POLITICA ARGENTINA: MARIANO ROVATTI

Qué tienen los candidatos -y qué les falta para ganar

En medio de la guerra de éste contra la Justicia -el actor político con mayor capacidad...

26 de Julio de 2015
A dos semanas de las elecciones primarias, los candidatos entran en zona de definiciones. Más allá de los deseos de cada uno de ellos, aún no se ha instalado definitivamente un escenario de polarización, básicamente por la ineptitud de la oposición a la hora de formar un frente único que aproveche el mecanismo de internas abiertas, que le es teóricamente más conveniente a ella que al gobierno.
 
En medio de la guerra de éste contra la Justicia -el actor político con mayor capacidad de producir daño al kirchnerismo-, queda claro que la lucha por el poder es la principal batalla política del momento. En este escenario, el eje del conflicto pasa por lo institucional, quedando lo económico-social para el 2016, cuando el nuevo gobierno dé sus primeros pasos.
 
De las propuestas opositoras, la que va a ser competitiva será la que mejor interprete el momento político. Dada la incapacidad de los dirigentes para componer una fuerza de unidad, será la propia sociedad la que lo hará por su cuenta, votando en octubre principalmente al que tenga posibilidades de vencer al gobierno.
 
Para ello, las elecciones primarias de agosto servirán de muestra para saber dos cosas: si el gobierno puede perder y en ese caso, quién es el que puede ganarle.
 
En 2011, en el estreno de las PASO, Cristina Fernández logró una victoria cómoda (50% contra 12% de Alfonsín y Duhalde y 10% de Binner) . El tránsito desde agosto hasta octubre fue un paseo para Cristina, quien ganó por paliza a un pelotón de seguidores, en los que ninguno superó el 10%. No parece que este escenario vaya a repetirse ahora.
 
Daniel Scioli retendrá el 30% que le es fiel al gobierno, y aspira a llegar al 45% en octubre para asegurarse el triunfo en primera vuelta. Sabe que en el ballotage tiene pocas posibilidades. La candidatura de Carlos Zannini como vicepresidente no lo ayuda en la búsqueda de ese 15% de independientes que le falta para lograr el objetivo.
 
Mauricio Macri ha crecido notablemente en el primer trimestre del año, para luego estancarse y, tras pasar un susto en la última elección porteña, en las que estuvo a 50 mil votos de perder el distrito, se enfrenta a su gran desafío: la Provincia de Buenos Aires. Tras ocho años de gestión, Macri nunca configuró una estructura competitiva en el principal distrito del país. Acaba de reconocer que no tiene los fiscales necesarios para controlar la elección.
 
Tras liderar las encuestas hasta fin del año pasado, Sergio Massa entró en un pronunciado declive, perdiendo una cantidad importante de intendentes que lo apoyaban. Sin embargo, aún conserva un nivel interesante de adhesión en la Provincia, el mismo lugar donde hace agua Macri. El buen posicionamiento de Felipe Solá entre los candidatos a gobernador lo favorece en esa resistencia.
 
Los tres candidatos ofrecen un rasgo común positivo, que es el perfil moderado y tolerante, que augura un nuevo tiempo de mayor diálogo y menor confrontación. Ello es lo que demanda la sociedad, y los tres sintonizan con ella en el tema.
 
También poseen los tres un perfil republicano que invita a pensar que no se verificarán más allá de este año los actuales avances del Ejecutivo sobre los otros dos poderes del Estado.
 
Los tres también rasgos negativos en común. El principal, la falta de liderazgo político. Ninguno de los citados ha logrado construir un movimiento de opinión, aglutinando cuadros, referentes, militantes y adherentes detrás de un proyecto. Con matices, los tres se rodean de pequeños círculos, dando un lugar central a los distintos gurúes que les indican cómo vestirse, qué palabras decir y cómo colocar la voz. Los tres son predecibles y siguen un libreto de corrección política, escrito por teóricos de laboratorio, y no por auténticos dirigentes. Ninguno asume un rol de líder que incluya marcar el rumbo, instalar temas en la agenda, anticiparse a lo que vendrá.
 
Frente a ellos, la Presidente –guste o no- hace política todo el tiempo. Es la contrafigura de los tres candidatos principales. Más allá del contenido y la forma de sus discursos, a diario se sube a la tribuna, genera hechos políticos y mueve el tablero. Todos los días, la jefe de Estado provoca, denuncia, moviliza, irrita. Ejerce el poder, a pesar de estar a sólo cuatro meses de volver al llano.
 
Yendo a cada candidato en particular, Daniel Scioli tiene la necesidad de despegarse del kirchnerismo. Le haría bien a su campaña el silencio de Cristina, pero ello parece difícil. La presencia de Carlos Zannini en la fórmula es un obstáculo para su pretensión de aparecer como una nueva versión del peronismo y/o del kirchnerismo, despojada de sus peores rasgos. Tampoco lo ayuda la candidatura de Axel Kicillof en la ciudad en su ambición de empujar su techo más allá del 40%.
 
También Scioli tendría que definir en su discurso qué sostendrá y qué modificará del actual modelo. El candidato deja fluir las fantasías ciudadanas al respecto, pero ello puede jugarle en contra. Extrañadamente, ninguno de sus adversarios critica su pésima gestión como gobernador. Si critican al oficialismo, se focalizan en la Presidente, que no compite en la elección, y le perdonan la vida a Scioli.
 
Scioli deberá fortalecer su imagen de líder. Gran parte de la ciudadanía cree que Cristina seguirá en el poder más allá de diciembre, y que Scioli será un Presidente con poder acotado. También se instala la idea que si traicionara al kirchnerismo, se generaría una fuerte crisis de gobernabilidad. Increíblemente, ninguno de sus adversarios destaca estas posibilidades.
 
Tras el susto del domingo pasado, Mauricio Macri pegó un volantazo que quizás no le suene creíble a la sociedad. Si está de acuerdo con la política del gobierno, sería más lógico que la continuara alguien surgido de él y no de la oposición. Macri debería definir por sí mismo su perfil político, no dejando que se lo definan sus adversarios.
 
Lo que sí parece haber comprendido el Jefe de Gobierno es que debe salir de la burbuja del PRO y trabajar en equipo con sus aliados –a los que despreció en la etapa de la formación de las listas- y dejar de lado su discurso antiperonista. Cabe recordar que desde 2003, en todas las elecciones presidenciales, la suma de votos de las listas autodefinidas como 'peronistas' obtuvieron un mínimo del 60% del total.
 
Macri creció en política aliándose a un sector importante del PJ de la ciudad, en especial el que provenía del viejo grossismo, y de un sector del menemismo porteño. Cuando tenía que desembarcar en serio en el conurbano, comenzó con su prédica antiperonista, ubicando del mismo lado a Cristina, Massa, Duhalde, Rodríguez Saá, etc. El resultado es que después de ocho años, el PRO no tiene una presencia relevante en la provincia (ni siquiera tiene personería jurídica) y no puede garantizar la fiscalización en la elección.
 
Sólo anudó una relación con Carlos Reutemann, que parece haberse enfriado. Quizás hubiese sido el Lole su mejor compañero de fórmula, dándole un perfil más federal y abierto al peronismo. Pero eligió a la golpeada Gabriela Michetti, que no le aporta mucho más que lo que ya tenía, conformando un binomio 100% porteño. Quizás deba sacar a Reutemann a la cancha más allá de Santa Fe para que lo acompañe.
 
Macri fue un gran presidente del Club Atlético Boca Juniors, logrando una enorme cantidad de éxitos nacionales e internacionales y transformando la institución. Increíblemente, jamás Macri habla de su experiencia como dirigente deportivo de un equipo del que es hincha el 32% de la población. Quizás la oportuna llegada de Carlos Tévez lo ayude.
 
También deberá despegarse de situaciones que lo vinculan con el gobierno nacional. Por ejemplo, la única que le pegó con la cuestión del juego fue su compañera de fórmula en la primaria capitalina. Extrañadamente, ninguno de sus adversarios recogió esa bandera.
 
Finalmente, cabe analizar el extraño caso de Sergio Massa, el candidato con mayor potencial individual de los tres. Tras su enorme victoria de 2013, con la que le puso un candado a las aspiraciones de Cristina en convertirse en eterna, siguió al tope de la consideración popular hasta fin de año, o quizás hasta mediados de enero.
 
El crimen del fiscal Alberto Nisman fue un hecho que hizo cambiar todo el tablero político, porque fue la prueba de que en la Argentina no hay límites en la lucha por el poder. Massa y sus adversarios siguieron haciendo la misma campaña que hacían antes, y no incorporaron a su discurso las consecuencias de dicho magnicidio. Massa y sus adversarios dijeron hay que dejar trabajar a la Justicia, lo que en sí mismo no implica tomar posición alguna respecto de un hecho tan trascendental.
 
A partir de allí, quedó claro que el eje del conflicto político es la lucha por el poder, en el que la guerra entre los Poderes Ejecutivo y Judicial constituye su batalla esencial. Ese cambio brutal de escenario perjudicó a quien tenía una posición aventajada en el esquema anterior, que era Sergio Massa.
 
También Massa se desdibujó al elegir el camino del medio, sin prever el proceso de polarización que tarde o temprano iba a desencadenarse. No pudo, no supo o no quiso –sinónimos en política- contener a la liga de intendentes que lo había sostenido en 2013.
 
Pero tiene a su favor un volumen de propuestas mucho más compacto que el de sus adversarios. Quizás, deba elegir entre sus proyectos uno o dos bien significativos que lo distingan. La seguridad –tema del que se apropió- bien podría ser su estandarte.
 
En sus salidas al aire, Massa cae en una verborragia monótona, exhibiendo una brillantez intelectual inasequible para las multitudes. Todo lo que va a decir es predecible para el observador informado, e incomprensible para el resto.
 
Distinto fue su candidato a gobernador Felipe Solá, quien con un solo golpe generó una ola de comentarios por varios días, al vincular directamente a Aníbal Fernández con el crecimiento de la droga. De paso, le robó la bandera a Elisa Carrió. Eso es hacer política.
 
Massa deberá ser más crítico de las gestiones de Scioli y Macri. En una campaña, la mitad del esfuerzo es para mostrar las virtudes propias, y la otra mitad para poner de manifiesto la debilidad del adversario. Así se hace en democracias más consolidadas que la nuestra, y ello no implica descalificar al que piensa distinto, o mantener un clima de confrontación permanente.
 
Si se concreta el debate presidencial, Massa tendrá la oportunidad de descontar la ventaja que le lleva Mauricio Macri en la lucha por el segundo lugar. Pero tendrá que tener en cuenta estas apreciaciones.
 
El resto de los candidatos no cuenta para el análisis, porque a esta altura están fuera de la pelea por el poder. Ninguno es capaz de superar el 5% de los votos, y sólo importa saber cómo se comportarán sus votantes en las elecciones de octubre, respetando o no las alianzas que los dirigentes construyeron al momento del cierre de listas.

 
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