Fiscal asesinado, previo a testificar contra negociaciones secretas entre Argentina e Irán
A comienzos de esta semana, el fiscal argentino Alberto Nisman fue hallado sin vida en su departamento...
A comienzos de esta semana, el fiscal argentino Alberto Nisman fue hallado sin vida en su departamento, muerto por una bala que ingresó en su cráneo. Las circunstancias relativas a su deceso aún son un misterio. Lo que queda claro es que el súbito final de su existencia representa la muerte de la mejor chance que tenía la Argentina de emerger de una nube de corruptela, entorpecimiento oficial y el deterioro del Estado de Derecho.
Más importante aún, la muerte de Nisman -previo a lo que hubiese significado un importante testimonio en el congreso con miras a exponer un acuerdo secreto entre la Argentina e Irán- priva a América Latina de una de sus principales e infatigables voces en pos de la justicia.
Conocí a Nisman varios años atrás, cuando perseguía con firmeza toda evidencia detrás del ataque terrorista respaldado por Irán que terminó con la vida de 85 personas por vía de un autobomba en un centro judío de Buenos Aires, conocido luego como el atentado a la AMIA.
Nos conocimos en virtud de que nuestras investigaciones en referencia a la actividad terrorista de Irán en Latinoamérica se superponían. Me vi conmocionado al hallar a otra persona que compartía un profundo interés en la estrecha temática de tremenda importancia, pero que concentraba poca atención. Nuestras conversaciones continuaron de manera esporádica, de tanto en tanto, conforme comparábamos notas y puntos de vista sobre las actividades iraníes en las Américas.
Nisman era pensativo, cauteloso y metódico -salvo cuando compartía bromas, al modo argentino. Siempre salí de nuestras reuniones sintiendo que yo había obtenido mucho más de lo que compartía al conocimiento enciclopédico de Nisman sobre las actividades de Irán en el Hemisferio Occidental. Su investigación había descubierto periódicos iraníes de una década de antigüedad y otros documentos que exhibían, para los interesados, el plan que lentamente se implementaba en la región. Nisman había visitado una docena de países para recolectar documentos e incorporar conocimientos, en tanto hacíá sonar las alarmas en otras naciones que hacían de anfitrionas para actividades extremisas.
En nuestra última comunicación por correo electrónico, cinco días atrás, Nisman me envió el resumen de un nuevo y explosivo caso que se preparaba para presentar contra los políticos más poderosos de la Argentina. En la lista de los citados, se encontraba la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, miembros de su círculo íntimo, y muchos otros con vínculos profundos con la organización política La Cámpora, que es conducida por Máximo Kirchner, hijo de la primera mandataria. En pocas horas, la historia concentró la atención del país, ampliando la deplorablemente extensa de problemas de la Presidente.
El gobierno de Fernández, que había intentado deshacerse de Nisman durante años, atacándolo incesantemente desde los más altos niveles de la Administración, inmediatamente propuso la hipótesis del suicidio. Para muchos argentinos, y particularmente para los amigos de Nisman, esa teoría es ahora tan probable como la capacidad de los cerdos para volar; sin que ello representara sorpresa, fue inmediatamente descartada por los medios nacionales. La credibilidad del gobierno argentino, que se había mostrado intencionalmente opaco desde los orígenes de la inexplicable riqueza de la jefe de Estado, el índice de inflación y hasta las estadísticas de rutina sobre el delito, ha tocado fondo, y ahora continúa quebrándose hasta alcanzar profundidades desconocidas.
Trágicamente, Nisman falleció apenas antes de lo que hubiese representado su momento más extraordinario. Tras una década de investigar lo que los argentinos conocen como el Caso AMIA, se suponía que Nisman testificaría el lunes ante el parlamento en relación a sus más recientes hallazgos legales: la Presidente Fernández de Kirchner, según se entiende, autorizó y utilizó su despacho para negociar secretamente un acuerdo con Irán para limitar su investigación, como parte de un acuerdo por armamento y de intercambio de trigo por petróleo. Empleando una estructura paralela de inteligencia, Nisman dijo, la Presidente había acordado -bajo pedido iraní- que INTERPOL levantara las órdenes de arresto de cinco altos funcionarios de Irán involucrados en el ataque a la AMIA. De acuerdo a la investigación, ella propuso una investigación bipartita entre argentinos e iraníes sobre el caso que hubiese alterado evidencia para exonerar a los líderes iraníes implicados en el caso. Las órdenes de arresto, emitidas sobre la base de investigaciones previamente encaminadas por Nisman, habían representado una constante fuente de vergüenza para el gobierno de Teherán, en tanto había restringido severamente la capacidad de aquellos involucrados para trasladarse mundialmente sin temor de ser arrestados.
La investigación de Nisman refería:
'Mientras que los ideólogos dentro de la rama ejecutiva de la Argentina hablaban de verdad y justicia, ya habían arreglado impunidad. Ellos buscaban reconfigurar una aproximación geopolítica con Irán, intercambios de petróleo por granos e, incluso, comerciar con armamento. Con estos objetivos en agenda, el Ministro de Relaciones Exteriores Héctor Timerman, selló acuerdos secretos con Teherán -conforme fuera luego públicamente reconocido por el Canciller iraní Ali Akbar Salehi- y se comprometió él mismo a remover las alertas rojas de Interpol contra los fugitivos terroristas iraníes. La oportuna intervención de Interpol impidió que Timerman cumpliera con este último compromiso. Adicionalmente, se hizo público que el plan criminal incluía la creación de cinco nuevas hipótesis criminales basadas en falsas evidencias para desviar la investigación judicial hacia acusados manufacturados, eventualmente liberando de responsabilidad delictual a sospechosos de origen iraní.'
El gobierno reaccionó con furia ante la nueva investigación de Nisman, y convocó a sus principales referentes para denunciar al fiscal como lacayo de los Estados Unidos de América, como un traidor, mentiroso y lunático. Nisman tenía clara la seriedad de la situación. Recientemente, había relatado ante amigos que comprendía que podía ser asesinado en virtud de la evidencia que deseaba hacer pública, y que había perdido peso debido al estrés. Con todo, aquellos que lo conocían bien afirmaron que había evaluado la alternativa de presentarse ante un comité parlamentario, que actualmente está en control de personas leales a la Administración.
Nisman no desconocía las presiones de llevar adelante una investigación de tamaño calibre. El tomó en sus manos el incipiente caso del ataque contra la AMIA en 2005, tras un desfile de fiscales que habían malversado evidencias, con policías cometiendo torpezas durante años. Nisman trajo nueva vida a un caso que se hallaba en un callejón sin salida, y compiló una investigación de ochocientas páginas, la cual, aún cuando observaba carácter controversial, se anotó loas internacionales a partir de su profesionalismo y profundidad. Esa investigación y los hallazgos posteriores apuntaban con elocuencia a la participación directa de Irán y Hezbolá en la ejecución del sangriento atentado, que aún remite al peor atentado terrorista en Latinoamérica en décadas.
Tras la publicación de una superadora acusación en 2012, Nisman me dijo que había recibido numerosos sobres que contenían fotografías de vigilancia de sus hijos asistiendo a la escuela -clara advertencia de que aquellos que lo amenazaban sabían cómo llegar a su familia. Alberto Nisman se tomó varias semanas de descanso en Europa mientras las cosas se tranquilizaban, pero rápidamente regresó al trabajo. Entonces llegó la sorpresa de enero de 2013, anunciada en una serie de 22 tweets por la Presidente, en relación a que la Argentina e Irán habían firmado un Memorandum de Entendimiento, negociado en secreto durante dieciocho meses, para que ambas naciones investigaran en conjunto el Caso AMIA. Escenario comparable a uno en el que los Estados Unidos invitaran a al-Qaeda a investigar los ataques del 11 de septiembre de 2001, y así fue interpretado a nivel global.
La de por sí raída relación de Nisman con la presidente argentina se develaba a medida que él comenzaba a criticar el acuerdo con Irán por su carácter ilegal. A posteriori, su investigación desentrañó el problema con el Pacto argentino-iraní: su objetivo primario fue exonerar a funcionarios iraníes a través de una investigación falseada. Se trataba de un convenio diseñado para beneficiar a ambas naciones. La Argentina, necesitada de combustibles y con una economía en caída libre, obtendría petróleo originado en Irán. La República Islámica, cuyo petróleo es difícil de comerciar en los mercados internacionales debido a las sanciones, intercambiaría crudo por granos, a criterio de aliviar su escasez de alimentos. Si Nisman estaba en lo correcto -su investigación refería a actividades criminales de parte del gobierno y a una extendida operación de inteligencia clandestina-, el testimonio hubiese asestado un duro golpe a una presidente cuyos índices de popularidad bordean los veinte puntos porcentuales, en una economía que se acerca al colapso.
Una investigación gubernamental en torno de la muerte de Nisman no será creíble, y existen pocas chances de que expertos de fuera del sistema lleven adelante una investigación independiente. De tal suerte que, como sucede con muchas cosas en la Argentina, la verdad probablemente se pierda en un mar de encubrimiento, mentiras, medias verdades y documentación extraviada. Las personas que conocen la verdad han muerto.
Nisman deja tras de sí un enorme legado que sería útil examinar. El comprendía cómo Irán construía lentamente una infraestructura en América Latina a lo largo de décadas, y conocía también el tremendo precio de la perversión de la justicia. Se mostraba sorprendido frente a las razones que llevaban a Estados Unidos, a la Unión Europea y a otras naciones latinoamericanas a no tomar en serio la expansión de las operaciones iraníes con seriedad. Nisman supo que el intento frustrado de 2007 para destruir las líneas de provisión de gas bajo el aeropuerto John F. Kennedy en Nueva York fue un complot iraní, algo que quedaría expuesto con claridad en el juicio que llevó a la prisión de tres sospechosos, pero que fue poco discutido a nivel público. Nisman conocía la predisposición de Irán a abonar dinero a un cartel de drogas para asesinar al embajador saudita en los Estados Unidos en Washington, D.C., y que ello no era una fantasía de la comunidad de inteligencia estadounidnese -como muchos creían. Y Nisman comprendía que Irán se halla testeando incesantemente los modos de inflingir daño en el hemisferio.
Otros testigos han desaparecido o bien fallecido en misteriosas circunstancias en la áspera arena judicial y política de la Argentina. Nisman es una pérdida especial. Era un buscador de justicia en un horrible crimen contra la humanidad, y su propio gobierno claramente se volvió contra él.
'Nisman había estado enfrentando prácticamente en soledad a un gobierno que, en la persona de su Canciller, lo calificó con numerosos epítetos -mentiroso, entre ellos-, y que jamás dejó de insultarlo', escribió Daniel Santoro, un respetado columnista en el matutino Clarín. 'En cualquier democracia estable, el gobierno se hubiese defendido a sí mismo y a Nisman, aún si los contenidos de sus acusaciones no fuesen materia de acuerdo, o aún cuando aquellas no hubiesen contado con el apoyo técnico y moral de sus jefes'.
Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en http://fusion.net/story/39232/prosecutor-killed-on-eve-of-testifying-against-argentinas-secret-dealings-with-iran/
Es presidente de la firma IBI Consultants e Investigador Senior en IASC (International Assessment and Strategy Center), think tank del área de Washington, D.C. (Estados Unidos). Ha desarrollado numerosos informes sobre la Argentina y sobre temáticas relativas al terrorismo y la seguridad regional.