POLITICA: PABLO PORTALUPPI

La Argentina que apesta

Los grandes dramaturgos de la historia suelen recordar que la única diferencia...

31 de Marzo de 2015
Los grandes dramaturgos de la historia suelen recordar que la única diferencia entre la tragedia y la comedia es que en la primera hay muertes, mientras que en la segunda, no. En las tragedias, los conflictos se terminan resolviendo -aunque más no sea de la peor manera-; en las comedias, todo se oculta detrás de soluciones mágicas. De todas maneras, y a la larga, siempre emerge la tragedia.

La Argentina es una comedia que huele mal. Por momentos, trágica; pero casi siempre se las arregla para hallar una solución en apariencia 'feliz'. En este punto, cabe admitir que la Humanidad toda tiende a esconder la basura debajo de la alfombra, de tal suerte que todo se haga más llevadero. Aquí, esta tendencia se muestra particularmente acentuada. Ni bien comenzado el 2015, tuvo lugar una muerte trágica. Sobrevino la conmoción, y el sinceramiento de la realidad pareció cristalizarse. Sin embargo -y poco a poco-, la marcha del 18F ha ido quedando atrás, en tanto sus efectos comienzan a diluírse irremediablemente. Ha comenzado a asomar una nueva frustración y, esto se sabe, toda frustración es difícil de digerir. El Caso Nisman parece ya no cosechar interés, y la denuncia del ultimado fiscal se exhibe herida de muerte. Las partes involucradas han puesto de sí un esfuerzo invalorable con miras a empantanar la causa. Todos -incluso aquellos que originalmente jugaban el papel de 'héroes' en esta tragicomedia. El magnicidio ha mutado en novela negra, conforme ninguno de sus protagonistas está libre de pecado. Ni los fiscales que convocaron a la marcha, ni su viuda, ni los magistrados de primera y segunda instancia; todos son sospechosos. Ante esta realidad, suele ser más cómodo mirar hacia otro lado. Para algunos, esta perspectiva también parecería ser más sana.

Entre bambalinas, destaca un periodismo cómplice. Ese que enalteció a figuras judiciales de dudoso pasado -aquellos que no han sido sino parte del sistema. Los 'malos' del ayer son los 'buenos' del hoy, y viceversa. ¿Quién tiene razón? ¿La tienen los fiscales que imputaron a la Presidenta, o los jueces que desestimaron la denuncia? La 'guerra judicial' que tuvo -y sigue teniendo, al parecer- ocupados a los argentinos durante la temporada estival, ¿podría calificarse de extorsión recíproca? La versión publicada por Hugo Alconada Mon en La Nación -que refería a una suerte de pacto entre el Poder Judicial y el Ejecutivo -se presenta como una realidad consumada. Ante esto, la ciudadanía se ha quedado como 'pedaleando en el aire'.

Pero la sociedad difícilmente pueda atribuírse inocencia. Si acaso las encuestas que pululan por el escenario de los medios de comunicación comportan algún margen de certeza (amén de que por estas horas se multiplican las operaciones para favorecer a uno u otro aspirante), en las que se explicita una suba de la imagen positiva de Cristina y un liderazgo de Daniel Scioli en las preferencias del voto a Presidente, es dable pensar que la esquizofrenia se ha apoderado del conjunto. ¿No sería eminentemente incompatible la multitudinaria convocatoria del 18 de febrero con el probable triunfo del Gobernador de Buenos Aires en octubre? Porque -servirá recordarlo- se trata del mismo Scioli que, de acuerdo a investigaciones de Nicolás Wiñazki, operó en la administración de justicia para desestimar la denuncia de Nisman y, de esta manera, dejar libre de culpa y cargo a Cristina Fernández. Lo propio estaría haciendo ahora el partenaire de Karina Rabolini ante el Juez Claudio Bonadío, en lo que tiene que ver con la hipersensible Causa Hotesur. El objetivo -claro está- es que su camino a la Presidencia se vea despejado de onerosas dificultades. La meta se presume egoísta, y describe a la perfección la personalidad y el carácter de este enigmático personaje.

La Argentina se encamina inexorablemente a repetir su historia. Al denunciado 'Plan Bomba' económico de Axel Kicillof y la Presidente -orientado a entorpecer la marcha de cualquier próxima Administración-, se suman ahora los ensayos del sindicalismo. Al reciente paro nacional -liderado por los gremios de transporte- del 31 de marzo, se agregará otro de 36 horas convocado por la CGT opositora y la CTA de Pablo Micelli, hacia mediados de abril. El dato de color es que los sindicatos enrolados en la CGT oficialista darán libertad de acción a sus afiliados para que decidan parar por su cuenta. Se asiste, entonces, a un ensayo de operaciones -dirigido al próximo Presidente, y no necesariamente contra el actual gobierno. En sus discursos, los referentes de los sindicatos kirchneristas no disimulan lo injusto del impuesto a las Ganancias; pero no paran porque el kirchnerismo -dicen aquéllos- ha hecho mucho para beneficiar a los trabajadores. Con este gravamen, se han alcanzado y cruzado límites surrealistas: el sindicalismo convalida que un gobierno peronista parasite el grueso del salario del trabajador. El argumento para complicarle la vida al próximo gobierno está servido en bandeja: dirán que paran porque las conquistas se lograron con los Kirchner, y que la nueva Administración los regresa a foja cero. Así las cosas, el reclamo por Ganancias se convierte en el caballito de batalla para los nuevos ceses de actividades a encararse desde 2016. Tal como sucediera durante los períodos de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa. La historia podría repetirse: si cabe otorgar crédito a ciertos encuestadores y Daniel Scioli se hace de la victoria, los gremialistas se alinearán con él. Si, en cambio, el triunfo quedase en manos de Mauricio Macri, los espectros del gremialismo la emprenderán contra el ahora Jefe de gobierno porteño. En ambos casos -y como ya es costumbre-, la justicia hará la 'vista gorda' ante eventuales episodios de corruptela y la prensa masiva apoyará desde sus titulares (al menos durante los meses iniciales). La nueva crisis del futuro comienza a construírse; hoy.

Quizás 'Hamlet' pueda citarse como la obra más emblemática de la tragedia. En ella, su autor, William Shakespeare, despuntó aquella frase célebre: 'Algo huele a podrido en Dinamarca'. El epílogo sobreviene con la muerte de todos los protagonistas -único modo en que Dinamarca lograría expiar sus pecados. Desde luego que algunos podrían endilgarle a este ejemplo un carácter extremista, o bien ficticio. Pero, todo aquel que sepa leerla e interpretarla, comprenderá que la obra hace las veces de instrumento inmejorable para contemplar la verdadera magnitud de la gran tragedia argentina.

 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.