S.S. Francisco, o la entronización católico-romana del oscurantismo
Tras la designación de Jorge Bergoglio como nuevo jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana...
Belial (del hebreo original bel-e-yah-al): demonio que, en la clasificación Pseudomonarchia Daemonum de Johannes Wierius [pionero en psiquiatría y medicina, 1515-1588], remite a la deidad de las 'ganancias corruptas'. Belial también es catalogado por adeptos a la demonología como el 'señor de la arrogancia' o 'señor del orgullo'. Comenta sobre el particular Simon Pieters (Doctor en Historia y Antropología; autor de Diabolus, las Mil Caras del Diablo a lo Largo de la Historia - Ed. Zenith): 'La tradición nigromántica le atribuye [a Belial] el hábito de seducir a adolescentes de sexo masculino, a quienes, luego de pervertir, protege; asimismo, es considerado como un mentiroso a ultranza'.
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'¿Qué consorcio existe entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial?'
2 Corintios; 6, (14-15)
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Tras la designación de Jorge Bergoglio como nuevo jerarca de la Iglesia Católica Apostólica Romana en marzo de 2013, el furor inicial protagonizado por su rebaño ha comenzado a apagarse. En el plano internacional, el mediático pontificado de Francisco ha sabido trastabillar en territorios tan disímiles y enmarañados como la represión gubernamental cubano-venezolana en el Caribe, el inexistente diferendo limítrofe entre la República de Chile y su vecina Bolivia, el genocidio armenio, y el accionar terrorista del Estado Islámico (antes, ISIS).
Conforme era de esperarse, cada interdicción del Sumo Pontífice jesuita ha conllevado consecuencias y dinámica propias. En ocasión de referirse desaprensivamente a la ejecución en masa de armenios por parte del Imperio Otomano, Bergoglio se hizo acreedor a una furibunda réplica de parte del presidente turco, Recep Tayip Erdogan -el mandamás de Ankara acusó entonces a Francisco y a la Unión Europea, que había acompañado el gesto papal, de pretender 'reescribir la Historia'. Bergoglio incurrió, a la sazón, en dos groseros errores. El primero de ellos (de rigor informativo) consistió en desconocer que no fue el armenio el 'primer genocidio del siglo XX' -tales los conceptos empleados por el pontífice-, sino aquel ejecutado en Namibia (por entonces conocida como Africa Alemana del Sudoeste) entre 1904 y 1907 por tropas coloniales germanas. Como resultado, un aproximado de 75 mil personas pertenecientes a tribus locales (hereros y namaquas) perecieron por inanición. La maniobra de limpieza étnica encarada por los otomanos se completaría recién hacia 1918, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. En un segundo subcapítulo, Francisco prefirió obviar el contexto geopolítico regional de referencia: si bien es cierto que el jefe de Estado turco Erdogan no ha sabido caracterizarse por su versatilidad democrática, Turquía no solo se corporiza hoy más que nunca en un valioso aliado de la OTAN; también oficia de gigantesca base de avazada contra la amenaza del Estado Islámico. A fin de cuentas, las fuerzas armadas bajo control de Ankara (sumadas al esfuerzo no aliado pero marginalmente complementario de la guerrilla kurda) representa el único vórtice de contención que impide a elementos radicalizados del EI perforar la frontera oriental europea.
Otro apartado que desdibuja la credibilidad papal de cara al orden global remite a los esfuerzos motorizados por el propio Francisco para mediar en un conflicto limítrofe cuya certificación de diferendo solo emerge de la propaganda del gobierno boliviano de Evo Morales: se trata de la eterna cuestión del reclamo por una 'salida al mar' que el mandatario altiplánico en su oportunidad ensayó como eslogan de campaña para aterrizar en el Palacio Quemado en La Paz. Tras salir de un encuentro privado con Bergoglio, Morales promocionó ante los medios de comunicación de su país que el pontífice veía con buenos ojos la posibilidad de interceder por el reclamo boliviano (que, en los hechos, solo podría leerse como una toma de posición favorable a la agenda política de un mandatario extranjero). De aquí que no pocos licenciados en Historia de la América Latina hayan comenzado sugerir humildemente a Su Santidad Francisco -como en la cuestión de los genocidios- se atenga con mayor precisión a textos y antecedentes: la Guerra del Pacífico (1879-1883) ganó empuje como consecuencia de la imposición de tributos intolerables por parte de Bolivia contra la actividad minera chilena en Antofagasta -aún cuando La Paz había juramentado no modificar los estándares de presión impositiva sobre firmas ni particulares oriundos de Chile, acordados en el Tratado Limítrofe de 1874. Chile debió hacer frente a la declaración de guerra boliviana -como es lógico- manu militari, doblegando en sucesivos y comentados teatros de operaciones al agresor y a su aliado militar, Perú. En consecuencia (y los hechos dejan claro el por qué), los textos de Historia suelen disentir ante la prerrogativa victimizadora de La Paz, que hoy vuelve a la palestra sencillamente porque Evo Morales necesita solidificar su base de sustento en la opinión pública de su patria. ¿Propone Jorge Bergoglio actualizar al diseño actual del mapamundi, llevándolo a la división política vigente hacia finales del siglo XIX? Ya en La Moneda, Michelle Bachelet evalúa a consciencia la manera de responder. Y se permite el lujo de la divina benevolencia: si se lo propusiera, cuenta ya con motivos de sobra para denunciar al Estado Vaticano por entrometerse en decisiones soberanas de Chile.
Si el Papa Francisco se aviene a tomar sospechoso partido por la agenda de los líderes de las naciones del ALBA, la posición del Vaticano ante la aguda crisis venezolana podrían ayudar a muchos a flirtear con esa hipótesis. La pasada semana, trascendió que en el Vaticano imperaba un estado de irritación contra los obispos venezolanos de expresión antichavista, conforme estos 'entorpecen cualquier proceso de intervención papal' a los efectos de morigerar la crisis. Como si a Bergoglio le pareciera condenable que Roberto Lückert, arzobispo de la nación caribeña, reclame por la integridad física de los presos políticos torturados por Nicolás Maduro. Es que Lückert y sus pares se han quedado sin opciones: ni la Organización de Estados Americanos (OEA) ni Naciones Unidas parecen prestar atención a la condición de violador de derechos humanos que pesa sobre las espaldas del gobierno bolivariano. ¿Es consciente Francisco de la gravedad del escenario en Venezuela y del impacto regional que comportaría la reconversión del mismo en una guerra civil abierta? ¿O acaso prefiere priorizar su diálogo con Raúl Castro, quien no ha dudado en intervenir militarmente en el norte de Sudamérica para con la ejecución extrajudicial de opositores y ciudadanos corrientes?
Otro apartado invita a analizar a consciencia la condena emitida por Francisco en febrero pasado contra los combatientes del Estado Islámico -a quienes acusa de 'sacrificar a mártires cristianos'. 'La sangre de nuestros hermanos y hermanas cristianos es un testimonio que pide a gritos ser oído', diría el pontífice; expresión que no hace más que corroborar sólidamente la retórica que se ha convertido en seña particular de los jesuitas a través de su historia, esto es, la proclama de exclusividad en el ingreso al paraíso, para aquellos que creen en la figura de Jesucristo. Jorge Bergoglio se muestra más cerca de Samuel Huntington que de Juan Pablo II. Dicho de otra manera, no oculta su preferencia por ocupar el rol protagónico en el seno de uno de los bandos en pugna cifrados en el muy vigente 'Choque de Civilizaciones', antes que comprometerse en la defensa del valor más humano y abarcativo: la libertad de los pueblos (contienda que eficazmente encabezara en su momento Karol Wojtyła contra el comunismo).
Al cierre, la ignominia que hoy intoxica la credibilidad de Jorge Bergoglio representa un desafío hasta para su encumbrado alter ego. Los fallos recurrentes del Sumo Pontífice no solo se explican a partir de su ignorancia histórico-geopolítica; esas carencias también emanan de una visión celosamente parcial que hace imposible para él acceder a una visión macro. Acaso influído sin remedio por su propio contexto (el senador estadounidense Marco Rubio supo sentenciar que Bergoglio, después de todo, no provenía de una nación conocedora de la verdadera libertad económica; mal podría argumentar con presteza sus comentarios negativos sobre el capitalismo). La mención de Estados Unidos no es casual: próximamente, Francisco deberá explicarle al todopoderoso Arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, por qué la recaudación de la Iglesia Católica americana se ha desmoronado. Curiosamente, el evento se registró poco después de que Su Santidad castigara sorpresivamente al sistema con el que Juan Pablo II ayudó a rescatar a los países de la ex Cortina de Hierro.
En la Argentina, a Bergoglio no le va mejor. En las últimas semanas, su figura ha comenzado a recibir gruesos reproches tras su encuentro -el cuarto- con Cristina Kirchner, con la promesa de volver a verla en otras dos ocasiones en los meses por venir. La recurrencia de los mitines secretos entre Su Santidad y la 'Hija de Belial' (como se refieren cariñosamente a CFK en el circuito local de la astrología, en la colectividad judía estudiosa de la Cábala, y en la masonería; valga la nota de color) podría incrementar recelos en virtud de razones ciertamente atendibles. Pero -lícito es decirlo- el argentino de a pie suele tropezarse mientras otea su propio ombligo: los desperfectos del dignatario hecho carne de Simón Pedro distan mucho de afectar exclusivamente al Río de la Plata. Por estas horas (y como hemos visto), contribuyen a conmover el delicado equilibrio político en los Andes sudamericanos, descontextualizan el rol de Turquía en la OTAN y su empresa contra ISIS, y devalúan la lucha por los derechos humanos de los presos políticos en Cuba y Venezuela. Y eso que el telón aún no ha terminado de caer.
Grises derivaciones -dirán algunos- de la notable obra de ingeniería retórica manufacturada desde un gobierno para apropiarse impiadosamente del protagonista. Con la poco sutil herramienta del archivo setentista como pócima para el encantamiento.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.