ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

EE.UU.: cómo impedir otro Caso Bengasi

En su último discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente estadounidense...

28 de Enero de 2016

En su último discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente estadounidense Barack Obama apuntó, al pasar, que Estados Unidos gasta tanto en Defensa como los siguientes ocho países que lo siguen en la lista, combinados. Obama pudo haber agregado a eso que las proporciones son similares en los casos del Servicio Exterior y la comunidad de inteligencia, con costos que ascienden a US$ 50 mil millones y un estimado de US$ 80 mil millones, respectivamente. El presidente bien pudo preguntarse por qué -de ser ciertas las cifras- se obtiene tan poco a cambio de tanto dinero invertido, en términos de lo que los contribuyentes estadounidenses ven como resultado.

Desde luego que nadie ha invadido los Estados Unidos desde Pancho Villa en 1916, pero cada guerra peleada después de 1945 ha sido o bien innecesaria, inconclusa o un error, mientras que la comunidad de inteligencia es repetidamente sorprendida en el error, si de lo que se trata es de anticipar tanto los movimientos de competidores como de enemigos.  Una concatenación de 294 misiones diplomáticas encerradas en fortalezas en todo el globo ha hecho muy poco para reducir las preocupaciones externas sobre la, en apariencia, persistente torpeza de un Washington imperialista que, en ocasiones, parece preocuparse más por el estilo que por la sustancia. La embajada en Bishkek, Kyrgyzstán, por ejemplo, hoy día patrocina un concurso de video intitulado 'I Love English' (Amo el Idioma Inglés).

Embajada de Estados Unidos en Roma, El Ojo DigitalTeniendo todo esto bien presente, me he ocupado de seguir al detalle los comentarios tras el incidente de Bengasi (Libia) de 2012, en el que cuatro ciudadanos estadounidenses -incluyendo al embajador en Libia J. Christopher Stevens- fueron asesinados. El relato se ha vuelto una suerte de balón de fútbol político pero, en lo que a mí respecta, me vi mayormente interesado en intentar determinar cómo tuvo lugar la réplica al problema, una vez que quedó en claro que las oficinas consulares en aquel país se encontraban bajo ataque.

Los alegatos impresos y televisivos que refirieron a los eventos de Bengasi fueron bastante similares, pero el matutino Washington Post proporcionó detalles adicionales a través de su entrevista de un jefe de base de la CIA en la ciudad, someramente identificado como 'Bob' -el mencionado se ha retirado pero aún se desempeña con cobertura. Bob se mostró predispuesto a hablar con el periódico porque creyó que tanto el libro como la película sobre el tema lo describieron con malicia, siendo que el personaje que lo encarnó ordenó una 'retirada' -lo cual demoró en 120 minutos la llegada del equipo de seguridad de despliegue rápido al sitio donde el embajador y un colega del Departamento de Estado se ocultaban y que, a continuación, fueron hallados sin vida por inhalación de humo.

Bob y al menos otro oficial de la CIA expresaron que nadie recibió la orden de retirada, pero otros dos oficiales del equipo de seguridad -de acuerdo al libro y al fílmico- dicen lo contrario. Parte de la demora en el envío del equipo -en palabras de Bob- consistió en intentar localizar a milicias libias locales para que éstas clarificaran qué estaba ocurriendo, así como también consistió en el pedido de asistencia armada -de ser necesario. La ayuda nunca llegó, pero describe los prolegómenos y el por qué todo continuó aún después de que la base de la CIA fue atacada a la mañana siguiente. Las instalaciones diplomáticas y de la CIA fueron evacuadas el día después. Claramente, no había una buena relación entre el jefe de base y su equipo de seguridad.

El artículo del Post describe a Bob como un oficial de casos de la CIA que había servido en América Latina, pero que también había sido destinado a Afganistán e Irak. No creo conocer a Bob, pero entiendo lo suficiente sobre administración de personal en la Agencia como para deducir que el mencionado habla idioma español bastante bien, mas no pashtún y, yendo más al punto, poco y nada de idioma árabe. Lo que significa que él no era la opción idónea, por cuanto fue destacado en un ambiente volátil y se manejaba a través de un intérprete; con toda probabilidad, el intérprete fue ofrecido por milicianos locales o incluso por alguien que recorrió el complejo y podía hablar correctamente en inglés. El intérprete, que bien pudo no tener relación política alguna, se vuelve, de esta manera, en un nodo crítico para determinar qué estaba sucediendo, en tanto el oficial estadounidense en el terreno hubiese tenido que diferir frente al criterio y las capacidades de traducción de alguien cuya lealtad sería difícil o bien imposible evaluar.

El alboroto de Bengasi recuerda en mucho a un incidente registrado en Camp Chapman -cerca de Khost, Afganistán. El asesinato de siete oficiales de la CIA en 2009 -la pérdida más importante de agentes en un hecho individual desde el ataque con explosivos a la embajada americana en Beirut, en 1984- pareció ser una advertencia, y quizás no. La evaluación post-facto había concluído que la jefe de base, Jennifer Matthews -una analista de carrera- pudo haber sido, al menos en parte, responsable por los lapsus de seguridad que condujeron a las muertes. Ella había recibido el nombramiento por haber llevado a cabo un agresivo lobby, a criterio de avanzar en su carrera y la Agencia, estúpidamente, ignoró el hecho de que Matthews no contaba con el entrenamiento adecuado, y que tampoco contaba con experiencia para desempeñarse como autoridad en una zona de guerra.

De tal suerte que, en ocasiones, las personas terminan en los sitios equivocados y, como resultado, muere gente. Pero uno debe sospechar que, el tener a la persona incorrecta en el momento equivocado es, de algún modo, un tema de índole sistémica en el gobierno federal, particularmente al referirse a individuos que deben trasladarse al exterior como parte de su mandato. Al desempeñarme yo como oficial no-comisionado en el Ejército de Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam, las quejas de parte de oficiales y otros no-comisionados frente al sistema de rotación eran frecuentes. Los tours de un año de duración en Vietnam implicaban que los soldados, ni bien comenzaban a aprender cómo hacer su trabajo, eran reemplazados por alguien nuevo que tenía que volver a aprender a sobrevivir, todo desde el inicio. Muchos no sobrevivieron a la curva de aprendizaje y un podría, razonablemente, suponer que algunos miles de soldados estadounidenses hubiesen podido regresar con vida si el sistema hubiese sido capaz de maximizar la efectividad en el combate.

En aquel momento, los oficiales de carrera que se trasladaban a Vietnam buscaban hacerse de contactos favorables cuando era posible, pero también decían 'marcar tarjeta' -esto significaba que necesitaban contar con un registro de que habían sido destinados a Vietnam, si acaso esperaban contar con una promoción algún día. En la actualidad, tanto la CIA como el Servicio Exterior -así como las fuerzas armadas- rotan su personal en países como Afganistán e Irak, bajo el formato de uno o dos años, y sin ser acompañados de sus familiares. El tour corto ha sido diseñado para equilibrar la cuestión de la falta de compañía, pero los resultados reflejan que los oficiales sin experiencia son reemplazados por otros oficiales con experiencia limitada. Nuevamente, todo remite al modelo de 'marcar tarjeta', y es una fórmula para el fracaso.

Naturalmente, existen problemas administrativos a la hora de contar con un número suficiente y altamente calificado de intérpretes de árabe y pashtún disponibles para ocupar puestos sensibles, pero uno debiera pensar que, tras quince años de guerra global contra el terrorismo, alguien podría haber dado con algún tipo de solución. Lleva al menos dos años aprender árabe de manera funcional, y nadie está dispuesto a invertir semejante tiempo y esfuerzo a la mitad de su carrera, habida cuenta de que el entrenamiento en idiomas no es particularamente atractivo para mejorar puntuaciones y progresar. Así es que los oficiales de las fuerzas armadas, el personal de inteligencia -e incluso los diplomáticos- tienen una tendencia a regentear a un grupo de ciegos al llegar a un puesto en el exterior, allí donde el idioma local representa un desafío.

Y la cuestión de los idiomas europeos más sencillos no es necesariamente más halagüeña, conforme ni siquiera los estadounidenses de alto nivel educativo aprenden cómo hablar un idioma extranjero. En los años ochenta, de una serie de cinco jefes de estación (station chiefs) destacados en Italia, solo uno hablaba italiano. De veinte oficiales sirviendo en Turquía, solo uno hablaba idioma turco. Un director adjunto de Operaciones se mostró tan perturbado con la incapacidad de los oficiales de caso de la CIA de hablar el idioma local, que bloqueó los nombramientos de todos aquellos que exhibían puntajes lamentables en las pruebas iniciales. Luego de un par de meses, sencillamente decidió rendirse, al percatarse de que el problema era insoluble.

En rigor, el problema del idioma es apenas un síntoma del síndrome de 'marcado de tarjeta' y del sistema que prevalece en determinados espectros del gobierno federal estadounidense. Todo mundo se muda al cabo de, más o menos, dos años. Y no es porque sea necesario operar de esa manera, dado que nadie más en el mundo de la diplomacia y la inteligencia hace lo mismo. En los años de la Guerra Fría, los oficiales de caso de la ex URSS estudiaban lenguas extranjeras y culturas durante muchos años, previo a arribar a sus puestos. Incluso compraban ropa y calzado en el terreno, para mezclarse con mayor eficiencia. Y luego eran destinados en el mismo objetivo por años, convirtiéndose en expertos de su ambiente laboral. Los británicos y los franceses operan de la misma manera, destacando a sus oficiales durante años en el mismo sitio, contruyendo expertise local. Para los estadounidenses, la rotación constante de oficiales era justificada por sus administradores como un método para que sus soldados de a pie no se convirtieran en 'nativos'. Chicanas aparte, ¿quién sería más útil en un ambiente extranjero, un estadounidense o un roso? ¿Quién es más efectivo al día de hoy?

En conclusión, Estados Unidos tiene demasiados representantes en el extranjero que no hablan el idioma local, y que no tienen la menor idea de cómo piensa y actúa la sociedad local. Generalmente, sirven por tours cortos y, en ocasiones, el conteo de días para el regreso comienza el mismo día en que arriban. Esto es un mal negocio, y es la razón por la cual desastres como Bengasi o Khost tienen lugar. Y continuarán sucediendo, porque el gobierno falla al momento de detectar el origen del verdadero problema, tanto en materia doctrinaria como de entrenamiento -mientras sigue gastando cada vez más dinero en construir burbujas de seguridad cada vez más grandes, para sus instalaciones y para su gente en el extranjero.


Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative (EE.UU.) | Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/what-caused-benghazi/

* Foto: embajada de EE.UU. en Roma (Via Borghese) | Crédito: Matías E. Ruiz (El Ojo Digital)

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.