Hace 800 años, en un pastizal en las afueras de Londres, el rey Juan de Inglaterra selló, a regañadientes, el que quizá es el documento más emblemático en el desarrollo del Estado de derecho en Occidente: la Carta Magna.
Muchas de las protecciones legales que hoy damos por sentado son el resultado de la evolución que, por ocho siglos, han experimentado los preceptos contenidos en dicha acta. El principio primordial de la Carta Magna es que nadie está por encima de la ley.
Durante 17 años de reinado, Juan recurrió a impuestos cada vez más confiscatorios para financiar sus aventuras militares, y contaba con poderes absolutos de incautar y encarcelar a sus súbditos -y hacía uso frecuente de ellos. Los barones finalmente se rebelaron, y el rey, viéndose contra la pared, acordó lo que sería una de las primeras constituciones escritas. En esta, el monarca aceptó límites inauditos a su autoridad, so pena de verse sujeto a represalias 'de todas las maneras posibles'.
La Carta Magna estipuló que el rey no podía establecer impuestos sin el consentimiento de un consejo general, compuesto por arzobispos, condes y barones. Con los años, este cuerpo se convertiría en la figura del Parlamento, el cual aún guarda en nuestras democracias la prerrogativa sobre la aprobación o no de tributos, para desconsuelo de muchos en la Casa Presidencial. Por eso siempre debemos tener presente que el Poder Legislativo nace del deseo de los gobernados de limitar el poder de crear impuestos.
Otro de los conceptos fundamentales introducidos por la Carta Magna es el del debido proceso: el acta afirma que nadie puede ser sujeto a prisión, confiscación, destierro o muerte sin que medie un juicio. Además, estableció que toda persona tiene derecho a la justicia. Estas disposiciones se encuentran hoy consagradas en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La Carta Magna fue producto de una lucha de poder entre rey y barones, por lo que dista de ser inclusiva. Por ejemplo, dejaba por fuera de sus alcances a los siervos, que para entonces constituían la mitad de la población de Inglaterra. Pero marcó un precedente importante en la lucha por limitar el poder del soberano, al punto que Juan renegó de esta al mes de haberla sellado. Tomó siglos de revoluciones y derramamientos de sangre para que los principios ahí pactados dieran paso a las garantías constitucionales que hoy nos protegen ante el abuso de autoridad.
Por todo eso, brindemos hoy por la Carta Magna.