década, vastos sectores identificados con la izquierda se acercaron al movimiento justicialista debido, en algunos casos, a la falsa ilusión revolucionaria que despertaban la figura y la retórica de Juan Perón, y a la consabida imposibilidad de alcanzarse el poder por otros medios. El panorama actual asiste a la incorporación de sectores bien disímiles al peronismo kirchnerista; acaso ya no de la mano del ilusionismo revolucionario de referencia, sino con el único fin de arrimarse al combo propuesto por los negocios y el poder. Ejemplos no parecen escasear: La Cámpora, Amado Bodou, Sergio Massa, Ricardo Echegaray, Ricardo Delgado, Miguel Bein, Francisco De Narvaez, entre varios otros. Es que la proclama individual ligada al peronismo es garantía de poder. Si no fuese el peronismo el que estuviese en control actual de la Casa Rosada, probablemente el partido que lo reemplazare ya hubiese caído. Amén de variables en eclosión como energía, seguridad, tipo de cambio e inflación, el sindicalismo no se mostraría dividido, y de seguro ya hubiese arengado a varios paros generales. Sirve, a tal efecto, recordar una instantánea del 20 de diciembre de 2001: mientras el país literalmente se desangraba, caciques y gobernadores peronistas celebraban la inauguración del Aeropuerto de Merlo en la provincia de San Luis, por entonces gobernada por Adolfo Rodríguez Saá; este último, tres días después sería proclamado presidente interino, ante la renuncia de Fernando De la Rúa. La foto del aeropuerto pasó casi desapercibida.
No eran pocos los que en 2010 exigían que la economía no se recupere, con el objetivo de que el kirchnerismo comprometiera su permanencia en el poder -aún cuando ello hubiese impactado negativamente en la salud del país. Hoy, la situación es mucho más extrema: no sólo la economía presenta cada vez más problemas, sino que el cristinismo avanza casi sin oposición, promocionando proyectos severamente cuestionados y potencialmente peligrosos (Ley de Telecomunicaciones, Ley de Hidrocarburos, reformas a los Códigos Civil y de Procedimiento Penal). Algunos estiman que, si el Gobierno logra contener la crisis hasta llegadas las elecciones de 2015, el daño al país será bastante más grave que el registrado hoy. La herencia que reciba una próxima Administración será en extremo delicada: reservas en niveles riesgosos, inflación en altísimos guarismos, cepo al dólar. Con el agravante de que, de aquí a un año, estas variables podrían empeorar.
El razonamiento previo se respalda en la certeza de que la ciudadanía solo valora -a la hora de votar, al menos- la economía, sin importarle otros aspectos, como el autoritarismo o la incidencia de la corruptela. Otras voces se asombran del avance del Gobierno contra el Grupo Clarín, mientras eluden recordar que Juan Domingo Perón expropió 'La Prensa' -el diario más popular e influyente de la época- en 1951. De cara a este panorama, no faltan quienes analizan la 'Variante De la Sota': dado que el cordobés no cuenta con guarismos favorables para la Presidencia, podría darse el gusto de serlo por un año (acaso 2015), para hacer el 'trabajo sucio' a nivel macro, y allanar el camino para Massa o Scioli (como Duhalde hiciera en pos de favorecer a Néstor Kirchner). La jugada implicaría una suerte de golpe institucional contra la persona de Cristina Fernández. ¿Será capaz el peronismo de permitirse semejante maniobra?
La sociedad sospecha que el peronismo es parte del problema, nunca de la solución -a pesar de que todavía le cuesta admitirlo. La trampa parece ganar dimensiones; al punto en que una mayoría no kirchnerista pareciera ver en Hugo Moyano a un sindicalista elegante y europeizado, olvidando su carácter de representante de un gremialismo esencialmente vetusto y probadamente reaccionario, con un pasado turbio en los años setenta que prefiere sepultar. Esa misma ciudadanía quizás prefiera potenciar a Massa o a Scioli como figuras potables, obviando que una totalidad de dirigentes, gobernadores e intendentes del conurbano que acompañan hoy a CFK se alinearán rápidamente con cualesquiera de los dos citados.
El peronismo hace rato ha dejado de encarnar una ideología, para mutar en una expresión cultural de la Argentina. Es, a la vez, un espacio desde el cual hacer grandes negocios y un trampolín con el que proyectarse hacia la cima de la arena política. Un refugio para esconder el sentimiento de autodestrucción y medianía que suele anidar en los pueblos vapuleados por grandes crisis.
El peronismo reside en el ADN del ser nacional. Y representa, a todas luces, una extraña tendencia a crear el veneno y el antídoto, al mismo tiempo.
Sin ponerse colorado.
Cuando el justicialismo no se presentó como opción en comicios, fue el radicalismo quien resultó ganador (Frondizi en 1958, e Illia en 1963). En 1983, sin embargo, esta hegemonía se quebró. La ciudadanía no parece haber olvidado la nefasta experiencia peronista del trienio 1973-1976, en las sucesivas presidencias de Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel, y el breve interinato de Lúder; ello redundó en la victoria de Raúl Alfonsín -resultado que también halló fundamento en el carisma del entonces jefe de la UCR. Aún cuando aquellos tiempos no se caracterizaban por las extendidas encuestas y muestreos de la actualidad, estudios posteriores confirmaron que no pocos votantes peronistas habían modificado su voto, para redirigirlo a la figura de Alfonsín. Con todo, 1989 arribaría con la erosión del radicalismo, a manos de la hiperinflación. El peronismo volvió a imponerse, pero aquella vez con Carlos Saúl Menem como candidato. Desde entonces, todo fue justicialista, aunque pocos advierten que el movimiento creado por Perón también implosionó a su manera, tras la crisis de 2001. Aunque supo disimularlo con presteza, gracias a su notoria habilidad camaleónica y a su remarcable carencia de escrúpulos. Y a otro hecho de color, esto es, que le tocó gobernar en temporadas de bonanza.
Hoy día, lo que sucede en el seno del peronismo no debería analizarse desde una mirada diferente a la empleada en los años setenta. En aquella década, vastos sectores identificados con la izquierda se acercaron al movimiento justicialista debido, en algunos casos, a la falsa ilusión revolucionaria que despertaban la figura y la retórica de Juan Perón, y a la consabida imposibilidad de alcanzarse el poder por otros medios. El panorama actual asiste a la incorporación de sectores bien disímiles al peronismo kirchnerista; acaso ya no de la mano del ilusionismo revolucionario de referencia, sino con el único fin de arrimarse al combo propuesto por los negocios y el poder. Ejemplos no parecen escasear: La Cámpora, Amado Bodou, Sergio Massa, Ricardo Echegaray, Ricardo Delgado, Miguel Bein, Francisco De Narvaez, entre varios otros. Es que la proclama individual ligada al peronismo es garantía de poder. Si no fuese el peronismo el que estuviese en control actual de la Casa Rosada, probablemente el partido que lo reemplazare ya hubiese caído. Amén de variables en eclosión como energía, seguridad, tipo de cambio e inflación, el sindicalismo no se mostraría dividido, y de seguro ya hubiese arengado a varios paros generales. Sirve, a tal efecto, recordar una instantánea del 20 de diciembre de 2001: mientras el país literalmente se desangraba, caciques y gobernadores peronistas celebraban la inauguración del Aeropuerto de Merlo en la provincia de San Luis, por entonces gobernada por Adolfo Rodríguez Saá; este último, tres días después sería proclamado presidente interino, ante la renuncia de Fernando De la Rúa. La foto del aeropuerto pasó casi desapercibida.
No eran pocos los que en 2010 exigían que la economía no se recupere, con el objetivo de que el kirchnerismo comprometiera su permanencia en el poder -aún cuando ello hubiese impactado negativamente en la salud del país. Hoy, la situación es mucho más extrema: no sólo la economía presenta cada vez más problemas, sino que el cristinismo avanza casi sin oposición, promocionando proyectos severamente cuestionados y potencialmente peligrosos (Ley de Telecomunicaciones, Ley de Hidrocarburos, reformas a los Códigos Civil y de Procedimiento Penal). Algunos estiman que, si el Gobierno logra contener la crisis hasta llegadas las elecciones de 2015, el daño al país será bastante más grave que el registrado hoy. La herencia que reciba una próxima Administración será en extremo delicada: reservas en niveles riesgosos, inflación en altísimos guarismos, cepo al dólar. Con el agravante de que, de aquí a un año, estas variables podrían empeorar.
El razonamiento previo se respalda en la certeza de que la ciudadanía solo valora -a la hora de votar, al menos- la economía, sin importarle otros aspectos, como el autoritarismo o la incidencia de la corruptela. Otras voces se asombran del avance del Gobierno contra el Grupo Clarín, mientras eluden recordar que Juan Domingo Perón expropió 'La Prensa' -el diario más popular e influyente de la época- en 1951. De cara a este panorama, no faltan quienes analizan la 'Variante De la Sota': dado que el cordobés no cuenta con guarismos favorables para la Presidencia, podría darse el gusto de serlo por un año (acaso 2015), para hacer el 'trabajo sucio' a nivel macro, y allanar el camino para Massa o Scioli (como Duhalde hiciera en pos de favorecer a Néstor Kirchner). La jugada implicaría una suerte de golpe institucional contra la persona de Cristina Fernández. ¿Será capaz el peronismo de permitirse semejante maniobra?
La sociedad sospecha que el peronismo es parte del problema, nunca de la solución -a pesar de que todavía le cuesta admitirlo. La trampa parece ganar dimensiones; al punto en que una mayoría no kirchnerista pareciera ver en Hugo Moyano a un sindicalista elegante y europeizado, olvidando su carácter de representante de un gremialismo esencialmente vetusto y probadamente reaccionario, con un pasado turbio en los años setenta que prefiere sepultar. Esa misma ciudadanía quizás prefiera potenciar a Massa o a Scioli como figuras potables, obviando que una totalidad de dirigentes, gobernadores e intendentes del conurbano que acompañan hoy a CFK se alinearán rápidamente con cualesquiera de los dos citados.
El peronismo hace rato ha dejado de encarnar una ideología, para mutar en una expresión cultural de la Argentina. Es, a la vez, un espacio desde el cual hacer grandes negocios y un trampolín con el que proyectarse hacia la cima de la arena política. Un refugio para esconder el sentimiento de autodestrucción y medianía que suele anidar en los pueblos vapuleados por grandes crisis.
El peronismo reside en el ADN del ser nacional. Y representa, a todas luces, una extraña tendencia a crear el veneno y el antídoto, al mismo tiempo.
Sin ponerse colorado.
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@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.