Sobre la escasa memoria de los argentinos: un caso emblemático
Los argentinos se caracterizan por exhibir una memoria de corta duración...
18 de May de 2015
Los argentinos se caracterizan por exhibir una memoria de corta duración; acaso la recuperación del país tras la crisis de 2001 sea un ejemplo válido para certificarlo.
Desde llegado al poder en 2003, la propaganda del oficialismo se ocupó de imprimir en el inconsciente colectivo nacional que fue Néstor Kirchner el artífice de aquella pretendida reconstrucción.
Luego de resistir fuertes presiones que buscaban dolarizar la economía, el gobierno interino de Eduardo Duhalde decidió una salida de la convertibilidad ni bien comenzado el año 2002, echando mano de una fuerte devaluación y de la posterior pesificación asimétrica. En efecto, analistas económicos suelen recordar que ese plan se ejecutó de manera tan brusca como desprolija pero, para bien o para mal, aquellos pasos sirvieron para que la Argentina abandonara gradualmente su crisis. Las reservas del Banco Central, que para julio de 2002 eran de U$s8.986 millones, llegaron a alcanzar en diciembre de ese mismo año U$s10.476 millones. Los depósitos bancarios detuvieron su freno hacia fines de julio, y la inflación se proponía en franca desaceleración: del 10,4% de abril pasó a 0,5% hacia finales del año. A su vez, el dólar logró estabilizarse a partir del mes de agosto.
En diciembre de 2002, el Estimador Mensual Industrial -mensurado por el INDEC- se posicionaba por primera vez en mucho tiempo un 8,7% por encima del mismo mes de 2001. El Indice Sintético de la Construcción -también elaborado por el instituto de referencia- crecía un 20% entre julio y diciembre, y el desempleo se precipitaba del 21,5% registado en mayo a un 17,8% en octubre. Para comienzos de 2003, la economía ya se mostraba encarrilada, aunque -naturalmente- no dejaba de compartir índices preocupantes en materia de pobreza, indigencia y desempleo. No obstante, lo cierto es que estos indicadores ya iban en franco descenso para el momento en que asumió Néstor Kirchner, el 25 de mayo de aquel año.
Pocos recuerdan las propuestas económicas del fallecido cónyuge de Cristina Kirchner previo a ser ungido Presidente: sus proposiciones bordearon la necesidad del recorte de gastos superfluos y administrativos en el Estado, la promoción de una reforma impositiva que contemplaba gravar la renta financiera, la revisión profunda de exenciones al impuesto a las Ganancias y el fomento de una rebaja progresiva del IVA. Asimismo, el plan hacía hincapié en un gasto público transparente, la publicación de las erogaciones del Estado Nacional y el fortalecimiento de los controles en la aplicación de los subsidios. Se prometía, entre otras cosas, una Ley de Acceso a la Información Pública. Sobra decir que nada de esto pasó la fase de los papeles. Tampoco sería la primera vez que un candidato se olvidaba de lo prometido en campaña.
Al momento de asumir, muchos le aventuraban al nuevo gobierno una corta vida, en virtud de los escasos votos que había cosechado en la elección general. De estos augurios poco felices, seguramente se nutrió Kirchner para poner en marcha sus propuestas: subido a la recuperación económica que mostraba el país (de la que, ciertamente, él no había tenido responsabilidad alguna), se dispuso a tomar medidas que fueran acordes al deseo de la gente y a pronunciar un discurso de barricada -de esos que la ciudadanía tenía por costumbre recibir con aplausos. Ambas decisiones estaban apoyadas en la política de derechos humanos -a la postre, columna vertebral en la retórica oficialista, y sobre la cual justificar un sinnúmero de tropelías.
Fue en ese contexto que se avanzó contra la Corte menemista y se propusieron, a través del novedoso método de las audiencias públicas, nombres probos para ocupar el máximo Tribunal de justicia; se canceló unilateralmente la deuda con el FMI; se forzó una reestructuración de la deuda; se convocó a un boicot a la petrolera Shell, y se ordenó descolgar el cuadro de Jorge Rafael Videla.
Durante sus primeros dos años de gobierno, Néstor Carlos Kirchner, se montó en aquellas decisiones para construir poder político y garantizarse apoyo en la sociedad -particularmente, en los grandes actores que habían surgido de la crisis de 2001: el sindicalista Hugo Moyano, el movimiento piquetero encabezado por Luis D'Elía, y el propio Grupo Clarín. Con todos de su lado, asistiendo la nación a una oposición fragmentada y a un sistema de partidos fracturado, el sureño se preparaba para mostrar su verdadero rostro (que luego sería revelado con claridad en sus últimos dos años de gobierno).
La ruptura de Kirchner con su promotor, Eduardo Duhalde -a quien reemplazó en el manejo del poderoso peronismo de la Provincia de Buenos Aires- y el despido del Ministro de Economía heredado del bonaerense, Roberto Lavagna, signaron el comienzo de la verdadera era K, que hoy conocemos como tal: la era del país con inflación, el INDEC intervenido, la justicia avasallada, y una en apariencia inquebrantable matriz de corruptela. La etapa bajo análisis -se ha dicho hasta el cansancio- supo aprovechar las bondades del boom de los precios de los commodities y el costo cero para la obtención de créditos. Todo fue utilizado de buena gana, para disimular los horrores económicos del modelo y para hacer creer a la ciudadanía que, al fin, un gobierno había optado por el camino correcto. Algunos celebran la acentuación del Estado de Bienestar y la asistencia social de los gobiernos kirchneristas; infortunadamente, desde 2007 en adelante, las políticas de subsidización pasaron de ser un medio para convertirse en un fin sí mismas. Otra cuestión opinada coincidió con el uso dado por Néstor Kirchner a la autoridad presidencial, amedrentando y cooptando dirigentes, recurriendo al poder del Estado para apropiarse de empresas, intimidando con el archivo personal desde AFIP y la Secretaría de Inteligencia, etcétera.
Hacia el final del ciclo, la verdadera esencia del kirchner-cristinismo se conjuga con la arremetida versusa la Corte Suprema de Justicia, reflejándose también en las confesiones de Juan Aranguren -directivo de Shell Argentina. Si bien Kirchner fue el arquitecto de la renovación de los magistrados del Supremo Tribunal, las ambiciones de Cristina Fernández no hacen más que corroborar la vieja ambición de la familia, esto es, el sometimiento de jueces y funcionarios de los tribunales al propio yugo. Al cierre, las revelaciones de Aranguren terminan quitando mérito al discurso oficial antimonopólico.
Los efectos perniciosos del relato oficial supieron calar hondo en la sociedad argentina. Amén de sus múltiples desconexiones de la realidad, la tradicional propensión al olvido de los argentinos ha logrado que vuelva a debatirse si acaso el Frente para la Victoria mantiene posibilidades de cara a las Presidenciales de octubre. Como si la totalidad de los análisis debieran rematar con un realismo mágico e insoportable.
Desde llegado al poder en 2003, la propaganda del oficialismo se ocupó de imprimir en el inconsciente colectivo nacional que fue Néstor Kirchner el artífice de aquella pretendida reconstrucción.
Luego de resistir fuertes presiones que buscaban dolarizar la economía, el gobierno interino de Eduardo Duhalde decidió una salida de la convertibilidad ni bien comenzado el año 2002, echando mano de una fuerte devaluación y de la posterior pesificación asimétrica. En efecto, analistas económicos suelen recordar que ese plan se ejecutó de manera tan brusca como desprolija pero, para bien o para mal, aquellos pasos sirvieron para que la Argentina abandonara gradualmente su crisis. Las reservas del Banco Central, que para julio de 2002 eran de U$s8.986 millones, llegaron a alcanzar en diciembre de ese mismo año U$s10.476 millones. Los depósitos bancarios detuvieron su freno hacia fines de julio, y la inflación se proponía en franca desaceleración: del 10,4% de abril pasó a 0,5% hacia finales del año. A su vez, el dólar logró estabilizarse a partir del mes de agosto.
En diciembre de 2002, el Estimador Mensual Industrial -mensurado por el INDEC- se posicionaba por primera vez en mucho tiempo un 8,7% por encima del mismo mes de 2001. El Indice Sintético de la Construcción -también elaborado por el instituto de referencia- crecía un 20% entre julio y diciembre, y el desempleo se precipitaba del 21,5% registado en mayo a un 17,8% en octubre. Para comienzos de 2003, la economía ya se mostraba encarrilada, aunque -naturalmente- no dejaba de compartir índices preocupantes en materia de pobreza, indigencia y desempleo. No obstante, lo cierto es que estos indicadores ya iban en franco descenso para el momento en que asumió Néstor Kirchner, el 25 de mayo de aquel año.
Pocos recuerdan las propuestas económicas del fallecido cónyuge de Cristina Kirchner previo a ser ungido Presidente: sus proposiciones bordearon la necesidad del recorte de gastos superfluos y administrativos en el Estado, la promoción de una reforma impositiva que contemplaba gravar la renta financiera, la revisión profunda de exenciones al impuesto a las Ganancias y el fomento de una rebaja progresiva del IVA. Asimismo, el plan hacía hincapié en un gasto público transparente, la publicación de las erogaciones del Estado Nacional y el fortalecimiento de los controles en la aplicación de los subsidios. Se prometía, entre otras cosas, una Ley de Acceso a la Información Pública. Sobra decir que nada de esto pasó la fase de los papeles. Tampoco sería la primera vez que un candidato se olvidaba de lo prometido en campaña.
Al momento de asumir, muchos le aventuraban al nuevo gobierno una corta vida, en virtud de los escasos votos que había cosechado en la elección general. De estos augurios poco felices, seguramente se nutrió Kirchner para poner en marcha sus propuestas: subido a la recuperación económica que mostraba el país (de la que, ciertamente, él no había tenido responsabilidad alguna), se dispuso a tomar medidas que fueran acordes al deseo de la gente y a pronunciar un discurso de barricada -de esos que la ciudadanía tenía por costumbre recibir con aplausos. Ambas decisiones estaban apoyadas en la política de derechos humanos -a la postre, columna vertebral en la retórica oficialista, y sobre la cual justificar un sinnúmero de tropelías.
Fue en ese contexto que se avanzó contra la Corte menemista y se propusieron, a través del novedoso método de las audiencias públicas, nombres probos para ocupar el máximo Tribunal de justicia; se canceló unilateralmente la deuda con el FMI; se forzó una reestructuración de la deuda; se convocó a un boicot a la petrolera Shell, y se ordenó descolgar el cuadro de Jorge Rafael Videla.
Durante sus primeros dos años de gobierno, Néstor Carlos Kirchner, se montó en aquellas decisiones para construir poder político y garantizarse apoyo en la sociedad -particularmente, en los grandes actores que habían surgido de la crisis de 2001: el sindicalista Hugo Moyano, el movimiento piquetero encabezado por Luis D'Elía, y el propio Grupo Clarín. Con todos de su lado, asistiendo la nación a una oposición fragmentada y a un sistema de partidos fracturado, el sureño se preparaba para mostrar su verdadero rostro (que luego sería revelado con claridad en sus últimos dos años de gobierno).
La ruptura de Kirchner con su promotor, Eduardo Duhalde -a quien reemplazó en el manejo del poderoso peronismo de la Provincia de Buenos Aires- y el despido del Ministro de Economía heredado del bonaerense, Roberto Lavagna, signaron el comienzo de la verdadera era K, que hoy conocemos como tal: la era del país con inflación, el INDEC intervenido, la justicia avasallada, y una en apariencia inquebrantable matriz de corruptela. La etapa bajo análisis -se ha dicho hasta el cansancio- supo aprovechar las bondades del boom de los precios de los commodities y el costo cero para la obtención de créditos. Todo fue utilizado de buena gana, para disimular los horrores económicos del modelo y para hacer creer a la ciudadanía que, al fin, un gobierno había optado por el camino correcto. Algunos celebran la acentuación del Estado de Bienestar y la asistencia social de los gobiernos kirchneristas; infortunadamente, desde 2007 en adelante, las políticas de subsidización pasaron de ser un medio para convertirse en un fin sí mismas. Otra cuestión opinada coincidió con el uso dado por Néstor Kirchner a la autoridad presidencial, amedrentando y cooptando dirigentes, recurriendo al poder del Estado para apropiarse de empresas, intimidando con el archivo personal desde AFIP y la Secretaría de Inteligencia, etcétera.
Hacia el final del ciclo, la verdadera esencia del kirchner-cristinismo se conjuga con la arremetida versusa la Corte Suprema de Justicia, reflejándose también en las confesiones de Juan Aranguren -directivo de Shell Argentina. Si bien Kirchner fue el arquitecto de la renovación de los magistrados del Supremo Tribunal, las ambiciones de Cristina Fernández no hacen más que corroborar la vieja ambición de la familia, esto es, el sometimiento de jueces y funcionarios de los tribunales al propio yugo. Al cierre, las revelaciones de Aranguren terminan quitando mérito al discurso oficial antimonopólico.
Los efectos perniciosos del relato oficial supieron calar hondo en la sociedad argentina. Amén de sus múltiples desconexiones de la realidad, la tradicional propensión al olvido de los argentinos ha logrado que vuelva a debatirse si acaso el Frente para la Victoria mantiene posibilidades de cara a las Presidenciales de octubre. Como si la totalidad de los análisis debieran rematar con un realismo mágico e insoportable.
Seguir en
@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.